Siempre
es agradable volver a Málaga: el azul de su aire, la luz desde Gibralfaro, el
sabor de las conchafinas en Huelin, el aroma a café y sus nombres en el
Central, la sombra de Jane Bowles en el cementerio de San Miguel, la sal y los
espetos, el thé en la calle San Agustín frente a mi antigua facultad de
Filosofía y Letras, los museos ricos en miradas tacaños en perspectiva.
Pero en esta ocasión he tenido suerte,
he sido sorprendida como si de la atmósfera surgiera, de pronto, una melodía de
Sulpitia Cesis. Sí, he sido deslumbrada por la exposición anual del Museo Ruso
en las antiguas instalaciones de la Tabacalara de Málaga. La exposición anual
se titulaba Santas, Reinas y Obreras. La
imagen de la mujer en el arte ruso. Y a esto hay que añadirle la exposición
complementaria: Libres y decisivas.
Artistas rusas, entre tradición y vanguardia. Disfruté de lo lindo con mi
audioguía en mano paseando morosamente por las salas. Y me emocioné cuando vi
la obra de Natalia Goncharova a quien conocí gracias al texto de la poeta
Marina Tsvietáieva, esa gran poeta insondable que se hace cargo de hacerte
lúcida y te atraviesa como sólo las composiciones rusas pueden atravesarte el
alma.
Todo esto se lo conté a mi cuñada
Tatiana Petrova. Debido a su existencia todos en mi familia nos vemos atraídos por el arte ruso: por los cuentos de Chejov o el caviar,
por las historias bañadas en la nieve y por las pinturas de este museo que
visitamos con frecuencia. También nos gustan el vodka y hacer largos brindis.
Pero aquí no queda la cosa: otro día
fui a visitar la exposición Perversidad.
Mujeres fatales en el arte moderno en
el Museo Thyssen. Me esperaba más, la verdad. Pero acabé contenta al ver que la
muestra había estado acompañada de un ciclo de conferencias en el que había
estado la mimísima Amelia Valcárcel. Y además pude contemplar un cuadro de
Georges Clarin sobre Sara Bernhardt, voluptuosa y echada sobre una chaise
longue. ¡Qué daño me ha hecho leer a Marcel Proust!
Todas estas experiencias de reflexión
sobre el arte hecho por mujeres o por hombres que piensan en las mujeres dejará
pronto de ser un evento en los programas museísticos y se convertirá en una
rutina deseable. La entrada de la creación en sus salas en igualdad de condiciones
que el arte hecho por hombres es una prioridad en estos tiempos.
Ya lo he dicho, disfruté de lo lindo y
más disfrutaré si se acoge en justa medida la creación hecha por “ellas”, porque
hay suficiente valía y mucha obras que catalogar como valiosas para que el gran
público pueda apreciarlas, y recrearse como nos recrean el espíritu los motetes
de Sulpitia Cesis. ¡Qué culta estoy hoy!