sábado, 18 de mayo de 2019

Pregón: Elogio de la Impureza: Día 16 de Mayo de 2019 en el acto de los Patios del Foro de Política Feminista




            Hoy vengo a hablarles por Alegrías, no se asusten no voy a cantarles, voy a hablarles por Alegrías, alegrías de la Impureza, simplemente quiero reflexionar un poquito sobre lo que el Flamenco ha significado para mí.
            Ya saben todas que me llamo Salvadora Drôme y que el nombre de Salvadora tiene una canción condenatoria que la he escuchado en boca de muchos voluntarios en señalar la maldad inherente en el género femenino.
            La cantaba Caracol y decía así: “Que razón tenía la pena traidora/que el niño sufriera por la Salvaora/ diécisiete años tiene mi criatura/ y yo no me extraño de tanta locura./ Eres tan hermosa como el firmamento,/ lástima que tengas malos pensamientos./ Quién te puso Salvaora/ que poco te conocía,/el que de ti se enamora,/se pierde pa toa la vía./ Tengo a mi niño embrujao/ por culpa de tu querer/ si yo no fuera casao/ contigo me iba a perder./ Dios mío que pena más grande/el alma... me llora.../a ver cuándo suena la hora/que las intenciones/ se le vuelvan buenas/a la Salvaora.

            Como ustedes habrán podido captar lo que se subraya es el carácter malo malísimo de la protagonista y la absoluta desfachatez del que dice, es decir, su suegro, que le canta a la nuera para dejarle claro quién manda en el estado del relato. La mujer que tiene malas intenciones, que no tiene redención, que es pérfida, pero a  la que no le escuchamos la voz porque el dueño de la fábula aleccionadora es masculino y él es quien tiene derecho a denigrar a la joven novia del hijo. Vaya, perversión pura.  Quintero, León y Quiroga fueron los artífices de esa letra y de muchas más en que la fatalidad, el miedo, el desprecio y el dolor ocuparían las cabezas de jovenzuelas que no tenían otro contacto con el arte que aquel que transmitía la radio, la radio del régimen, la misma que utilizaba las novelas para embaucar y apaciguar cualquier indicio de rebeldía. También anestesiaban a través del consultorio de la Señorita Francis que les pedía a sus seguidoras que aguantaran en sus matrimonios desdichados, que agacharan la cerviz y obedecieran.

            Pero el flamenco era mucho más que eso, El Flamenco se hunde en la noche de los tiempos y del dolor. El Flamenco hablaba de pureza, esa gran palabra, que es fría, sin raíces, sin apego a la vida, que me retrotrae a las salas quirúrgicas donde todo está desinfectado. La pureza no deja elección, existe lo correcto y nada más, y nada más.

            Pero el Flamenco es mucho más que eso, es el dolor de parir y no parir, trata de la ingenuidad de las de abajo, aquellas que abrazan la lírica porque la novela es una creación que requiere mucho tiempo, que se necesita por lo menos mucho papel y tinta. La lírica es otra cosa, la puedes escribir en la mente y cantarla al instante como los fandangos. La puede inventar una mujer mientras lava en el río, el río al que teme cuando crece por las tormentas.

            Y la pureza estaba en la garganta de los hombres, ellas cantaban por lo bajini y los ensalzados, los aplaudidos, los serios eran ellos, los respetados. La impureza era nuestra, por lo menos no nos quiten ese calificativo, nos persigue desde que Eva mordió la manzana: “Maculadas sin remedio”, solidaridad desde aquí con la artista Charo Corrales y su obra violentada: Con flores a María. Exposición que está teniendo lugar en la Diputación.

            Recuerdo que cuando niña conocí una cantaora que se enamoró de un hombre que tenía un ojo de cada color, y se hicieron amantes y se acostaron, catapúm chimpún. Pues bien en la peña sólo se hablaba mal de ella, que había llevado al hombre por malos derroteros, le había buscado la perdición. A mí me sofocaba ese trato y pensaba con coraje que siempre habíamos jugado a perder, apostado por el fracaso y que si queríamos ganar teníamos que cantar y querer nuestro cante más que nada en el mundo, apreciar el arte sobre todas las cosas, ¡Oh, Hermanas!¡Oh, Sisters! A aquella mujer le empañaron la carrera, le dijeron que era una pilingui y juzgaron su voz por sus deseos. Siempre me ha molestado que se juzgue a las mujeres por las ganas o no que tengan de practicar sexo, eso ha sido una forma de talarnos y pienso que muchas de las letras del flamenco entronizan esas maneras inquisitoriales hacia nuestros cuerpos. Queridas mi cuerpo es mío solo mío y yo soy dueña de mi deseo y mi disfrute.

            Es fácil obtener el aplauso del público, sólo hay que nombrar sentimentalmente  la patria, recordar a la madre o acogerse a las leyes de la sangre, criticar con vehemencia a los enemigos, remover en la emocionalidad más baja, vestirse para engañar a los turistas o no respetar la cadencia de los silencios. No olvidemos que el sonido de un abanico sobre el pecho de una mujer sustenta el mundo y que las cantaoras buenas llaman respetable a quienes las escuchan. Ese es el contrato, yo te doy lo mejor de mí, te doy la excelencia y tú cuelgas los estandartes con mi nombre en tu corazón. La buena comida se hace lentamente, las buenas amistades se fraguan despacio, los polvos recordables no se han dado a la ligera bajo la voz antigua de: “Ponte”, la orden que escuchaban nuestras abuelas sin más adornos que las exigencias.

            Y dándole al respetable lo mejor el público crece y madura, se hace y comprende que el cante nace del pueblo y que la cantaora es un reflejo de esa selecta democracia. Entonces nacen nombres como Carmen Linares que tiene andares de maestra y a la que todo le resulta fácil. Y canta eso de: “Triana, Triana que bonita está Triana/ Que bonita está Triana/ qué bonita está Triana/ cuando le ponen al puente banderas republicanas/ que cuando le ponen al puente la banderita republicana”. Esa filosofía, la de hacer para la mejoría de todas, es muy distinta del Libro del Tao  de Lao Tse cuando dice: “El santo (el gobernante) actúa de manera que el pueblo no tenga saber ni deseo y que la casta de la inteligencia no se atreva a actuar.” Desde aquí lo digo: No me gusta el Tao.

            Esa es una de las cualidades de la que sabe: mostrar con ligereza, sin peso como si fuera un ave, más ligera que un ave, la pluma de un ave, o la coreografía del vuelo de una mariposa que cantara Lole Montoya, la de Lole y Manuel, ella, la voz del dúo que atravesó la pureza para fusionar, y fusionar no quiere decir otra cosa que unir completamente, no cortar ni pegar sino hacer un uno de la variedad. Una digestión de arte.

            Y me viene al corazón el ritmo de la Martirio meciéndose en una butaca como si fuera en barca, en el vaporcito del Puerto de Santa María a Cádiz, con su voz fusionada también, impura, porque la pureza sólo les sirve a los bobos, a los que no se salen de sí mismos, a los que no quieren la comprensión. Y mientras canta Martirio abraza el jazz como la Niña Pastori amanece en Caí por la madrugá. Y no pasa nada, Señoras. Contaminémonos con todas las voces y reconozcamos a las que las precedieron: La Niñas los Peines, Dolores la Agujetas, la Repompa de Málaga, Rita la Cantaora,  Bernarda de Utrera, La Perla de Cádiz, Pastora Imperio…

            Y sigue el embrujo de la confusión, del remolino, del aquí cabe tó Dios y entonces veo los ojos dorados de nuestra amiga Carmela, la Carmelilla, que me la encuentro una noche en la puerta del Gran Teatro y me dice que acaba de ver a Mayte Martín que con dos ovarios se pone a interpretar los bellos poemas del salinero Manuel Alcántara que nos ha dejado este año discretamente: Y el poema de Manuel Alcántara dice así: “No pensar nunca en la muerte/ Y dejar irse las tardes/ Mirando como atardece./ Ver toda la mar enfrente/ Y no estar tristes por nada/ Mientras el sol se arrepiente./Y morirme de repente/ El día menos pensado./ Ese en el que pienso siempre.”
            Esto fue lo que cantó Maite Martín y tenía a nuestra Carmelilla entusiasmá.

            Y entonces deseo que todas seamos impuras, que esa sangre de la menstruación, que la otra del parir valga más que las sangres de las guerras, que nuestro potencial de paz, de cante por la paz, valga más que cualquier disposición guerrera que sólo sabe generar infelices. Y que lo que se prende de nuestra alma sean las intenciones de hacer versos, cantiñas, como cuando le hablábamos a la amiga y le contábamos nuestras aventuras de amor. Porque Señoras, hay que gozar, disfrutar sin cortapisas. Disfrutar mientras te tomas un helado y paseas por la calle Foro Romano o disfrutar de la brisa sobre la espalda, o del cariño de nuestro compañero o compañera. Y después contarlo, porque tenemos que dejar huellas para que nuestras niñas no se pierdan. Contarlo y cantarlo por Alegrías. Para crear una tradición del bienestar, una tradición donde se acoja nuestro ser mixturado, mezclado, impuro.

            En otra ocasión fuimos al Gran Teatro la Carmelilla y yo a ver al Brujo, representaba una obra de Fernando Quiñones titulada El Testigo, se contaba en dicha obra la vida del cantao Miguel Pantalón. La obra era un estudio con buen humor sobre la genialidad en el Flamenco, sobre su moral y sus leyes. Disfrutamos. Pero vaya si tuvimos que disfrutar. A ella le gustó mucho la parte en que se describe la personalidad del cantao, cuando se ríe el amigo de cómo lo ven sus seguidores y cómo era en realidad, cuando dicen eso de que era un encanto. Un encanto, un encanto…

            Un encanto, un encanto. Digo yo que la Carmela lo que se dice un encanto no era, pa que nos vamos a engañar, cuando te quería dar así en el lomo, te daba. Una tarde estaba yo con un amigo en la Sociedad de Plateros echando un medio, y cojo y le presento a mi amigo: Carmela, aquí Fulanito. Y me dice con desparpajo en un aparte: “¿Este que es el maltratador que nos interesa?”. 

            Bueno, a lo que iba, después del teatro nos fuimos a tomar una cerveza y hablamos del  Consejo Municipal de las Mujeres, ¡no!, del feminismo de la diferencia, ¡no!, de la reunificación de  la izquierda a través de los ovarios, ¡!no. Hablamos, señoras mías del fucking fucking. Ella me contó que fue novia de…… Se me ha olvidao el nombre.  Y  yo le dije que había estao con… No me acuerdo. Mejor lo digo por Alegrías: Existen las Alegrías de Cádiz y las Alegrías de Cádiz, estas son una mezcla larga, por eso la llamo Alegrías en cascadas y dice así. Estas Alegrías las he escrito especialmente para esta ocasión.

Yo conocí a Carmela
Ay, mare en la rebujina
Y no hubo entre nosotras
Ninguna espina
Aquí tienes agüita clara
Yo la traigo con sal
Entre Málaga y Córdoba
Primita está la verdad
Que hablamos de amores
De la humedad del río
Y de lo que es quererse
Y no pasar frío
Que yo no estoy pa penas
Que quiero a la gente buena.

            Lo cierto es que nuestra Carmelilla era mú entrañable, un día vino llorando porque había perdido un amor y le dio por decir que ya no viajaba más, que no volvía a Chueca, que nada, que no viajaba, que no volvía a subirse ni en tren ni en ningún vehículo motorizado. ¿Ustedes saben lo que hizo la Esther? Nuestra Ester García Navarro: Le regaló una maleta.

            Éramos pocas, pero con una malaleche, además entonces no se había inventado todavía la sororidad, por lo menos tal como la entendemos ahora, con delicadeza Esther, con delicadeza. Y la Carmen García Palomo que es la más cateta de tó nosotras decía medio cuchicheando, como si fuera una monja: “Esther a ver si pudiera encontrar la Carmelilla un amor pa toa la vida. ¿Pa tóa la vida Mari? –le respondía la Esther.” Mientras Yolanda Bettioui, pa quitarle hierro al asunto, se emborrachaba con la Carmelilla, y se ponían las dos bonicas y repetías: “Que ya no viajo más, que no voy más a Chueca.”

            Pero el flamenco no es solo el cante, cante como el de Estrella Morente interpretando a  San Juan de la Cruz, ese heterodoxo, esa mezcla de amor a lo divino y a lo terreno.“Tras de un amoroso lance,/ y no de esperanza falto,/ volé tan alto, tan alto,/ que le di a la caza alcance”

            Y esa búsqueda de lo impuro  y lo bello es lo que ha llevado a Rosalía a cantar por los Chunguitos y elevar su cante hasta regiones luminosas.

            Pero el Flamenco no es sólo cante, que también está el toque y el baile. El baile de la excelente María Pagés que en su espectáculo Utopía, inspirado en la obra del arquitecto Niemeyer, construye una coreografía del grupo, de la justicia sin escalafones, del apego absoluto a la generosidad de la realidad, del presente, de lo hibrido.

            Recuerdo que la vi en el teatro Español con mi mujer y las dos nos quedamos anonadadas, admiradas, arrobadas, con ganas de más y más. Por eso la volvimos a ver aquí en Córdoba en otro montaje: Óyeme con los ojos inspirado el título en el poema Sentimientos de ausente de la gran Sor Juana Inés de la Cruz, la feminista del Barroco.
“Óyeme con los ojos, /Ya que están tan distantes los oídos, /Y de ausentes enojos/ En ecos de mi pluma mis gemidos; /Y ya que a ti no llega mi voz ruda, /Óyeme sordo, pues me quejo muda.”

             Espectáculo de una gran complejidad espiritual y carnal, lleno de sabiduría y alegría popular. Los brazos de María Pagés nos hace alcanzar la luna y sentirla cómo algo más que un satélite, como la regidora de las mareas y de nuestras reglas.

            Y qué me dicen de las tocaoras: hembras que ponen sobre sus pechos el cálido olor de la madera: Antonia Jiménez, Laura González, Kati Golenko.

           
            Y llego al final yéndome al principio. A los Campanilleros, porque yo soy de un barrio de Málaga que se llama Campanillas y nos sentíamos orgullosas cada vez que escuchábamos por Navidad a la Niña de la Puebla, nos sentíamos como aludidas, como importantes, como llenas de dignidad. Una dignidad recobrada después de tanto trasiego por el rechazo. Y entonces me gustaba mi nombre, que antes perteneció a mi abuela paterna, una mujer buena, alejada de lo que cantaba Manolo Caracol. Un nombre que con su sola sonoridad me abría las puertas. Y si para el mundo de las letras soy Salvadora Drôme para ustedes, amigas mías, soy por lo llano la Salvadora, La Salvaora de Campanillas.