Y de nuevo resuenan los tambores de la guerra.
Cuando era joven me llegaba el rumor de la guerra civil española como una
constante letanía susurrada. A todas las contiendas les gusta el susurro y el grito,
a pocas el temple y la voz mediana. Las balas huelen a chulería y, ya de pequeños,
nos asustaban con una bomba que sólo mataría seres humanos, los edificios
quedarían intactos. No entendemos de bando, soy de la tradición de las mujeres
que no acepta esos planes tan masculinos.
Y
es que la escritora de las escritoras dijo que no a través de la escritura, hablo de Virginia Woolf y sus Tres guineas. Pero no fue por ella por la que fui a la
biblioteca, fui a la biblioteca central municipal a sacar un libro de Maite Larrauri
ilustrado por Max, de la colección “Filosofía para profanos”. Su título es La guerra según Simone Weil. Es una
pensadora que se ha puesto de moda, su concepto de atención nos trae al presente y nos posibilita meditar mientras
andamos, su sentido de lo sagrado
como apuesta enteramente humana nos reconcilia con la generosidad. Este librito
debería ser estudiado por la juventud en sus colegios, por los que quieren
reconciliarse y formar parte del diálogo civilizador.
Cerca
de la Biblioteca hay un olmo y es hermoso hacer el trayecto acompañada por el
color ocre y oro de la muralla del marrubial. Me encantan las bibliotecas de
Córdoba, pronto abrirán una nueva, otra sede de la cultura, del aprendizaje
diverso. Tal vez sea algo ingenua, pero soy de las que piensan que allí donde
se empodera al libro, allí donde se da la espalda a la ignorancia desaparecen
las posibilidades de la lucha.
Y es que los guerreros son tan ignorantes… no conocen con quiénes guerrean, con quiénes se abrazan violentamente en el lodo. Si supieran de sus adversarios, de sus costumbres y alimentos, no habría necesidad de tanques ni de que las mujeres y los niños sean las principales víctimas de las batallas, y queden, después, marcados por el rumor de las ballestas y del viento atravesado por balas sin conciencias. Marcados durante años, siglos. Marcados a hierro y fuego en vez de estar poseídos por el perfume de las rosas.
Aquí comparto un poema de mi libro Poesía sociable |