domingo, 12 de junio de 2016

A la pintora



         Estaba haciendo una ensalada de naranja y bacalao, con patatas y aceitunas, y con un poquito de cebollino, también le eché aceite de oliva, cuando me acordé de mi amiga Cristina Cañamero, pintora ella. Entonces decidí ir a verla a la Biblioteca Central de Córdoba donde está dibujando personajes fantásticos en sus paredes blancas.

         Y me la encontré allí, con su mirada de náufraga volcada sobre su creación impactante y a la vez serena. Ella, que es pequeña como una niña y que se sabe canciones de memoria y que nos las dice en la noche cuando, alguna vez, se escapa de su trabajo.

         Cristina es laboriosa y se merece todo lo bueno que le pase, tiene un sentido de la perfección y del deber que le hace parecer una joven asceta y su cuerpo acoge todas las líneas del mundo. Yo la admiro.

Ella y su sentido de la proporcionalidad, el vigor de las figuras, es un espectáculo verla dibujar, es una suerte su risa. Y es una suerte que se dignara ilustrar mi cuento Landa y el País de la Sencillez.


         Y quiero nombrarla, dar prueba de mi confianza en ella y de mi respeto por su trabajo, que espero que se reconozca con una fiesta digna de su genio. Brindamos por Cristina mientras buscábamos el sosiego, y prometimos, que nadie nos desviaría de nuestro empeño por no salirnos nunca del campo de los matices, porque eso es lo verdaderamente humano, esa es la fuente.

Cristina Cañamero


Con mi amiga