Hay
quienes cogen el rábano por las hojas, aquellos que se quedan con el chiste, la
gracieta y deciden que leer es un ejercicio light (ligero) y prefieren no
entrar en la profundidad de lo que realmente las palabras quieren decirle. El
humor es una forma inteligente de deleite y también de enseñanza. Mi hermano es
un payaso y sabe de sobra que lo que digo es cierto, trabaja en el circo de la
vida y siempre que tiene que defenderse lo hace con el sosiego, el buen estar,
de quien saber responder con una sonrisa.
En
una ocasión vino una joven francesa a mi casa y convivimos con ella un mes, yo
le leía los poemas de Paul Éluard y la llevábamos a la playa, también hicimos
una excursión a Granada, otra a la Alcazaba de Málaga, en fin que la
paseábamos, le dábamos vino dulce y la enseñamos a beber en un botijo. Ella,
algunas veces, desconsolada, se ponía a ver la tele mientras nos confesaba que
entendía a los personajes que salían en la pequeña pantalla mejor que a
nosotros. Nosotros nos mirábamos extrañados e incluso entristecíamos porque no
sabíamos hablar como los de Madrid para poder agradar aún más a nuestra
invitada.
Un
día que estábamos los tres subidos en un colchón hinchable, pataleando sobre el
azul del agua, ella espantada dijo: “¡Oh!, ¡qué es eso!”, mientras
señalaba un pañal blanquísimo que flotaba a la deriva como un pequeño pecio. Mi
hermano sin inmutarse le respondió con desparpajo: “Una plataforma para que
descansen los chanquetes.” Mi hermano sonrió y siguió chapoteando. Ella me miró
algo extrañada, yo asentí convencida y le dije que podía preguntarle a mi padre
cuando llegara a la orilla qué eran los chanquetes. Mi padre le dijo que los
chanquetes son corbattes minúsculas que se comen revueltos con pimientos asaos,
y la llevamos al merendero a que los
probara.
Mi
hermano no era un gran patriota, no tuvo esa salida para defender la pureza del
mar de Málaga, provincia perteneciente a la orgullosa España. Aquel hallazgo
que hizo la francesa, verbalizándolo con tanta escandalera, sólo mostraba que era una persona que no admitía los errores de los hombres y las mujeres. Su
reacción acertada debería haber sido recoger la basura y seguir nadando con
total naturalidad sin romper el momento de éxtasis que estábamos viviendo
jugando con las leves olas. Eso pensamos nosotros, pero, en fin, era joven y
exigente.
Hay
quien le tiene miedo a la risa, quien la prohíbe incluso en su casa o en su
país, hay quien tiene miedo de decir una frase amable, no acostumbran a ello. A
esas gentes les diría que lean profundamente el Quijote, ese libro erasmista
que tan bien nos representa, si es que algo tiene que representarnos; nunca
está de más leerlo. Mi hermano lo ha leído ya veinticinco veces, en distintas
versiones, los colecciona como colecciona bromas inocuas que le quitan hierro a
todos los asuntos.
Al
mes de irse nuestra invitada recibimos un regalo, se trataba de una casete con las canciones de Maxime Le Forestier y Jacques Brel, durante una temporada sólo escuchábamos esa música
para no echarla de menos, ella también nos enseñó muchas cosas. Pero desde
entonces miramos la tele con tristeza pensando que a los de Madrid los entendía
mejor que a nosotros.