viernes, 1 de noviembre de 2019

Bailar




         ¡Qué hermoso es bailar cuando se es joven y se enreda en tu pelo el azul intenso de la noche! Cuando todas las estrellas parecen para ti y llega el frescor del amanecer bajo tu ventana y esparce su olor a macetas recién regadas. Cuando las ramas de los árboles se mecen oscurísimas y las luciérnagas derrochan sus simpatías. Cuando todo son mapas, ensoñaciones y futuro.

         ¡Qué hermoso es bailar con el halo de la madurez, luciendo los vestidos estampados, llenos de júbilo y algunas certezas! ¡Qué bonito es bailar! Los viejos y las viejas lo saben bien y se deleitan en sus excursiones con los ritmos que aman.

         Pero llegará un día en que no tengamos fuerza para la danza: el arte más sutil. Llegará un día que seamos seres dependientes, seres que están ahí echados en la cama esperando que alguien quiera asearlos. Seres que un día bailaron e, incluso, fueron valientes para el amor. Seres que conocieron la vida plena. Eso nos dice la pintora Virginia Bersabé en su exposición Morada al sur que tiene lugar en la Fundación Gala hasta el día 2 de noviembre.

         Cuadros de una clarividente realidad, de concretos colores que anuncian la llaga y manifiesta el dolor, y el dolor, y la repetición de la nada. Imágenes que me retrotraen al cuerpo menudo de mi bisabuela, al sentido de la decrepitud y a preguntarme para qué sirve existir así.

         En nuestras ciudades duras, de asfalto y luces titubeantes, de hormigón y automóviles, de no pararnos ante quienes piden, ¿qué lugar les hemos dejado a los cuidadores y las cuidadoras? Eso también me lo preguntaba mientras mi mirada repasaba los lienzos y me decía: ¿cómo una mujer tan joven ha podido utilizar el pincel tan certeramente? Y salí de allí, al aire de la calle esperando encontrar la vida sabiendo que lo que había dejado era también la existencia y sus derroteros.

         ¡Qué hermoso es bailar, mover las manos y los pies, correr y montar en bicicleta, admirar la danza ya que no has podido pertenecer a ella, respirar el aire húmedo, ver jugar a los niños y las niñas, escuchar música, saber acompañar al doliente! Eso me trajo la obra de Virginia Bersabé: las ganas de bailar y de aprovechar el momento, de oler rosas rojas y blancas y, sobre todo, siemprevivas.