Sabíamos del placer a pesar de la
grisura del paisaje social que pretendía que todas fuéramos asustadizas y
reprimidas. Nada se hablaba de nuestro derecho al sexo y a la alegría, las
escuelas eran lugares para la confusión y como mucho se explicaba la función
reproductiva. Siempre me ha admirado el poder que tienen los Estados sobre
nuestras mentes siendo posible que nos dejen en una isla desierta y no se produzca un cambio en nuestro comportamiento gracias a la fuerza invisible de estos. Cuando digo que
me ha admirado, quiero decir que me sobrecogía esa fuerza, también subrayo que
me atemorizaba. Así era Franco y su pequeña filosofía del valle de lágrimas.
Menos mal que estaban la naturaleza, el
placer de las plantas al florecer y la sugerente fluidez del agua, el paso
misterioso de los animales que vivían rebeldes y obstinados enfrentándose a
nuestra manera de empequeñecerlos, ellos también sufrían la dictadura, ahora
son mucho más felices, los respetamos más, antes se teñía de heroicidad el
maltrato y hasta se les reían las gracias a quienes hacían sufrir a los gatos y
los perros, o robaban nidos de pájaros.
Esa es la brecha en la que nos movemos:
el momento en que salvamos la zanja de lo totalitario a lo diverso. Fue un
salto inmenso y se empezó llenando los parques de enamorados que se besaban sobre
el césped: la gran eclosión del amor. Pronto llegaron las revistas con mujeres desnudas,
la risa boba y la confusión constante de que el placer le pertenecía a ellos.
Olvidaban que los brazos y las piernas, el vientre y la espalda también causaban agrado, y se supeditaba todo al cetro tirano.
Afortunadamente estaban los libros para
recordarnos los innumerables trayectos de las caricias, pero los libros también
están sesgados, así que mayoritariamente hablaban de ellos, así que llegamos a
la adolescencia sin un verdadero manual de la ternura. ¿Y las fantasías? Esas
también nos han sido impuestas, por eso es tan importante que tomemos al asalto
el mundo de la imaginación y lo llenemos de placeres enteramente nuestros y
verdaderos, y nos enfurezcamos cuando intentan modelar hasta nuestros deseos
sin nuestro consentimiento.
La historia del cine nos ha hecho mucho
daño, han frivolizado sobre nuestras negaciones y nos han encasillado como
fatales o ángeles. Creo que estamos, por tanto, en el momento en que nuestro
hilo de voz empieza a escucharse, a hacerse relevante, vienen días en que
podemos definir, mejor que nunca, lo que esencialmente necesitamos y elaborar
el relato de nuestras propias
apetencias. Aprendamos a distinguir las voces de los ecos y rememoremos
aquellos días en que la espontaneidad de lo propio, verdaderamente propio, nos
guiaba; dejemos de estar rendidas por las apetencias ajenas y exijamos nuestro
derecho irrevocable a la diversión. No importa nuestra edad, eso es lo de
menos.
Tenemos la grandiosa posibilidad de no
transmitir la culpa, elegir no dejarla en herencia; y tenemos la bella tarea de
escoger nuestro canto más nuestro para ofrecer, por fin, una lírica totalmente
original que se base en el campo de la fruición y el respeto.