Todas
las personas llevamos el nacer y el morir dentro y poco importa las formas que
queramos darles a nuestras vidas, el destino se encarga del principio y del
final sin excusa posible. Por eso me extrañan los radicales que no son capaces
de entender la existencia de los otros y piensan que todas las ciudades deben
parecerse a la individualista Nueva York. Nosotras no somos de allí, pero
tampoco somos del vocerío y la copla sobreactuada. Me entristece el reduccionismo
como me entristecen las gentes que quieren simplificar el diccionario y quieren hacer sinónimas
palabras que a todas luces no significan lo mismo. No, no es lo mismo violencia
de género que violencia doméstica.
Si las feministas se han encargado de algo
es de luchar contra el destino impuesto por los que no quieren limpiar su
propia basura. Claro, si no friegas los platos tienes más tiempo para
cultivarte e introducirte en la alta cultura, esa refinada pertenencia a lo
extra-brillante.
Los ricos se molestan cuando ven a los
que fueron pobres entrar en sus restaurantes caros, los blancos miran de
soslayo a los negros y hay quienes no soportan que las mujeres respiren en
libertad: esto último se llama misoginia. Así atardece cada día, bañando el
rosado del cielo los barrios marginales donde las cuentas se ajustan
severamente. ¿Quién piensa en las niñas del extrarradio?, ¿qué partido político
ha escuchado las voces de lo que se llama bolsas de pobreza?, ¿han pensado con
seriedad lo que estamos haciendo con ese capital humano?
Amanece lentamente y una legión de
mujeres sube hacia los barrios altos a limpiar, “¡Cuántas artistas se está
perdiendo el mundo del espectáculo por culpa del trabajo!”, diría mi amiga
Carmela López Román. Y así y todo cantan, con unas voces deliciosas, sin pegar
gritos ni ser transmitidos sus cantos por televisión. Si no tuviéramos la idea
de jerarquía como modelo a seguir, si de verdad actuáramos en red nos ahorraríamos
muchos fármacos que no son más que venenos para adormecer cualquier sed de
placer y dignidad.
Y ahora para colmo llegan los que
quieren ser medida de todas las cosas, los que desean acabar con la palabra
razonada, ese incipiente brote que había surgido entre la hora del deber ser y
la feria continua. Y quieren que sus significados imperen manchando la sosegada
luz que administran las garzas.
Son épicos y huraños, desconocedores de
la paz del alma y provocadores sin límites éticos. Ha llegado la burda mano
llena de la ponzoña de la mentira. Debemos estar preparadas. Han llegado, y se
han colado por la rendija producida en el momento justo en que se acaba el habla.
Así que hablemos nosotras, las personas de bien. Hablemos de la miseria y de la
posibilidad de contener los plásticos, hablemos de las luces extravagantes y del
dinero veloz y derrochón. Hablemos de nuestros cascos antiguos que no se
parecen a Nueva York y sus costumbres. Hablemos de la posibilidad de que todas
seamos artistas. Hablemos de cómo nos emborrachan con la sub-cultura del
alcohol y las pantallas refulgentes. Hablemos de las bellas hojas de los
magnolios, casi enceradas, que parecen esculpidas y son tan resistentes como la
rebeldía que no debemos abandonar ni un instante, porque si no, en ese momento,
penetra el discurso del insolente y atrabiliario señorito a caballo.