Estaba haciendo una ensalada de naranja
y bacalao, con patatas y aceitunas, y con un poquito de cebollino, también le eché aceite de oliva, cuando me
acordé de mi amiga Cristina Cañamero, pintora ella. Entonces decidí ir a verla
a la Biblioteca Central de Córdoba donde está dibujando personajes fantásticos en
sus paredes blancas.
Y me la encontré allí, con su mirada de
náufraga volcada sobre su creación impactante y a la vez serena. Ella, que es
pequeña como una niña y que se sabe canciones de memoria y que nos las dice en
la noche cuando, alguna vez, se escapa de su trabajo.
Cristina es laboriosa y se merece todo
lo bueno que le pase, tiene un sentido de la perfección y del deber que le hace
parecer una joven asceta y su cuerpo acoge todas las líneas del mundo. Yo la
admiro.
Ella
y su sentido de la proporcionalidad, el vigor de las figuras, es un espectáculo
verla dibujar, es una suerte su risa. Y es una suerte que se dignara ilustrar
mi cuento Landa y el País de la Sencillez.
Y quiero nombrarla, dar prueba de mi
confianza en ella y de mi respeto por su trabajo, que espero que se reconozca
con una fiesta digna de su genio. Brindamos por Cristina mientras
buscábamos el sosiego, y prometimos, que nadie nos desviaría de nuestro empeño
por no salirnos nunca del campo de los matices, porque eso es lo verdaderamente
humano, esa es la fuente.
Cristina Cañamero |
Con mi amiga |
Aquí les enlazo Landa y el País de la Sencillez