domingo, 23 de abril de 2017

Sarcasmo



Muchas veces sueño con el universo, veo las estrellas y los planetas y quedo sobrecogida ante la amplitud que nos rodea: no somos nadie. En la calle se habla de cosas aparentemente importantes, existe cierto sosiego donde se esconde la palabra ácida del sarcasmo. ¿Por qué hay gentes a las que les encantan herir y dicen palabras ofensivas con la mayor naturalidad mientras la luz del mundo sigue con su ritmo primordial? Cansan esas gentes que llevan el plateado brillo del puñal en sus lenguas. “No sois nadie”. Eso es lo que viene a decir la palabra del que ningunea. Tenemos un idioma demasiado duro, hablamos demasiado rápido, alzamos mucho la voz y no atendemos a la ternura en nuestros discursos. No creo que España esté preparada para la autocrítica, tampoco creo que, ahora, veinticinco años después de la Exposición Universal del 92, podamos ser sinceros en nuestros análisis.

         Hemos jugado mucho con la seducción, pero poco, muy poco con el acuerdo. Se decía que tal o cual líder era un seductor, convertimos el lenguaje en un arma de bajo deseo y, una vez acabada la operación de superficial transformación, esa bola de palabras, se la ofrecimos a la Diosa de la Mediocridad. “Confórmate”, nos dice la televisión y, conformados todos, nadamos en la media gramática sin tener la cabeza estructurada para las grandes ilusiones, para las verdaderas ilusiones como puede ser caminar juntos y tranquilos, caminar en paz. Dice Claudio Rodríguez en su poema Ajeno que “Largo se le hace el día al que no ama/ y él lo sabe.” Y dice también: “Entrará: Y nunca habitará su casa.” Eso es lo que pretenden los dueños del sarcasmo que nunca habitemos en nuestra esencia, que nos olvidemos del bien respirar. Así que tenemos una sociedad que el viernes sale a beber para olvidar el malestar de toda la semana, el sábado anda como el que no sabe y el domingo le envuelve de nuevo el temor a la rutina. Cuando la rutina  debería ser lo más bello del mundo: el mirar de los animales, la sonrisa de los amigos, el despertar sin sobresalto, la caída de la tarde con suavidad. Pero, el hombre, lo siento, a veces es ajeno a estas cosas y llena su boca de burlas sangrientas, que habrá que ir también eliminando si no queremos que nos pase como a esa personaja de Selma Lagerlöf que respetaba no sólo al amo, sino a todos los que se parecían a él.