sábado, 14 de diciembre de 2019

Lady Betún


Durante todo este año de 2019 hemos venido,  la escritora Ana Ramos y yo, recitando en la cafetería LA VIAJERA. Allí nos hemos divertido mucho y reído muchísimo, también, de vez en cuando, nos hemos puesto trascendentes.
Aquí les muestro el poema-océano con el que abrí el último recital, espero que les guste y que se les ilumine la cara de gracia y alegría.




Lady Betún

¡Oh, gentes de los bajos fondos! Usureros de la fantasía, bebedores de cervezas, mujeres que se atreven a llevar navajas en el liguero, oidores que escucháis a Bill Evans o a Diana Krall. Gentes de mal vivir, estudiantes que sólo aman los poemas de Louise Labé y juráis que Sor Juana Inés de la Cruz es superior a Góngora, y que cantáis al mar que surca Greta Thunberg. Gentes a las que les encanta el bocadillo de salmón y la rebeldía de la Ballena Blanca. ¡Oh, vosotros y vosotras, hoy vais a conocer la historia de Lady Betún!

Lady Betún nació en un establecimiento que vendía bacalao de la Península del Labrador, arroz con aroma a jazmín y curry de Madrás, también estaban llenas sus estanterías de canela y nuez moscada, de anís estrellado y de jamones de Serón, de azafrán de la Vera y de latas de atún rojo, de queso azul y de castañas pilongas, también había en el ultramarino cajones llenos de palabrotas y rabos de conejo que atraían la buena suerte, y un tambor.

Lady Betún nació al amanecer mientras sonaba un disco de Billie Holiday lleno de miel y de sabiduría y sus padres quedaron asombrados al ver que era albina. Sí, señoras y señores, Lady Betún era blanquísima, casi traslucida, sus venas azules tenía el color de la mañana en Nueva Orleans. Su claridad era tanta como la de un botón de nácar o la de una pieza de blanco alabastro, así que, no confíen ustedes en las palabras; la llamaron Lady Betún y creció en un barrio de casas pareadas donde los tejados estaban llenos de antenas parabólicas porque la mitad de la población estaba suscrita al porno.

Mi amiga, porque es amiga mía, se recorrió la Quinta Avenida de Nueva York en compañía de su madre buscando unos zapatos bajos color coñac. Finalmente los encontraron en Elche donde decidieron establecer su residencia ya que en América les costaba mucho trabajo hablar irónicamente, así que se vinieron a España y en cuanto la vieron los españoles la llamaron La Negra, y le dijeron que se tenía que comprar un piano para cantar canciones de amor con la hondura del cante de las minas.

Lady Betún fue a un colegio concertado y una maestra animista que daba clases de religión le dijo que la Diosa Naturaleza era como el tono de voz de Jolie Holland, y que había que dejar que los narcisistas se devoren entre ellos. Y eso sí: había que romper con vibraciones sonoras las antenas que transmitían porno porque era una barbaridad que todo el mundo se convirtiera en cómodos coitocéntricos. Entonces fue cuando creció de verdad Lady Betún y se volvió exigente y se graduó en marketing y gestión de empresas y se compró un satisfayer y se acabaron las súplicas a los amantes por eso de tócame aquí, tócame allá. Pero viendo que podía llegar a convertirse en una narcisista también se fue a pasear por el parque de los robles y los castaños dorados y encontró una novia que le regaló un bollo de leche. ¡Esto sí que es amor! Exclamó Lady Betún que le compró una bolsa de terrones de hielo a su novia para aliviarla del calor que sentía en las inconsolables noches de la Tierras Húmedas.

Lady Betún y su compañera que se llamaba Harina de Otro Costal volaron por los cielos de este globo que es nuestra casa y decidieron dar clases de educación sexual. Y entre otras cosas dijeron que el cuerpo, todo el cuerpo, es una resonancia del espíritu.

Se hicieron abolicionistas y consideraron que los misterios del empoderamiento femenino se debían aprender en las escuelas, puesto que todo empieza con la buena educación. ¡Oh Lady Betún y Harina de Otro Costal cabalgaron por las afueras de todas las ciudades visitando los Clubs Nocturnos e identificando a los puteros! Aquello sí que fue una Odisea y no la del maldito Ulises cuando volvía de la cercada Troya. Ni la del otro Ulises, el de James Joyce, comiendo riñones asados en su torre. Porque esto está bien saberlo: Lady Betún y Harina de Otro Costal se hicieron también veganas y tomaban lentejas y berenjenas con cebolla, y ensalada de tomate y aguacate, y tofu y algas, y se inclinaban ante las gatas y las vacas que empezaron a ser sagradas.

Entonces y solo entonces, mientras estaban almorzando habichuelas con garbanzos y puré de patatas, Harina de Otro Costal se quitó la máscara que le oprimía y le confesó a Lady Betún que la amaría eternamente porque le gustaba más que comer con los deos. Lady Betún se puso muy contenta y dijo que la correspondía y que ambas se fugarían al Paraíso.

Lady Betún se puso a describirle los ríos de leche y miel que había en el Edén y a Harina de Otro Costal le dieron arcadas porque era intolerante a la lactosa y alérgica a las abejas. Por su parte Lady Betún le dijo que no soportaba el gluten y que había tirado a escondidas aquel bollo de leche que le regaló. Pero ellas persistieron, así que cada vez que hacían el amor se llenaban de ronchas, salpullidos y mareos; pero eso no les importaba. “En el exceso está la curación”, se decían.

Y vaya si se curaron y la metamorfosis fue tan brutal que estudiaron para psiquiatras y pusieron una consulta donde atendían las alergias alimentarias y psicoanalizaron a la gente que bebe cerveza sin alcohol. Así ganaron dinerito y no tuvieron que contratar ningún plan de pensiones porque tenían hasta lista de espera.

Cuando llegó la vejez, que siempre llega cautelosa, se fueron a una ciudad de la costa de la que no me han querido dar el nombre y pusieron un salón de juegos. Sí, señoras y señores, Lady Betún y Harina de Otro costal se hicieron crupiers, y es que tenían mucha habilidad para transformarse. Y en los ratos libres escribieron un tratado sobre el capitalismo y el blues, y explicaron cómo las monedas de cobre hieren a las mujeres jóvenes, además, en una adenda de doscientas páginas, describían por qué no se debe imprimir rostros en los billetes.

Pasaron los años hasta que llegó la resurrección de ambas, porque desde que apareció Google no existe la muerte y, de nuevo, comenzaron la ruleta de la vida; esta vez ejercieron de taquígrafas para enterarse bien de lo que dicen los políticos mientras beben agua y se suben, soberbios, dos escalones más por encima de las personas corrientes, que no saben de falsa oratoria pero sí de fantasía de la buena como la de las trovadoras buenas.


 
Ana Ramos y Salvadora Drôme, escritoras viajeras. Ambas forman el Colectivo Poético Jamón y Gambas