Todos
deberíamos sentir la necesidad de escuchar sin tener la tentación de responder
ávidamente como si estuviéramos con la escopeta cargada. Así, calmados, se
escucha a los pájaros, el pisar de la zorra en la nieve o el rumor del aire
entre las cañadulces, también las palabras que están dichas sin rencor ni
soberbia.
En este mundo, nada complaciente,
estamos premiando el desorden y la mediocridad por miedo, tal vez, de ver un
amanecer limpio al que no estamos acostumbradas. Tendríamos que estar contentas
con lo que hemos conquistado y dejar que nuestra casa sea refugio hospitalario
para quienes aman nuestra libertad.
Vienen días de luminarias y estallidos
emocionales, días en que la conversación debería estar aliñada con cuidados
extremos, nuestras jóvenes nos están enseñando a hablar ecológicamente,
nuestras mayores nos regalaron los utensilios de la escucha. Dejemos la puerta
abierta y alejémonos de aquellos que no respetan el dialogo.
En el Renacimiento surgió mucha
literatura dialogada, desde Erasmus a Cristóbal de Villalón, bebían de
costumbres clásicas como eran las formas de Platón o de Luciano de Samósata.
Todos tenían en común el humor como Santa Teresa de Jesús tiene las verdades
pequeñas para creer en las grandezas o Sor Juana Inés de la Cruz bebe rebeldía
en su biblioteca llena de instrumentos científicos.
Bajemos un poco a la tierra y
descubramos que la luz la puede traer cualquiera en su zurrón, habilitemos
espacios para la escucha, paseos para la charla, parques con abedules y que de
ellos cuelguen libros de Clarice Lispector, que tan bien sabe escribir el
silencio.
No nos apresuremos ni alentemos las
fierezas, por muy torpes que sean los líderes siempre tenemos la oportunidad de
no faltarnos el respeto y dejar acorralados a los furibundos. Seamos como las
caracolas que contienen el mar pero no los tsunamis. Feliz Navidad.