Andamos
en tiempos en que se imita lo que sale por la televisión: se cree que conversar
es tertuliar a voces y que los hombres deben llevar los pantalones ajustados,
también se cree que no deben ponerse calcetines y que lleva la razón quien más
grita. Opinamos sobre lo no opinable y ponemos en duda los métodos científicos,
se piensa que comunicar es seducir así que vivimos en un siglo supersexualizado
y narcisista.
A pesar de todo estamos bien, sobre
todo nosotras, las gentes del desarrollado Occidente. Así que sólo bastaría un
poco de autocrítica para dar un salto que nos llevara a conciliarnos con
nuestro espíritu y con una cortesía teñida de verdadera honestidad. Pero,
¡ay!, el cinismo es el refugio de esos tertulianos que imitamos.
Que nos libren los Dioses y los manuales de gramática de caer en las trampas de los discursos publicitarios. Y ya se ha convertido en
publicidad todo, así que producimos sin cesar gestos para la galería y una grave falta del reconocimiento de los errores
cometidos.
Yo siempre me he guiado por Proust
cuando quiero saber lo que es la delicadeza, la complejidad del ser humano, la
soledad que destila en todas sus apreciaciones. Y creo que si consideráramos
nuestras acciones bajo un prisma de autoevaluación novelesca seríamos más
felices. Sabemos que lo político es un condimento grueso, ya se ha demostrado.
¿Qué tal si probáramos la sal de la literatura?
Pienso que si aceptáramos la intimidad
de los personajes novelescos como reflejo de nuestro ser complicado tal vez
seríamos más tolerantes. Así que declaro la utilidad de la creación y la
lectura repensada como arroyo que nos lleva a la catarata de lo sensible sin
sensiblería. Aconsejo leer para quitarnos la mancha hortera y desbocada con la
que nos ha señalado la telerrealidad, la era del Gran Hermano y sus comentarios
sobre lo que antes era privado.
“Aprender a ser”, que decía el Informe
a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI
presidida por Jacques Delors, aprender a ser porque se teme la deshumanización
que va unida a los avances tecnológicos.
Les propongo que empecemos por un
pequeño acto humanitario: enviemos una postal a un amigo o amiga, enviemos una postal escrita morosamente como cuando solíamos concentrarnos y escribir a mano.
Recuperemos la humilde caligrafía que entrelaza una letra a otra para formar
palabras hiladas, oraciones encadenadas, largos párrafos llenos de cortesía y
tiempo.