Esta es la historia de Amelia,
una niña muy trabajadora
que tenía una túnica color amaranto.
Ella quería ser deportista,
campeona de bádminton,
juego que nació en la India
y que en realidad se llama Poona.
Amelia juega cerca del río
con su amigo Teo
y ambos contemplan el paso del agua,
el fluir del aire que se colaba
en su linda cabellera
negra azulada
como las noches de Madrás.
Teo y Amelia se conocieron
una tarde en que todo era narrativa:
el vuelo de los vencejos,
el tacto de las uvas,
las caricias de los gatos
y estos versos.
Ellos pensaron que podían
cambiar el mundo
y hacer cosas hermosas y sencillas.
Así que decidieron
no darle importancia a las opiniones ajenas,
esas que están llenas de rencor,
por eso se entrenaban todas las tardes
jugando con el volante de plumas
y sus raquetas preciadas.
Teo era un niño que había nacido
niña, un transexual, vaya.
Y Amelia era abogada,
y le prometió que lucharía
para que él llevara
el nombre que le viniera en gana,
y se vistiera como quisiera
e incluso que se afeitara si a Teo le hacía ilusión
jugar con la espuma blanca.
Para ser más fuertes
se entrenaban todas las tardes
y hacían piruetas
y daban golpes desmedidos
que hacían sonreír a la luna.
Amelia tenía una túnica color amaranto
con la que se vestía los días de fiesta
y se paseaba contenta
como si fuera por las montañas del Tíbet.
Teo y Amelia son amigos míos,
deportistas de pro,
personas valientes e intrépidas.
Yo respiro mejor desde que sé
que ellas despiden la luz
y les dan la bienvenida a la noche,
cerca del río,
bajo la jacaranda malva
y el fluir del agua amigable.