sábado, 30 de noviembre de 2019

La Villanía




Para que un hombre sano no mire a los ojos a una mujer tiene que haberse producido, durante mucho tiempo, un proceso de cosificación. Ese hombre no ha percibido a esa mujer como un ser humano sino como unos brazos, unas piernas de gruesos muslos o no y un acento que, tal vez, le es molesto porque tiene otro tono distinto al suyo propio. Incluso puede que haya pensado que no es bello su rostro y que es un estorbo para la sociedad. Es decir, se ha tenido que producir un conjunto de percepciones ruines.

         Para que una mujer se atreva a levantar la voz al ruin se ha tenido que producir una cadena de valentías que se resume en una meta incontestable: no querer ser víctima.

         Las feministas se han alzado sobre la descripción mansa que los crueles aman, se han rebelado sobre las palabras que no levantan la mirada y han puesto en cuestión esas palabras a la vez que han demostrado que el papel de la resignación no va con ellas. Eso lo llevan muy mal los villanos: ellos están acostumbrados a vencer y al sobrecogedor silencio del daño, no están acostumbrados al enfado de quien ha sido herida.

         Para que se produzca esa cosificación de las mujeres que nos disecciona y nos reduce a cuello largo, ojos bizcos, vientre abultado, nariz de loro o altura de tapón de alberca, por ejemplo, se ha invertido en una fuerza sobre el ser físico y espiritual de ellas, y esa cosificación la produce con desparpajo el discurso machista que se ríe, en nuestra cara, de los teléfonos de emergencia o de la necesidad de las casas de acogida, del lenguaje inclusivo o de nuestra inteligencia.

         Por eso ha sido tan importante la voz que estalla, porque se levanta ante su propia desgracia y no se rinde ni encoge el cuerpo sino que reclama dignidad frente a los que se quieren hacer pasar, en el colmo de la ruindad, por víctimas; ellos que han probado todos los privilegios de ser hombres como los blancos probaron los privilegios de ser blancos sobre los negros.

         Y es que el feminismo es una corriente filosófica de reflexión sobre el estatus de las mujeres en este mundo y la necesidad que tienen los hombres bellos de luchar junto a ellas, acompañándolas. Y ese escenario que dibuja este pensar de todas no es rancio ni excluyente, tergiversador ni fascista sino honesto como el agua que corre a través de la noria. Por eso, desde aquí invito a los señoros a que se observen a sí mismos y sepan deshacerse de las irritantes convicciones que conllevan sus privilegios sustentado por siglo de desigualdad. Lean, señoros, lean. No teman, Simone de Beauvoir no se ha comido a nadie, Amelia Valcárcel tampoco ni Octavio Salazar. Lean y déjense de bajos argumentos para achicar a quienes, ya lo han visto, no piensan achicarse más.