Hoy vengo a hablarles por Alegrías,
no se asusten no voy a cantarles, voy a hablarles por Alegrías, alegrías de la
Impureza, simplemente quiero reflexionar un poquito sobre lo que el Flamenco ha
significado para mí.
Ya saben todas que me llamo
Salvadora Drôme y que el nombre de Salvadora tiene una canción condenatoria que
la he escuchado en boca de muchos voluntarios en señalar la maldad inherente en
el género femenino.
La cantaba Caracol y decía así: “Que
razón tenía la pena traidora/que el niño sufriera por la Salvaora/ diécisiete
años tiene mi criatura/ y yo no me extraño de tanta locura./ Eres tan hermosa
como el firmamento,/ lástima que tengas malos pensamientos./ Quién te puso Salvaora/
que poco te conocía,/el que de ti se enamora,/se pierde pa toa la vía./ Tengo a
mi niño embrujao/ por culpa de tu querer/ si yo no fuera casao/ contigo me iba
a perder./ Dios mío que pena más grande/el alma... me llora.../a ver cuándo suena
la hora/que las intenciones/ se le vuelvan buenas/a la Salvaora.
Como ustedes habrán podido captar lo
que se subraya es el carácter malo malísimo de la protagonista y la absoluta
desfachatez del que dice, es decir, su suegro, que le canta a la nuera para
dejarle claro quién manda en el estado del relato. La mujer que tiene malas
intenciones, que no tiene redención, que es pérfida, pero a la que no le escuchamos la voz porque el
dueño de la fábula aleccionadora es masculino y él es quien tiene derecho a
denigrar a la joven novia del hijo. Vaya, perversión pura. Quintero, León y Quiroga fueron los artífices
de esa letra y de muchas más en que la fatalidad, el miedo, el desprecio y el
dolor ocuparían las cabezas de jovenzuelas que no tenían otro contacto con el
arte que aquel que transmitía la radio, la radio del régimen, la misma que
utilizaba las novelas para embaucar y apaciguar cualquier indicio de rebeldía.
También anestesiaban a través del consultorio de la Señorita Francis que les
pedía a sus seguidoras que aguantaran en sus matrimonios desdichados, que
agacharan la cerviz y obedecieran.
Pero el flamenco era mucho más que
eso, El Flamenco se hunde en la noche de los tiempos y del dolor. El Flamenco
hablaba de pureza, esa gran palabra, que es fría, sin raíces, sin apego a la
vida, que me retrotrae a las salas quirúrgicas donde todo está desinfectado. La
pureza no deja elección, existe lo correcto y nada más, y nada más.
Pero el Flamenco es mucho más que
eso, es el dolor de parir y no parir, trata de la ingenuidad de las de abajo,
aquellas que abrazan la lírica porque la novela es una creación que requiere
mucho tiempo, que se necesita por lo menos mucho papel y tinta. La lírica es
otra cosa, la puedes escribir en la mente y cantarla al instante como los
fandangos. La puede inventar una mujer mientras lava en el río, el río al que
teme cuando crece por las tormentas.
Y la pureza estaba en la garganta de
los hombres, ellas cantaban por lo bajini y los ensalzados, los aplaudidos, los
serios eran ellos, los respetados. La impureza era nuestra, por lo menos no nos
quiten ese calificativo, nos persigue desde que Eva mordió la manzana:
“Maculadas sin remedio”, solidaridad desde aquí con la artista Charo Corrales y
su obra violentada: Con flores a María.
Exposición que está teniendo lugar en la Diputación.
Recuerdo que cuando niña conocí una
cantaora que se enamoró de un hombre que tenía un ojo de cada color, y se
hicieron amantes y se acostaron, catapúm chimpún. Pues bien en la peña sólo se
hablaba mal de ella, que había llevado al hombre por malos derroteros, le había
buscado la perdición. A mí me sofocaba ese trato y pensaba con coraje que siempre
habíamos jugado a perder, apostado por el fracaso y que si queríamos ganar
teníamos que cantar y querer nuestro cante más que nada en el mundo, apreciar
el arte sobre todas las cosas, ¡Oh, Hermanas!¡Oh, Sisters! A aquella mujer le
empañaron la carrera, le dijeron que era una pilingui y juzgaron su voz por sus
deseos. Siempre me ha molestado que se juzgue a las mujeres por las ganas o no
que tengan de practicar sexo, eso ha sido una forma de talarnos y pienso que muchas
de las letras del flamenco entronizan esas maneras inquisitoriales hacia
nuestros cuerpos. Queridas mi cuerpo es mío solo mío y yo soy dueña de mi deseo
y mi disfrute.
Es fácil obtener el aplauso del
público, sólo hay que nombrar sentimentalmente la patria, recordar a la madre o acogerse a
las leyes de la sangre, criticar con vehemencia a los enemigos, remover en la
emocionalidad más baja, vestirse para engañar a los turistas o no respetar la
cadencia de los silencios. No olvidemos que el sonido de un abanico sobre el
pecho de una mujer sustenta el mundo y que las cantaoras buenas llaman
respetable a quienes las escuchan. Ese es el contrato, yo te doy lo mejor de
mí, te doy la excelencia y tú cuelgas los estandartes con mi nombre en tu
corazón. La buena comida se hace lentamente, las buenas amistades se fraguan
despacio, los polvos recordables no se han dado a la ligera bajo la voz antigua
de: “Ponte”, la orden que escuchaban nuestras abuelas sin más adornos que las
exigencias.
Y dándole al respetable lo mejor el
público crece y madura, se hace y comprende que el cante nace del pueblo y que
la cantaora es un reflejo de esa selecta democracia. Entonces nacen nombres
como Carmen Linares que tiene andares de maestra y a la que todo le resulta
fácil. Y canta eso de: “Triana, Triana que bonita está Triana/ Que bonita está
Triana/ qué bonita está Triana/ cuando le ponen al puente banderas republicanas/
que cuando le ponen al puente la banderita republicana”. Esa filosofía, la de
hacer para la mejoría de todas, es muy distinta del Libro del Tao de Lao Tse cuando dice: “El santo (el
gobernante) actúa de manera que el pueblo no tenga saber ni deseo y que la
casta de la inteligencia no se atreva a actuar.” Desde aquí lo digo: No me gusta
el Tao.
Esa es una de las cualidades de la
que sabe: mostrar con ligereza, sin peso como si fuera un ave, más ligera que
un ave, la pluma de un ave, o la coreografía del vuelo de una mariposa que
cantara Lole Montoya, la de Lole y Manuel, ella, la voz del dúo que atravesó la
pureza para fusionar, y fusionar no quiere decir otra cosa que unir
completamente, no cortar ni pegar sino hacer un uno de la variedad. Una
digestión de arte.
Y me viene al corazón el ritmo de la
Martirio meciéndose en una butaca como si fuera en barca, en el vaporcito del
Puerto de Santa María a Cádiz, con su voz fusionada también, impura, porque la
pureza sólo les sirve a los bobos, a los que no se salen de sí mismos, a los
que no quieren la comprensión. Y mientras canta Martirio abraza el jazz como la
Niña Pastori amanece en Caí por la madrugá. Y no pasa nada, Señoras.
Contaminémonos con todas las voces y reconozcamos a las que las precedieron: La
Niñas los Peines, Dolores la Agujetas, la Repompa de Málaga, Rita la
Cantaora, Bernarda de Utrera, La Perla
de Cádiz, Pastora Imperio…
Y sigue el embrujo de la confusión,
del remolino, del aquí cabe tó Dios y entonces veo los ojos dorados de nuestra
amiga Carmela, la Carmelilla, que me la encuentro una noche en la puerta del
Gran Teatro y me dice que acaba de ver a Mayte Martín que con dos ovarios se
pone a interpretar los bellos poemas del salinero Manuel Alcántara que nos ha
dejado este año discretamente: Y el poema de Manuel Alcántara dice así: “No
pensar nunca en la muerte/ Y dejar irse las tardes/ Mirando como atardece./ Ver
toda la mar enfrente/ Y no estar tristes por nada/ Mientras el sol se
arrepiente./Y morirme de repente/ El día menos pensado./ Ese en el que pienso
siempre.”
Esto fue lo que cantó Maite Martín y
tenía a nuestra Carmelilla entusiasmá.
Y entonces deseo que todas seamos
impuras, que esa sangre de la menstruación, que la otra del parir valga más que
las sangres de las guerras, que nuestro potencial de paz, de cante por la paz,
valga más que cualquier disposición guerrera que sólo sabe generar infelices. Y
que lo que se prende de nuestra alma sean las intenciones de hacer versos,
cantiñas, como cuando le hablábamos a la amiga y le contábamos nuestras
aventuras de amor. Porque Señoras, hay que gozar, disfrutar sin cortapisas.
Disfrutar mientras te tomas un helado y paseas por la calle Foro Romano o
disfrutar de la brisa sobre la espalda, o del cariño de nuestro compañero o
compañera. Y después contarlo, porque tenemos que dejar huellas para que
nuestras niñas no se pierdan. Contarlo y cantarlo por Alegrías. Para crear una
tradición del bienestar, una tradición donde se acoja nuestro ser mixturado,
mezclado, impuro.
En otra ocasión fuimos al Gran
Teatro la Carmelilla y yo a ver al Brujo, representaba una obra de Fernando
Quiñones titulada El Testigo, se
contaba en dicha obra la vida del cantao Miguel Pantalón. La obra era un
estudio con buen humor sobre la genialidad en el Flamenco, sobre su moral y sus
leyes. Disfrutamos. Pero vaya si tuvimos que disfrutar. A ella le gustó mucho
la parte en que se describe la personalidad del cantao, cuando se ríe el amigo
de cómo lo ven sus seguidores y cómo era en realidad, cuando dicen eso de que
era un encanto. Un encanto, un encanto…
Un encanto, un encanto. Digo yo que
la Carmela lo que se dice un encanto no era, pa que nos vamos a engañar, cuando
te quería dar así en el lomo, te daba. Una tarde estaba yo con un amigo en la
Sociedad de Plateros echando un medio, y cojo y le presento a mi amigo:
Carmela, aquí Fulanito. Y me dice con desparpajo en un aparte: “¿Este que es el maltratador
que nos interesa?”.
Bueno, a lo que iba, después del
teatro nos fuimos a tomar una cerveza y hablamos del Consejo Municipal de las Mujeres, ¡no!, del
feminismo de la diferencia, ¡no!, de la reunificación de la izquierda a través de los ovarios, ¡!no.
Hablamos, señoras mías del fucking fucking. Ella me contó que fue novia de…… Se
me ha olvidao el nombre. Y yo le dije que había estao con… No me
acuerdo. Mejor lo digo por Alegrías: Existen las Alegrías de Cádiz y las
Alegrías de Cádiz, estas son una mezcla larga, por eso la llamo Alegrías en
cascadas y dice así. Estas Alegrías las he escrito especialmente para esta
ocasión.
Yo
conocí a Carmela
Ay,
mare en la rebujina
Y
no hubo entre nosotras
Ninguna
espina
Aquí
tienes agüita clara
Yo
la traigo con sal
Entre
Málaga y Córdoba
Primita
está la verdad
Que
hablamos de amores
De
la humedad del río
Y
de lo que es quererse
Y
no pasar frío
Que
yo no estoy pa penas
Que
quiero a la gente buena.
Lo cierto es que nuestra Carmelilla
era mú entrañable, un día vino llorando porque había perdido un amor y le dio
por decir que ya no viajaba más, que no volvía a Chueca, que nada, que no
viajaba, que no volvía a subirse ni en tren ni en ningún vehículo motorizado.
¿Ustedes saben lo que hizo la Esther? Nuestra Ester García Navarro: Le regaló
una maleta.
Éramos pocas, pero con una malaleche,
además entonces no se había inventado todavía la sororidad, por lo menos tal
como la entendemos ahora, con delicadeza Esther, con delicadeza. Y la Carmen
García Palomo que es la más cateta de tó nosotras decía medio cuchicheando,
como si fuera una monja: “Esther a ver si pudiera encontrar la Carmelilla un
amor pa toa la vida. ¿Pa tóa la vida Mari? –le respondía la Esther.” Mientras Yolanda
Bettioui, pa quitarle hierro al asunto, se emborrachaba con la Carmelilla, y se
ponían las dos bonicas y repetías: “Que ya no viajo más, que no voy más a
Chueca.”
Pero el flamenco no es solo el
cante, cante como el de Estrella Morente interpretando a San Juan de la Cruz, ese heterodoxo, esa
mezcla de amor a lo divino y a lo terreno.“Tras de un amoroso lance,/ y no de
esperanza falto,/ volé tan alto, tan alto,/ que le di a la caza alcance”
Y esa búsqueda de lo impuro y lo bello es lo que ha llevado a Rosalía a
cantar por los Chunguitos y elevar su cante hasta regiones luminosas.
Pero
el Flamenco no es sólo cante, que también está el toque y el baile. El baile de
la excelente María Pagés que en su espectáculo Utopía, inspirado en la obra del arquitecto Niemeyer, construye una
coreografía del grupo, de la justicia sin escalafones, del apego absoluto a la
generosidad de la realidad, del presente, de lo hibrido.
Recuerdo que la vi en el teatro
Español con mi mujer y las dos nos quedamos anonadadas, admiradas, arrobadas,
con ganas de más y más. Por eso la volvimos a ver aquí en Córdoba en otro
montaje: Óyeme con los ojos inspirado
el título en el poema Sentimientos de
ausente de la gran Sor Juana Inés de la Cruz, la feminista del Barroco.
“Óyeme
con los ojos, /Ya que están tan distantes los oídos, /Y de ausentes enojos/ En
ecos de mi pluma mis gemidos; /Y ya que a ti no llega mi voz ruda, /Óyeme
sordo, pues me quejo muda.”
Espectáculo de una gran complejidad espiritual
y carnal, lleno de sabiduría y alegría popular. Los brazos de María Pagés nos
hace alcanzar la luna y sentirla cómo algo más que un satélite, como la
regidora de las mareas y de nuestras reglas.
Y qué me dicen de las tocaoras: hembras
que ponen sobre sus pechos el cálido olor de la madera: Antonia Jiménez, Laura
González, Kati Golenko.
Y llego al final yéndome al
principio. A los Campanilleros,
porque yo soy de un barrio de Málaga que se llama Campanillas y nos sentíamos
orgullosas cada vez que escuchábamos por Navidad a la Niña de la Puebla, nos
sentíamos como aludidas, como importantes, como llenas de dignidad. Una
dignidad recobrada después de tanto trasiego por el rechazo. Y entonces me
gustaba mi nombre, que antes perteneció a mi abuela paterna, una mujer buena,
alejada de lo que cantaba Manolo Caracol. Un nombre que con su sola sonoridad
me abría las puertas. Y si para el mundo de las letras soy Salvadora Drôme para
ustedes, amigas mías, soy por lo llano la Salvadora, La Salvaora de Campanillas.