sábado, 16 de febrero de 2019

María Romera Bodoque




Apareció un día en el taller de escritura que yo estaba impartiendo para la Asociación Hasday. Y su fuerza era tan grande como la de un volcán hechizado por años, un volcán de sus Islas Canarias que ella quiere tanto. María Romera Bodoque tiene el don de las palabras, siempre le he dicho que es un Víctor Hugo, torrencial en sus verbos, arrolladora en sus relatos. Ella no se achanta ante nada y lo mismo compone un hermoso poema sentimental y reivindicativo de sus juegos de infancia que nos narra las idas y venidas de los seres que componen un tablao flamenco, en medio de un patio, en medio de la vida.

         Ella no ha necesitado maestros, su intuición lo puede todo y participa con éxito en todo lo que se proponga porque sus venas son arroyos de generosidad, y lo mismo acoge a sus hijos y a sus nueras que le hace espacio a la amistad y a su labor poética.

         Ha vivido el dolor y la alegría a raudales, ha probado lo malo y lo bueno de la vida y nada le hará cansarse de vivir, porque ella ama la vida sobre todas las cosas. Y nunca deja su labor literaria, dándole existencia al dolor que retuerce y a la risa que invade. Ella es el  optimismo sin fin. Por eso me gustaría que nos hablara de la felicidad que ella sólo sabe percibir, con la sencillez que ella sabe darle a sus escritos, con la vitalidad que le da a sus diálogos.

         Ella, que es incontenible, debe narrarnos sus aventuras de niña, aquella niña que no tenía muñeca y que, sin embargo, no paraba de jugar con los verbos. Te quiero mucho María Romera Bodoque, todo el mundo que te conoce acaba queriéndote. Y tú, que no tienes miedo a nada, nos enseñaste a todas que eso del miedo escénico es una tontería, que la escritora debe decir con valentía y que no hay barreras cuando una quiere contar, porque eres una mujer voluntariosa y tienes que poner toda la voluntad en seguir escribiendo y decirnos cómo ves tú la naturaleza, los pájaros y la amistad. Por eso te pido desde aquí que nos cuentes tus amores y que no te guardes nada para ti, porque tú has hecho lo imposible y lo seguirás haciendo. Que nos cuentes tus experiencias, esas experiencias originalísimas que no podremos ver en ninguna televisión pero que son valiosas, porque o las narras tú o no lo hace nadie.

         Y es que estas mujeres de la edad de nuestras madres, las que se han criado sin televisión y sin lujos, llevan dentro de sí un diccionario que no hay que dejar escapar. Algún día la historia de la literatura tendrá que asumir esas escrituras que ha dejado que se pierdan en beneficio de una intelectualidad mal interpretada.

         Escuchemos a esas mujeres, que como María Romera Bodoque, tienen la capacidad de expresar las historias de aquellos años en que querían hacerlas invisibles y, sin embargo, ellas a través de la cocina, de la limpieza, de la costura y de sus chascarrillos y cuentos han conseguido trasmitirnos lo que esencialmente son: icebergs que despuntan entre las aguas. Mujeres que no consintieron en quedarse calladas y que hoy nos ofrecen a través de sus creaciones una lección de vida y generosidad que ningún manual de literatura recoge, pero que debía recoger. Lo dicho: Escritora María Romera Bodoque, a seguir escribiendo.


María Romera Bodoque recitando su poema La Muñeca, que se sabe de memoria.