sábado, 5 de enero de 2019

El momento justo en que se acaba el habla




Todas las personas llevamos el nacer y el morir dentro y poco importa las formas que queramos darles a nuestras vidas, el destino se encarga del principio y del final sin excusa posible. Por eso me extrañan los radicales que no son capaces de entender la existencia de los otros y piensan que todas las ciudades deben parecerse a la individualista Nueva York. Nosotras no somos de allí, pero tampoco somos del vocerío y la copla sobreactuada. Me entristece el reduccionismo como me entristecen las gentes que quieren simplificar el  diccionario y quieren hacer sinónimas palabras que a todas luces no significan lo mismo. No, no es lo mismo violencia de género que violencia doméstica.

         Si las feministas se han encargado de algo es de luchar contra el destino impuesto por los que no quieren limpiar su propia basura. Claro, si no friegas los platos tienes más tiempo para cultivarte e introducirte en la alta cultura, esa refinada pertenencia a lo extra-brillante.

         Los ricos se molestan cuando ven a los que fueron pobres entrar en sus restaurantes caros, los blancos miran de soslayo a los negros y hay quienes no soportan que las mujeres respiren en libertad: esto último se llama misoginia. Así atardece cada día, bañando el rosado del cielo los barrios marginales donde las cuentas se ajustan severamente. ¿Quién piensa en las niñas del extrarradio?, ¿qué partido político ha escuchado las voces de lo que se llama bolsas de pobreza?, ¿han pensado con seriedad lo que estamos haciendo con ese capital humano?

         Amanece lentamente y una legión de mujeres sube hacia los barrios altos a limpiar, “¡Cuántas artistas se está perdiendo el mundo del espectáculo por culpa del trabajo!”, diría mi amiga Carmela López Román. Y así y todo cantan, con unas voces deliciosas, sin pegar gritos ni ser transmitidos sus cantos por televisión. Si no tuviéramos la idea de jerarquía como modelo a seguir, si de verdad actuáramos en red nos ahorraríamos muchos fármacos que no son más que venenos para adormecer cualquier sed de placer y dignidad.

         Y ahora para colmo llegan los que quieren ser medida de todas las cosas, los que desean acabar con la palabra razonada, ese incipiente brote que había surgido entre la hora del deber ser y la feria continua. Y quieren que sus significados imperen manchando la sosegada luz que administran las garzas.

       Son épicos y huraños, desconocedores de la paz del alma y provocadores sin límites éticos. Ha llegado la burda mano llena de la ponzoña de la mentira. Debemos estar preparadas. Han llegado, y se han colado por la rendija producida en el momento justo en que se acaba el habla. Así que hablemos nosotras, las personas de bien. Hablemos de la miseria y de la posibilidad de contener los plásticos, hablemos de las luces extravagantes y del dinero veloz y derrochón. Hablemos de nuestros cascos antiguos que no se parecen a Nueva York y sus costumbres. Hablemos de la posibilidad de que todas seamos artistas. Hablemos de cómo nos emborrachan con la sub-cultura del alcohol y las pantallas refulgentes. Hablemos de las bellas hojas de los magnolios, casi enceradas, que parecen esculpidas y son tan resistentes como la rebeldía que no debemos abandonar ni un instante, porque si no, en ese momento, penetra el discurso del insolente y atrabiliario señorito a caballo.