sábado, 28 de marzo de 2020

J.P.




La primera vez que hice el viaje Granada-Almería en tren quedé gratamente sorprendida: la escarcha de la mañana adornaba a las hierbas asombradizas, la sierra era blanca de nieve y esperanza y las cuevas de Guadix indicaban que los seres humanos sabemos buscarnos refugios, después venían los llanos y más tarde el desierto, y después venía el olor a mar y la estación de llegada, tan coqueta, tan humana.

         Mi mujer, sin saberlo, me había regalado un mundo. Y un mundo no se crea en un instante. Me gustó la discreción de sus gentes: nadie me preguntaba qué hacía yo allí, todas las personas que conocí me trataron con cariño. La discreción, para mí, es un valor fundamental, nunca me ha gustado la publicidad que aman algunos ni la falsa familiaridad, siempre he buscado cobertizos desde los que poder crear con serenidad y delicadeza. Hoy se lleva la rapidez y el afán de captar la atención a cualquier precio. Existen intelectuales de pacotilla que no tienen manera de superar su lenguaraz aburrimiento en unos días que debemos estar todas a una, todos a una. Dice Eduard W. Said en su hermoso libro Representaciones del intelectual que “Nada desfigura la actuación pública del intelectual tanto como el silencio oportunista y cauteloso, las fanfarronadas patrióticas, y el repudio retrospectivo y autodramatizador”.  Esta cita la he utilizado otras veces, me gusta mucho: es un aviso para navegantes.

         El mar de Almería, la provincia más oriental de Andalucía, lo visito todos los años y allí me reencuentro con mis discretos amigos, como si todos fueran tímidos.  Entre ellos está mi padrino de boda: Juan Pedro, aunque todos lo llamamos J.P. Es un hombre dinámico, se diría que siempre está en dos sitios a la vez, con buen sentido del humor y ganas, siempre, de divertirse. No sabe bailar y baila como si fuera Keanu Reeves en Matrix doblando la espalda pareciendo que se va a partir, pero no, él nunca se doblega.

         Yo soy más mujer de excursiones que de viajes, y no se me olvidará nunca el día que nos fuimos hasta Serón y después a Vélez Blanco en coche J.P., mi mujer, mi amiga Reme y su hijo Luis y yo. Mi amiga Reme es el origen de todo puesto que ella está casada con el infalible J.P. Hicimos muchas cosas: nos bañamos en la balsa de Cela, vimos de lejos la antigua estación de Tíjola, comimos choto y chorizo y morcilla, fuimos del Calar Alto hasta Macael y, por supuesto, faltaría más: visitamos Vélez Blanco, el pueblo de J.P.

         Y de Vélez Blanco no me sorprendieron el hermoso castillo ni la montaña de la Muela ni el símbolo del brujo hallado en la Cueva de los Letreros, que lo que me sorprendió es el escrito que hay sobre una piedra a las puertas de la piscina municipal, se trata de una cita de Confucio: “Donde hay educación no hay distinción de clases”.

         Pues eso: que es tiempo de buena educación, de no andar molestando a la gente con el miedo, que es tiempo de potenciar la cordura. Y si te aburres haz lo que siempre nos ha aconsejado mi madre: échate en agua. Pero dejad hacer a los que saben y , por favor, seamos cuidadosos con el lenguaje, Ya saben mi lema: gratitud, alegría y sencillez. Ahora más que nunca. Y esa filosofía de vida la he aprendido de héroes cotidianos como mi apreciado amigo y padrino J.P. Un abrazo, campeón.


J.P. y yo de cervezas, pronto brindaremos otra vez

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