domingo, 11 de octubre de 2015

Patriotismo



Hay quienes cogen el rábano por las hojas, aquellos que se quedan con el chiste, la gracieta y deciden que leer es un ejercicio light (ligero) y prefieren no entrar en la profundidad de lo que realmente las palabras quieren decirle. El humor es una forma inteligente de deleite y también de enseñanza. Mi hermano es un payaso y sabe de sobra que lo que digo es cierto, trabaja en el circo de la vida y siempre que tiene que defenderse lo hace con el sosiego, el buen estar, de quien saber responder con una sonrisa.

En una ocasión vino una joven francesa a mi casa y convivimos con ella un mes, yo le leía los poemas de Paul Éluard y la llevábamos a la playa, también hicimos una excursión a Granada, otra a la Alcazaba de Málaga, en fin que la paseábamos, le dábamos vino dulce y la enseñamos a beber en un botijo. Ella, algunas veces, desconsolada, se ponía a ver la tele mientras nos confesaba que entendía a los personajes que salían en la pequeña pantalla mejor que a nosotros. Nosotros nos mirábamos extrañados e incluso entristecíamos porque no sabíamos hablar como los de Madrid para poder agradar aún más a nuestra invitada.

Un día que estábamos los tres subidos en un colchón hinchable, pataleando sobre el azul del agua, ella espantada dijo: “¡Oh!, ¡qué es eso!”, mientras señalaba un pañal blanquísimo que flotaba a la deriva como un pequeño pecio. Mi hermano sin inmutarse le respondió con desparpajo: “Una plataforma para que descansen los chanquetes.” Mi hermano sonrió y siguió chapoteando. Ella me miró algo extrañada, yo asentí convencida y le dije que podía preguntarle a mi padre cuando llegara a la orilla qué eran los chanquetes. Mi padre le dijo que los chanquetes son corbattes minúsculas que se comen revueltos con pimientos asaos,  y la llevamos al merendero a que los probara.

Mi hermano no era un gran patriota, no tuvo esa salida para defender la pureza del mar de Málaga, provincia perteneciente a la orgullosa España. Aquel hallazgo que hizo la francesa, verbalizándolo con tanta escandalera, sólo mostraba que era una persona que no admitía los errores de los hombres y las mujeres. Su reacción acertada debería haber sido recoger la basura y seguir nadando con total naturalidad sin romper el momento de éxtasis que estábamos viviendo jugando con las leves olas. Eso pensamos nosotros, pero, en fin, era joven y exigente.

Hay quien le tiene miedo a la risa, quien la prohíbe incluso en su casa o en su país, hay quien tiene miedo de decir una frase amable, no acostumbran a ello. A esas gentes les diría que lean profundamente el Quijote, ese libro erasmista que tan bien nos representa, si es que algo tiene que representarnos; nunca está de más leerlo. Mi hermano lo ha leído ya veinticinco veces, en distintas versiones, los colecciona como colecciona bromas inocuas que le quitan hierro a todos los asuntos.


Al mes de irse nuestra invitada recibimos un regalo, se trataba de una casete con las canciones de Maxime Le Forestier y Jacques Brel, durante una temporada sólo escuchábamos esa música para no echarla de menos, ella también nos enseñó muchas cosas. Pero desde entonces miramos la tele con tristeza pensando que a los de Madrid los entendía mejor que a nosotros.