Esta noche he soñado con Henri Matisse,
lo veía recortando sus papelitos de colores, imponiéndose a las estéticas del
llanto y sublevando el bien estar para que siempre fuéramos felices
contemplando sus cuadros que son, principalmente, una bocanada de aire libre.
Eso me ha pasado, o he imaginado que me
ha pasado, no estoy segura, después de pensar en mi amiga Lorenza, aquella con
la que fui castigada porque nos precipitamos al patio del recreo para ver pasar
un helicóptero en vez de permanecer sentadas en nuestro pupitre como estatuas.
Quizá fue el mismo día que nos
explicaron la fábula de la hormiga laboriosa y la cigarra cantarina, y yo
decidí ser cigarra y no abrirme un plan de pensiones sin saber siquiera lo que
era un plan de pensiones.
Eso fue mucho antes, también, de que
leyera a Ramón Andrés y estuviera de acuerdo con él cuando dice que: “La
vida ha sido enfocada como un negocio”. Y lleva razón el hombre en sus
palabras; nos han metido la prisa en vena, la culpabilidad entre las sienes y
nos han desprendido de nuestros ritmos naturales. Y sigo viendo a Henri Matisse
recortando sus papeles de colores, y soy feliz viéndolo en la tarea de crear
belleza generosamente, sin guardar nada para sí, como ese libro de poemas de
Miguel Torga titulado Nihil Sibi.
Y todo parece templado, en la hora de la
siesta, como la rebeldía de dos desobedientes colegialas que vieron, por primera
vez, un helicóptero, y sintieron tanta alegría que valió la pena la apuesta. Así
que sólo estoy para alegrías, no me busquen para ruinas ni empresas de
competencias. Yo sólo quiero cantar al sol y a la luna inmensa, a esos campos
de olivos y al derroche de la
jacaranda, que también se me apareció en sueños como si la hubiera pintado,
fogosamente, Henri Matisse.
Así que no quiero asistir a discusiones
de vanagloria ni a encuestas premonitorias, que quiero beber el agua limpia de
los arroyos y besar a mi amor con libertad, y el que ofrezca eso, ganada lleva
la cordura frente a los asentamientos fríos, a la intemperie, a los que nos
quieren llevar con la entronización de lo burdo. Así que recuerdo a mi amigo
Manuel Torralvo explicándome como le enseñaron a él lo que era la incómoda
eternidad, y la eternidad era como una hormiga que devora eternamente el
ecuador. Y me reafirmo: quiero ser cigarra en medio de los chopos, en los bosquecillos
de Granada o, simplemente, poetiZa en la ciudad de Córdoba y no parar de
sonreír, de producir sonrisas y de acariciar a mis gatos.