sábado, 16 de julio de 2022

Hacerse el tonto

 


De hacerse los tontos nos llevará lejos hasta aquí me invento yo una noticia y veremos  las cosas con la nitidez de la neo-ética. De esto viene de lejos hasta, al fin y al cabo, no somos los primeros que ya se sabe de nuestra historia picaresca. De por qué ahora sale todo esto hasta, de nuevo, estamos en verano y la gente no se entera de nada, solo piensa en beber y tomar el sol. De estos polvos y estos acuerdos hasta nos acabamos de enterar de lo que pasa en el país, en sus altas instituciones y sus grandes poderíos, llega ahora la basura de las grabaciones entre el periodista Ferreras y el comisario Villarejo.

 

            Y no se puede sentir sino tristeza de tanta mancha y de tanto intervencionismo y tanto moler deshonestidad sobre este mapa que todo lo aguanta. Y ahora, además, no es tan grave porque los ítems de la gravedad los pone la gente que puede. Así de oscura es la aventura, así de triste.

 

            Mientras pasan por televisión partidos de tenis interminables y su definición de héroe, músicas bum-bum hasta el delirio, guerras que se enquistan y emigrantes a los que no reconocemos. Y las verbenas, las macro-verbenas celebran la animalidad del hombre y la posibilidad de sustancias enajenantes. Así entramos en la calor profunda como una profecía dicha con la voz hueca que no quisieron escuchar. Así se cortan árboles, se encera la vida con cemento y duro corazón y fragmentos de dimes y diretes que llaman entrevista.

 

            El espectáculo está servido y el pueblo ni se entera, que tiene que llegar a fin de mes como sea, trabajando el que puede y sin quejarse, porque eso de los sindicatos ha dejado de estar de moda. Nos gobiernan los de siempre sin gobernarnos, sin necesidad de levantar la voz ni henchir el pecho ni, mucho menos, apreciar una composición lógica que nos convenza: Si tienes dinero te darán beca. Ese es el principio de la irracionalidad, no olvidemos que el principio de la tragedia es la catarsis, ¿de verdad la necesitamos? ¿Para cuándo la rectificación sencilla, la dimisión a tiempo y la justa medida?

 

            ¿Para cuándo la vegetación constante, la salida de la oratoria de rabo y machirulo, el vencimiento del prestigio que da el dinero? ¿Para cuándo se darán por aludidos los que siembran la sospecha y la idea absurda de que la política tiene que ser un laberinto guardado por el inmenso toro sangrante de la arrogancia? ¿Hasta cuándo este martirio? ¿Por qué hoy?