Cuando
mis primos Paquito Eduardo, Pepe Tony, Carlos Manuel y Ángelo Moisés venían
a casa, mi hermano Antonio Miguel acababa llorando, era como ese personaje de
Laura Esquivel en Como agua para
chocolate que no diferenciaba las lágrimas de la risa de las del llanto.
Los hijos de mi tío Día eran seres
libres y originalísimos, yo los envidiaba secretamente porque iban solos al
río, jugaban con los animales, tallaban pipas de caña y ejercían como pastores.
A mí me parecía que esa era la mejor profesión del mundo: estar tendida en la
yerba mientras veía las cabras comer.
Siempre me ha gustado la novela pastoril, las Églogas de Garcilaso y Heidi.
Lo que no comprendía bien es eso de la oveja descarriada y que dejas al resto
del rebaño para que no se despeñe la rebelde, la verdad es que hay muchas cosas
de la Biblia que no comprendo, a
veces me parece un libro altisonante, y tampoco me gustan las gentes que se
empecinan en leer un solo libro en su vida, en la variedad está el gusto, ¿no?
No hay que tomarse los libros demasiado
en serio, por eso todo el mundo debería tener derecho a construirse su propia
biblioteca, en muchos libros caben muchas ideas en un solo libro cabe la sinrazón.
Dice Edward W. Said que un intelectual debe suscitar perplejidad, yo creo que, además, lo que debe es provocar la risa tierna. A los escritores no debería preocuparnos hacer monerías
y cucamonas, y deberíamos olvidarnos de ser todo el rato como James Joyce por
lo menos, formalmente autoritarios, como si estuviéramos entretenidos en
escribir la Biblia.
Recuerdo el día que llegó mi primo
Paquito Eduardo y le pidió a mi madre que fuera con él a Málaga, a La casa de la música, porque se quería
comprar una batería, mi madre hizo de avalista, yo fui con ella, aquella noche
fue emocionantísima, después mi primo Ángelo Moisés se compró un saxofón. Ellos
nos enseñaron lo que era la alegría de ser autodidactas. Nada
resultaba una frontera en nuestras aspiraciones, todo el arte estaba allí para
entretenerse, para tener la cabeza ocupada con la bondad del arte porque sí. Era
el disfrute por el disfrute, el hacer por el gusto de hacer acompañados: Yo
tocaba la flauta de mentirijilla, tenía tan mal oído que hice el primer play
back que se recuerda en la historia de Campanillas, allá cuando se organizó la primera
fiesta fin de curso en el colegio recién estrenado. Eso si que era una novedad: tener una fiesta fin de curso, ¡menos mal que llegaron los maestros nuevos!
Para mí la compañía es la razón del
arte, el disfrute de los titiriteros, de los payasos, el disfrute, como cuando
te bañas en la playa y juegas con las olas y existe el acuerdo, tácito, de
pasarlo bien entre todos y todas. Si no es así, el juego no tiene sentido y,
entonces, entran ganas de llorar de verdad.
Aquí les dejo a