Lo mejor, para gestionar las confusas emociones que se producen en Navidad, es ponerse a hacer roscos y empanadillas, en una palabra: Borrachuelos.

Cójase el lebrillo familiar que yo creo que es del siglo XV, aunque mi sobrino Pablo asegura que, tras largos estudios, ha averiguado que se trata de una pieza del siglo XVI. Échese en él los ingredientes.
Añadir la raspadura de una naranja gigante y el zumo de dicha naranja y un vaso y medio de vino dulce mezcladito con un poquito de vino blanco, un chorreón de coñac y otro chorreón de anís, no vayas a dejarlo para el final.
Echar tres cucharaditas de canela molida y casi medio vaso de azúcar, no se puede echar mucha porque si no el rosco se abre y la empanadilla no se cierra. Pon también un sobrecito de levadura.
Y ahora viene el momento más importante: Mezclar todo con harina. ¿Cuánta? Pues es muy fácil: La que admita.

Dispóngase a hacer los dulces. Este es un trabajo comunitario: todas las manos son pocas. Después se fríen. ¡Ah! Las empanadilllas están rellenas de batatas, que se me olvidaba.
El aceite de freír no puede estar ni muy frío ni mú caliente y la alegría no debe decaer nunca.