Me
dispuse a leer las obras completas de Jorge Luis Borges a ver si encontraba un
cuento que ando buscando desde hace tiempo y del que guardo una leve idea: un
hombre está en la llanura, encuentra una casa, el habitante de esa casa le
confiesa que él ha leído tan sólo unos pocos libros.
Pues bien, mi mujer, que me ve
atareada y con los libros abiertos de par en par, me pregunta qué estoy
haciendo. Se lo cuento y sonríe, y me dice: “¿Es qué no sabes que todo está en Google?”
Se pone a teclear y en un segundo lo encuentra. Se trata de la “Utopía de un
hombre que está cansado” del Libro de arena publicado en 1975. Me
lee en voz alta el texto y encuentro el fragmento que me interesa: “Nadie puede
leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media
docena. Además no importa leer sino releer.”
El cuento alberga el desasosegador
regusto de parecer una copia que el mismo Borges hiciera de su estilo
misterioso e intelectual. No sé cómo del relato fantástico llego a las
canciones de Tita Merello, interprete argentina. Recuerdo que me recomendó que
la escuchara Adrián Argentino, el novio de mi amiga Justa Roa, quien me explicó
qué es el peronismo. Esa charla tuvo lugar en la terraza de una cafetería desde
la que podíamos percibir el culo de la estatua que adorna el edificio de la
aseguradora La Unión y el Fénix, en la plaza de las Tendillas, Córdoba. Ese
culo nos hace reír a los tres y a mí me lleva a una nueva asociación:
Estando en Granada fui a una conferencia
que dio Samarago allá por los años ochenta, en el edificio de la Madraza,
frente a la catedral. Y allí el autor portugués contó que él solía ir al teatro
a la zona del gallinero, y que desde allí se veían las telarañas que cubría la
gran corona real colgaba en la zona de los parcos. Gran corona como un sello
que supuestamente dignificaba el teatro, pero que a él lo llenó de perplejidad
y sentido del relativismo pues desde su posición de asiento humilde veía la
suciedad, el polvo y, como ya he dicho, las telarañas.
Respiro un poco y me dispongo a
analizar qué hago con tantos estímulos que me han venido de repente, y caigo en
la cuenta que en aquellos años de estudiante de Granada yo escuchaba mucho a Carlos
Gardel, que me parecía un existencialista de la rama de Camus, no de Sartre, y
que su canto me describía los males de amores que estaba padeciendo por aquella
época. Males que ahora me parecen ridículos y es que no hay nada más peligroso
que el primer amor. Vamos, ¡no me vengan con milongas!
El segundo amor es mejor que el
primero, y el tercero mejor que el segundo y así sucesivamente hasta llegar dónde
usted quiera, hasta llegar a la desmitificación absoluta como la desmitificación
de las coronas empolvadas y los culos de las estatuas.
Bueno, escucho “Se dice de mí” de Tita
Merello que merece tantas relecturas como Jorge Luis Borges y tantos aplausos como
Gardel. Y me digo que los amores son como los libros: hay que dejarlos por la página
que nos aburre, hay que releer solo aquellos que nos han extasiado.