Todo
es aceptado detrás del “Érase una vez…”, fórmula de la ficción y llave de los
encantamientos, lugar donde nos adentramos desde la infancia y que sirve de
recorrido y experiencia para diferenciar lo inventado de lo real.
Lo que no son tan aceptables son los
aprovechados de la creación para meter sus zafias manos en el mundo de las
historias y los cuentos, también de la poesía, el teatro o el cine.
¿Cómo podemos captar la malevolencia,
los añejos complejos ideológicos para beneficio propio? Es fácil: teniendo unos
lectores cultivados que sepan lo que es un comentario de texto, que tengan
criterio para apreciar a los clásicos y a las clásicas, que cuando lleguen a la
edad adulta puedan disfrutar de unas construcciones dignas de su madurez.
Detrás del “Érase una vez…” cabe todo y
no son las censuras las que nos defienden de lo burdo o lo siniestro o el
insulto por el insulto, sólo nos sentiremos defendidas educando a la población
para distinguir los gritos de los programas del corazón de la dicción correcta
del verso. Así se sustenta el buen arte, no tachando el imaginario sino
revelando lo antiguo y diferenciándolo de lo que hoy nos puede provocar deleite.
Creo en el “Érase una vez…”, los niños
y las niñas comprenden perfectamente los límites que marca. ¿Por qué algunas
personas se empecinan en borrar, desfigurar, los terrenos de las canciones y buscan beneficio de la repetición
bochornosa de desigualdades? Y, sobre todo, ¿no se dan cuenta de que hemos evolucionado
y que esperamos que nos representen con inteligencia?
No todos están dispuestos a aceptar lo
que la sociedad ya viene demandando: letras en las que “ellas” no sea un mero
objeto, artistas que se salgan de sus visiones narcisistas y autocomplacientes,
que tengan cierta conciencia municipal, porque las grandes obras, escojan el
modo de expresión que sea, son aquellas que nos hace salir de nuestra mismidad
y nos eleva, y nos muestras que vivimos en compañía. Obras con las que vemos la
grandiosidad del mundo y de los deseos, obras que nos hacen volar y comprender
que la buena ficción es siempre útil y nos deja en la boca el sabor del agua
fresca, el júbilo de un viaje en globo.