Feroces
nacen las estrategias, quizás la más común es hacerse el tonto, pero corre el
peligro, todo aquel que se denigra a sí mismo, de quedar acobardado en el
rincón verdadero de los torpes, en sus beneficios. Esto es un gran obstáculo
para la conversación pues sólo se toman los significados de las palabras a
conveniencia y se hacen gestos de aparente ingenuidad. Ha llegado el tiempo de
desertar de todas esas chifladuras si queremos que nuestros hijos no crezcan
obstaculizados por el rencor, que al fin y cabo no es más que volver siempre sobre lo irresuelto. Lo no resuelto se aclara con humildad y un amor infinito al
vivir.
Así que hemos crecido y, admirados
todos por la riqueza, copiamos los planes de enajenación de los
seres que no andan para nada porque les supone demasiado esfuerzo salir de sus
dominios lineales y urbanísticos. Frente a la redondez que propicia la charla
en la plaza están la rectitud de los nuevos enclaves del progreso y las
películas de miedo.
Me imagino a Hannah Arendt y a María Zambrano buscando sus caminos en el exilio, despreciando a la vez los logros banales de la multitud y el
ensimismamiento y me digo: deberíamos tenerlas más cerca, conocerlas más. La
fiebre del ladrillo ha hecho de nosotros un país interminable llamado
Globalización y, sin embargo, no estamos habitados por la generosidad de dejar
un mejor futuro. Si eso llenara nuestro corazón trabajaríamos con más ganas en
recrear un escenario en que cupiéramos sin molestarnos, esa sería nuestra
herencia.
No, no podemos hacernos los tontos,
citar de nuevo a Cicerón, Lampedusa o el manido Churchill. Sólo abriendo la
ventanilla de nuevas lecturas creceremos, y es que la primera función del
lenguaje es hacernos crecer, comunicar se conjuga con el crecimiento
interior. Les propongo, Señorias, que busquen nuevas fuentes para elaborar una
plácida perspectiva que nos procure más felicidad para nuestras hijas. Tal vez
si tenemos eso en mente podremos dejar de tontear.