Durante
mucho tiempo no me ha gustado la palabra “cómplice”, pero he de reconocer que
me he ido reconciliando con ella a raíz de la lectura de la novela Deseos de Marina Mayoral. Hoy en día “se
usa también para decir que dos personas se entienden bien, participan en algo
que puede ser bueno”, dice la autora gallega.
Las personas somos ilimitadas en
nuestras acciones, hasta podemos cambiar el significado de las palabras, eso me
parece un milagro. Y cuando contemplo el mundo, obstinado en sus rotaciones, me
digo: cómo tanta gente puede caber en un espacio finito; es decir, pienso en el
número, en lo medible y comprendo que necesitaríamos una complicidad pacífica
que nos liberara de tantas guerras.
En esta cara del planeta en la que nos
preparamos para las comidas de empresa y la purpurina, en la que respondemos rápidamente
sin detenernos en la fase de escucha, en la que nos guía el material estresante
y la poca devoción por el hablar sereno es maravilloso que podamos convertir
palabras y llenarlas de lo bondadoso del idioma. Y si somos así de mágicos y
desertamos así, de pronto, de las delincuencias y sus términos por qué no damos
un paso más, un salto genético que diría un falso erudito, y construimos un ambiente
donde el razonamiento del agua y sus movimientos, de sus corrientes y de su
cordura nos lleve a ser aprendices, siempre, felices como aprendices que no
cesan.
Frente a la lógica del enfrentamiento
propongo ese saber que no hiere sino que te ama gota a gota y que con ellas,
con su constancia, disuelven el mal. Ya sé, son palabras de ilusa, pero en
estos días que celebramos la llegada de la luz deberíamos pensar en cómo la
dejadez de los estados pueden procurar que, de pronto, nos volquemos hacia la más
inhóspita de las decadencias; así que los hablantes, que somos al final los que
gobernamos el mundo, deberíamos afanarnos en escoger las palabras bellas para
regalarlas, para construir la benevolencia.
El lenguaje es una cisterna, una de
esas hermosas cisternas que recogían el agua llovediza, y en el lenguaje mismo
nacen los indicios de violencia o de comprensión. Les pido desde aquí que
seamos todos cómplices de paz incluso en nuestras más pequeñas manifestaciones
y que desterremos el chiste zafio, la brutalidad verbal, la desconsideración
lingüística, el menosprecio al decir con arrogancia para construir una nueva
charla, un nuevo rumor de la esfera que habitamos, para que globalicemos de una
vez las buenas maneras. Feliz Navidad, queridos y queridas, cómplices de la amabilidad.