Las
buenas intenciones
inundadas
de rojo
y
de belleza.
El
día
y
sus tinieblas
se
llevan esa voz.
Al
fin caen los instintos
y
se refleja lo no dicho.
Llegamos
a otra época
donde
el sentido se afana
por
la precisión:
El
hombre no sabe qué hacer
con
la paz y sus letargos.
Las
almas huelen el delirio de la tierra,
a
invierno.
La
comodidad no está hecha
para
la edad del hombre,
para
sus fructíferas cóleras.
Y
pensamos: Ahí vienen los amantes
con
su fulgor.
Estamos
en el lado de la luna
aterciopelada
por pequeños terrores
e
irresponsabilidad.
Y
mientras,
en
peligro,
las
amas de casa
tapan
el fuego,
la
necesidad de existir,
de
llevar,
de
ir.
Limaduras
cálidas como las propiedades
autónomas
que
piden el sacrificio
a
la sombra,
abanicándose,
desconsoladas
porque
no tienen todas las presencias
siempre.
Y
entonces, desde lo más alto,
cae
un mendrugo,
y
el hombre, genérico, dicen, y asustado
no
sabe qué hacer con la paz.