domingo, 30 de noviembre de 2014

Escuchar





            La culpa de que la Transición haya fracasado la tienen los gimnasios. Cuando yo era niña no se veían tantos hombres musculados, no existían las tabletas, esas que lucen los chicos con tanto aplomo en las playas enseñando sus gallardías. Quien iba a un gimnasio era porque había decidido dejar su carrera solitaria de cabrero y convertirse en boxeador, sacar a su familia del anonimato y llevar su nombre por los carteles y sus mejillas doloridas y su nariz rota como un estandarte de valentía. También conocí a algún maletilla que le importaban poco los cuernos, o decía que le importaban poco, y se echaba al ruedo de la vida a buscar más allá del campo y la luna la fortuna que le haría parecer hombre de bien.

            Los boxeadores y los toreros ponen cara de escuchar mucho, son gentes que vienen del silencio y siempre temen no estar a la altura de la lucha que tienen que emprender. Ya sé que no se llevan ni los toreros ni los boxeadores, pero existen. Para escuchar se necesita tiempo, un tiempo que han robado los gimnasios con sus cronómetros, sus marcas y sus disciplinas en busca de una elegancia que es difícil conseguir con tanta camiseta fosforita, anaranjada o amarilla.

            Pero, ¿verdaderamente ha fracasado la Transición?, ¿tan mal está lo que han hecho nuestros padres? Dicen ahora que aquellos acuerdos eran frutos del miedo, yo vi a mi alrededor más generosidad que otra cosa, pero en fin, estamos en época de catarsis y son muchas las ganas de quemar todos los muebles. Somos un país exagerado, lleno de tertulias idénticas y ansiosos por limpiarnos la gran mancha de la corrupción somos capaces de acabar con los manteles.

            ¿Para cuándo la escucha?, ¿para qué momentos hablantes de un idioma común acabarán por entenderse? ¿A quién le estamos pidiendo paciencia en esta ocasión?, es fácil esta respuesta: a los de siempre. Si hubiéramos cuidado el alma, si no nos hubiéramos acelerado en la competición extrema tal vez hoy la luz de la vida nos hubiera tratado con mayor magnanimidad. El mundo se ha hecho muy pequeño, ya no cabemos todos en el gran gimnasio del progreso acelerado, de la piscina del spa lleno de estrés, es hora de que la alegría de vivir nos toque como si fuera un plácido rayo de sol, es hora de aceptar nuestros defectos y de rendirnos a la ternura que se avecina, porque lo mejor está por llegar, acabamos de vencer a las bicicletas estáticas y a las cintas andadoras, hemos roto a hablar con palabras limpias, ponemos cara de escuchar, así que pronto llegaremos a la escucha activa. No hay que desesperarse, dejemos ese derecho para los que verdaderamente lo están pasando mal en este momento.

Ya lo dice Adan Kovacsics en su hermoso libro Guerra y lenguaje: “¿Sabes?, hay quien sostiene que la confusión que se produjo en Babel no se debió a la división de una única lengua en varias, sino a que quienes hablaban la misma lengua no lograban entenderse entre sí”. Yo creo que la torre de Babel era un macrogimnasio que llevaba a la incertidumbre del cielo. Pongamos los pies en la tierra y empecemos a escucharnos de verdad.