Le hemos dado una oportunidad
a la palabra y ahora sería necesario que la acariciáramos como si entre
nuestras manos tuviésemos un pañuelo de Cachemira, como si supiéramos que la
amabilidad es sagrada y el mundo no estuviera lleno de contrarios, y nuestra
acción más curiosa sería desearnos buen día.
Porque somos seres curiosos, tenemos
siempre ganas de saber más del otro y disimulamos mal nuestras almas de
cotillas. Utilicemos ese deseo para beneficio de todos. A la escuela vamos a
hacer amigos, a la universidad vamos a hacer amigos, al trabajo vamos a hacer
amigos. Lo que aprendamos o consigamos es secundario, nuestro máximo interés
debe ser la amistad, en el hemiciclo también.
Dejemos guardados nuestros pinchos y
agujas, nuestros estiletes dorados y seamos ceremoniosos en el decir para que
se nos entienda bien, para que se nos distinga de los que hablan pa dentro
como somormujos. Volvámonos delicados en la pronunciación, cuidadosos en la
gramática, admiradores de los distintos acentos, sólo así nos distinguiremos de
los maleducados que acarician el tono marcial.
Observo
a mis gatos y pienso que su silencio es un don, que no necesitan los nombres y
los verbos, que somos nosotros los que estamos necesitados de hablar y que aún
no dominamos el regalo del lenguaje, es un misterio del que siempre deberíamos
estar maravillados y, por eso, sería grato que fuésemos cuidadosos con la
elección de las palabras.
Y que sería bueno ser sencillos como
los versos del poeta Bilhana, que escribió en sánscrito. Y que sería bueno que
seamos claros como las fuentes que manan en la ciudad de Córdoba, donde paseo
diariamente y busco la nada entre sus callejuelas. No una nada existencial y excesivamente
razonada sino una nada pacífica y respiratoria, un aroma a cítricos y a
humedad, un sueño que no desvela, una nada que no es mía ni de nadie sino que,
entre todos, hemos sabido construirla y darle invisibilidad para que la vida
tenga su sal y su pimienta. Una nada a la que llamamos paz y los matemáticos “conjunto
vacío”.
Exportemos esa nada por todo el mundo,
acojamos la nada de otras civilizaciones, porque el silencio no es igual en
todos sitios, y dejémonos de misiles y amenazas, de herir los monumentos que no
nos pertenecen y preocupémonos de tener buenas intenciones, curiosidad
constante y madurez suficiente como para aceptar nuestras propias espinas, y
que todos los dioses y las diosas nos regalen voluntad para corregirnos.
Por favor, señoras y señores diputados háganse
amigos entre ustedes e indaguen con curiosidad de dónde vienen, cómo se llaman
sus hijos o cuál es su color preferido. Hablen entre ustedes, que todos
saldremos ganando. Y, de vez en cuando, reflexionen sobre qué es la honestidad
y si hay una palabra más hermosa que esa. Escúchense y díganse gracias y de nada.