sábado, 15 de diciembre de 2018

El cinismo





         Se empieza queriendo pertenecer a un grupo y para ello se hacen mojigangas, pequeños chistes, tirando del humor hasta ver dónde para la risa. Es el gracioso de turno, el ocurrente que va conquistando audiencia hasta que un buen número le ríe las gracias. Y entonces es el acabose, el dicharachero continuo, el que le saca punta a todo y, feliz. la risa sin fin le arropa, le acaricia hasta olvidar cuál fue su primer chascarrillo. Lo que todo el mundo sabe es que es sagaz, rápido, y de tanto reír hace llorar.

         A mí esta clase de tipo me recuerda a la obra teatral Lorenzaccio de Alfred de Musset, una obra que leí en los años de juventud y que analizaba a la sombra de la deconstrucción, que se llevaba mucho por aquellos días. Recuerdo cómo me impresionó la noción que tenía el protagonista de la “máscara”, la careta al puro servicio de la ambición personal, sin vergüenza alguna, con frialdad máxima. Ese era un tema querido por los filósofos postmodernos y charloteabammos imaginando teorías como si fuéramos el mismísimo Barthes o Foucault.

         Comprendí que la máscara es  la topografía del cinismo, el lugar por donde se mueve la comedia irrisoria, la jocosidad constante del que todo se lo toma a chufla, la causa del histrión que nunca es aparentemente única ni transparente.

         ¿Se imaginan que alguien se atreviera a entrevistar al sujeto de las bufonadas? Quedaría estupefacto si el Sonriso, en vez de lucir su flamante personalidad de donaire y burla, permaneciera helado, inusitadamente serio, andando con pies de barro, haciendo reflexiones aparentemente geniales y en bucle, sin fin, como todo en él. Confesando alguna pertenencia remota e increíble a cierta honestidad. Se nos cuajaría la sangre de miedo al escuchar la risa sardónica de sus simpatizantes, nos moriríamos de risa. Ese es el siguiente paso de la escala: helar, que los cuchillos puedan cortar el aire.

         Por eso, gota a gota hay que horadar la piedra del humor con el agua que propicia nuestro propio saber quiénes somos y a dónde queremos ir, con la sincera intención de no reírnos de los chistes del sátiro.

         Pues bien, estos son los campos del cinismo, la huerta de los corazones de piedra, la extravagancia del que no quiere perder pie en el zaherir por el zaherir. ¿Cómo le quitamos esa careta que se ha cuajado en su rostro siendo su rostro mismo? ¿Cómo hacemos que cambie esa risa afectada que ya, a estas alturas es mofa, burda mofa? ¿Cómo le hacemos comprender que es un ser anticuado?¿Cómo le decimos que la seriedad no es un gesto adusto y dejarse mecer por los brazos incoherentes del todo vale? Sencillamente: No actuando lo mismo que él, que la risa sea horizontal y participativa, que no humille; a ver si sirven de algo las neuronas espejo.