sábado, 5 de octubre de 2019

La Cortesía




Andamos en tiempos en que se imita lo que sale por la televisión: se cree que conversar es tertuliar a voces y que los hombres deben llevar los pantalones ajustados, también se cree que no deben ponerse calcetines y que lleva la razón quien más grita. Opinamos sobre lo no opinable y ponemos en duda los métodos científicos, se piensa que comunicar es seducir así que vivimos en un siglo supersexualizado y narcisista.

         A pesar de todo estamos bien, sobre todo nosotras, las gentes del desarrollado Occidente. Así que sólo bastaría un poco de autocrítica para dar un salto que nos llevara a conciliarnos con nuestro espíritu y con una cortesía teñida de verdadera honestidad. Pero, ¡ay!, el cinismo es el refugio de esos tertulianos que imitamos.

         Que nos libren los Dioses y los manuales de gramática de caer en las trampas de los discursos publicitarios. Y ya se ha convertido en publicidad todo, así que producimos sin cesar gestos para la galería y una grave falta del reconocimiento de los errores cometidos.

         Yo siempre me he guiado por Proust cuando quiero saber lo que es la delicadeza, la complejidad del ser humano, la soledad que destila en todas sus apreciaciones. Y creo que si consideráramos nuestras acciones bajo un prisma de autoevaluación novelesca seríamos más felices. Sabemos que lo político es un condimento grueso, ya se ha demostrado. ¿Qué tal si probáramos la sal de la literatura?

         Pienso que si aceptáramos la intimidad de los personajes novelescos como reflejo de nuestro ser complicado tal vez seríamos más tolerantes. Así que declaro la utilidad de la creación y la lectura repensada como arroyo que nos lleva a la catarata de lo sensible sin sensiblería. Aconsejo leer para quitarnos la mancha hortera y desbocada con la que nos ha señalado la telerrealidad, la era del Gran Hermano y sus comentarios sobre lo que antes era privado.

         “Aprender a ser”, que decía el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI presidida por Jacques Delors, aprender a ser porque se teme la deshumanización que va unida a los avances tecnológicos.

         Les propongo que empecemos por un pequeño acto humanitario: enviemos una postal a un amigo o amiga, enviemos una postal escrita morosamente como cuando solíamos concentrarnos y escribir a mano. Recuperemos la humilde caligrafía que entrelaza una letra a otra para formar palabras hiladas, oraciones encadenadas, largos párrafos llenos de cortesía y tiempo.