sábado, 11 de mayo de 2019

Fruir





         Sabíamos del placer a pesar de la grisura del paisaje social que pretendía que todas fuéramos asustadizas y reprimidas. Nada se hablaba de nuestro derecho al sexo y a la alegría, las escuelas eran lugares para la confusión y como mucho se explicaba la función reproductiva. Siempre me ha admirado el poder que tienen los Estados sobre nuestras mentes siendo posible que nos dejen en una isla desierta y no se produzca un cambio en nuestro comportamiento gracias a la fuerza invisible de estos. Cuando digo que me ha admirado, quiero decir que me sobrecogía esa fuerza, también subrayo que me atemorizaba. Así era Franco y su pequeña filosofía del valle de lágrimas.

         Menos mal que estaban la naturaleza, el placer de las plantas al florecer y la sugerente fluidez del agua, el paso misterioso de los animales que vivían rebeldes y obstinados enfrentándose a nuestra manera de empequeñecerlos, ellos también sufrían la dictadura, ahora son mucho más felices, los respetamos más, antes se teñía de heroicidad el maltrato y hasta se les reían las gracias a quienes hacían sufrir a los gatos y los perros, o robaban nidos de pájaros.

         Esa es la brecha en la que nos movemos: el momento en que salvamos la zanja de lo totalitario a lo diverso. Fue un salto inmenso y se empezó llenando los parques de enamorados que se besaban sobre el césped: la gran eclosión del amor. Pronto llegaron las revistas con mujeres desnudas, la risa boba y la confusión constante de que el placer le pertenecía a ellos. Olvidaban que los brazos y las piernas, el vientre y la espalda también causaban agrado, y se supeditaba todo al cetro tirano.

         Afortunadamente estaban los libros para recordarnos los innumerables trayectos de las caricias, pero los libros también están sesgados, así que mayoritariamente hablaban de ellos, así que llegamos a la adolescencia sin un verdadero manual de la ternura. ¿Y las fantasías? Esas también nos han sido impuestas, por eso es tan importante que tomemos al asalto el mundo de la imaginación y lo llenemos de placeres enteramente nuestros y verdaderos, y nos enfurezcamos cuando intentan modelar hasta nuestros deseos sin nuestro consentimiento.

         La historia del cine nos ha hecho mucho daño, han frivolizado sobre nuestras negaciones y nos han encasillado como fatales o ángeles. Creo que estamos, por tanto, en el momento en que nuestro hilo de voz empieza a escucharse, a hacerse relevante, vienen días en que podemos definir, mejor que nunca, lo que esencialmente necesitamos y elaborar el  relato de nuestras propias apetencias. Aprendamos a distinguir las voces de los ecos y rememoremos aquellos días en que la espontaneidad de lo propio, verdaderamente propio, nos guiaba; dejemos de estar rendidas por las apetencias ajenas y exijamos nuestro derecho irrevocable a la diversión. No importa nuestra edad, eso es lo de menos.

         Tenemos la grandiosa posibilidad de no transmitir la culpa, elegir no dejarla en herencia; y tenemos la bella tarea de escoger nuestro canto más nuestro para ofrecer, por fin, una lírica totalmente original que se base en el campo de la fruición y el respeto.