domingo, 24 de enero de 2016

Silencio




              Hay gente que se prepara los domingos y va al centro si quiere ejercer de ciudadano, y allí se encuentra lo que se ha dado en llamar la gentrificación. Y tiendas que pueden estar en cualquier lugar del mundo que han puesto ahí para que no nos perdamos como personas globales que somos. Así todos nos convertimos en seres ajenos a nuestro propio espacio local y nuestra mente navega entre operaciones aritméticas adivinando el precio de los inmuebles.

            Allá van las gentes de las afueras a mirar escaparates y a hacerse ilusiones deseando productos fuera de su alcance. Y los barrios permanecen dormidos porque sólo sirven para eso, para dormir. En Francia les llaman Banlieues.

            En ese escenario de la city hay museos y bares, todo dispuesto para el turista con dinero mientras hacemos del turismo nuestra gran fuente de ingresos. Vivir se ha vuelto difícil en esta época en que queremos excluir todo lo que hace referencia con la vida. Nuestras ciudades de cartón piedra, hermosas y delicadas, que alejan la prostitución a los polígonos, alejan también cualquier rasgo de verdad. Y los aprendices de ciudadanos vuelven desconsolados a sus casas, que es un microcosmos donde le dejamos las puertas abiertas a la publicidad.

            Hay gentes que se disfrazan los domingos de cazadores o ecologistas o simplemente buscadores de setas y se pierden en el campo porque no conocen las leyes del campo y un vaivén, una dulce riada, se mueve cada fin de semana de un lado para otro antes de solicitar a nuestro cerebro la respuesta de por qué nos movemos en esa dirección.

            Buscamos siempre el paraíso, desde que somos pequeños, buscamos el lugar perfecto donde nuestra imaginación nos hace más ciudadanos o más aventureros. Parece que jugamos un rôle play en vez de ejercer la vida. Los anuncios han desbancado a la dura filosofía, que por otra parte acogía tan pocas pensadoras, y nos enseñan cómo debemos comportarnos cuando nos echamos una colonia, por ejemplo. No me extraña que tengamos tan poca tolerancia al fracaso si estamos comiéndonos nuestras raíces divertidamente y el sentido de lo comunal lo ostentan los grandes almacenes.

            Esta sociedad es la que hemos creado, una sociedad insatisfecha que, sobre todo, no tiene tiempo y, en cambio, sí posee un inmenso miedo al silencio.