sábado, 9 de abril de 2022

Semana Santa

 


Quizás los dos momentos más hermosos de la Semana Santa son el domingo de ramos y el domingo de resurrección, es cuando la esperanza se enriquece con la idea de una utopía que parece posible: que el amor reine en el mundo. Puede enturbiarse el propósito con poderes y ambiciones, pero no me digan que no es una genialidad que se deje atrás la ley del ojo por ojo.

 

            La figura de Jesucristo se mostraba campestre en mi adolescencia. Yo, que soy hija de la escuela pública, aprendí en mis primeros años a rezar el rosario, y es que hasta que llegó la democracia las niñas cosíamos y orábamos como pequeñas siervas. Después vendría el Cristo de la liberación, el comprometido. Y se irían, poco a poco, esos altarcitos del mes de mayo que olían a margaritas.

 

            Los seres humanos necesitamos de figuración para tocar con las manos la realidad y esta primavera, si el tiempo no lo impide, veremos las calles llenarse de tronos y pasos. A mí no me molestan, y tengo que confesar, además, que me emborracha el olor a incienso, la visión de la luna y esa música y esa danza que viven nuestros santos.

 

            Suelo leer las obras del sacerdote Pablo d´Ors, su Biografía del silencio, me ha aportado mucho bien, es el libro que más he regalado y el que más he leído. Considero que soy una persona espiritual que ando mientras medito, por eso me verán ustedes tan despistada por la ciudad. Y me duele cuando, por razones espurias, nos enzarzamos en peleillas y en peleazas. Creo que, como Francia, debemos ser un estado laico con todas sus consecuencias y como simplemente humanos debemos respetarnos los unos a los otros. Esto son obviedades, pero, de pronto, los seres humanos necesitamos las obviedades para caminar: No matar es una de ellas, quizás la más importante. Figúrense que creía cuando pequeña que cuando yo fuera mayor de edad no iba a haber guerras. Ingenuidad, y que no había internet en Campanillas (Málaga), sólo había un kiosko donde llegaban la noticias a cuenta gotas y el mundo era más grande que ahora.

 

            Ahora estamos cercadas por las abrumadoras noticias, tenemos información de todos lados y nos llegan los terribles datos de desgracias inmensas. Tal vez la primera de ellas es no escucharnos, y así los líderes de este siglo viven envueltos en presunciones y grandezas aprovechándose de que nosotros vivimos embotados de trabajos mal pagados, que no nos permiten dedicarnos a la contemplación de la belleza. Tal vez por eso, en estos días, se pasea la belleza por las calles envuelta en algo tan moderno como el “relato” de alguien que quiso ser humilde.

 








Este poema pertenece a mi libro Cómo decir deseo





La lluvia


Si no hay Dios nos acostaremos más temprano,
caminarán las gentes sin rumbo por la ciudad,
los puestos de altramuces,
lánguidos y amarillos
regalarán su luz de desengaño.
Si no hay Dios
no tocarán los músicos
ni lucirán sus trajes azules como el agua
de un mar que se retira.
Si no hay Dios las calles húmedas,
dispuestas para el amor y el frío,
para el milagro del fortuito roce
se irán deshabitando
y los tontos, las mujeres y los niños,
todos aquellos que sólo pueden ir
a los espectáculos gratuitos
se irán cabizbajos a sus casas
sin tomar chocolate.
Mientras los mariquitas-azúcar
guardarán con unción
sus deseos para otro año
en que la lluvia
no se empeñe en deslucir
las nubes de incienso.
Si no hay Dios dormiremos
con la sospecha de que nadie
nos cuida,
de que, salvajes, las ambiciones
reinarán por los parques.
Si no hay Dios las niñas dejarán
de ser malas y pérfidas,
ya ninguna podrá ser papisa
como viene siendo costumbre.
Si no hay Dios nos acostaremos
más temprano,
tocaré tu piel de hielo
que quema tanto tanto
y entrará el frío por la ventana
y la lluvia
y, ¿ por qué no?, el deseo
de que Dios renazca
el año que viene
para que los tontos, las mujeres y los niños
tomen chocolate
en la nocturnidad de las madrugadas
de pasión,
para que los mariquita-azúcar
aprovechen los roces furtivos,
para que tú y yo
salgamos a comprar altramuces
mientras paseamos por la ciudad
ordenada, festiva, atenta,
que acoge a los turistas
que siguen las sendas
de las vírgenes apuñaladas,
del crucificado herido.
Y si Dios renace
esconderemos los paraguas
que nos han traído mal fario,
no pasearé sola
por las espléndidas calles
humedecidas.
Si Dios quiere, Dios volverá
el año que viene
con sus fantasías locas
de lo eterno.
Por si acaso Dios no quiere
volver
me agarraré a esta lluvia
y a la luz inmensa de tu entrepierna.