Nuestras
ciudades están abrazadas por edificios estilo New York, nuestra personalidad
rodeada de pequeños rascacielos, bloques de pisos que indican que pertenecen a
otra cultura distinta de la nuestra y que ya hemos asimilado casi en su
totalidad: la nueva arquitectura nos rodea y quiere implantar su concepción
individual de la vida, somos un flan casero rodeado de nata artificial. En las calles hay apartamentos que nos
indican el Luxury como una meta imposible de no alcanzar y se piensa brevemente,
mientras se consume el gin-tonic de moda, otra bebida global que nos
indiferencia. O no se piensa porque nos cuesta concentrarnos y la historia se
convierte en una guía turística fantasiosa y costumbrista. Estamos rodeados.
Han surgido barberías que imitan
antiguos arreglos en las caras de los hombres, pelados militares, las cámaras de
seguridad no nos dejan ni un segundo sonreír en paz, la fotografía deja
constancia de la aparente felicidad. Frente a esta pesadilla lo literario es la
forma de rebeldía que nos enfrenta a lo múltiple, a la minuciosidad. Hablo de
lo literario como del valle sereno que nos regala su bosque de sonidos en el
aire del silencio. ¡Hay tantas expectativas en una despedida de soltero como en
un décimo de lotería o en unas elecciones! Sólo el recuento de nuestras apuestas puede
reconciliarnos con nuestro ser soliviantado.
Se trata, en fin, de un mal sueño, el
sueño del famosismo y la soberbia. Y esas ciudades rodeadas son fronterizas con
urbanizaciones donde ya se ha perdido la intención de ser vecino o vecina, es
el individualismo puro de piscina y césped. Se sabe que no captaremos todo lo
que se dice, por eso se habla con eslóganes. Y el verbo más conjugado de
nuestra civilización es “comprar”.
¿Y si nos paráramos? ¿Y si nos detuviéramos
en el camino y miráramos? ¿Y si observar fuera el trabajo? Observar nuestras
calles, nuestras casas, nuestros gastos, nuestra forma de hablar y de hacer
culpables a los demás de nuestras pequeñas insatisfacciones. Y si ha llegado ya
el momento de analizar nuestra semilla y ver cuánto hay de poderoso en ella, de
reflexivo, de distinto y universal. Y si esta sociedad de niños malcriados se
atreviera a admitir que es caprichosa y que no se vuelca con lo importante.
Creo que, asumido el diagnostico, nos sería más fácil llegar a acuerdos y estaríamos
esperanzadas con la luz que nace de nuestro interior y se refleja en el fanal
de la sinceridad. Mientras tanto, mientras nos resistimos a la madurez,
viviremos como apagados. Desorientados.