sábado, 27 de agosto de 2022

La Perspectiva

 


Me dispuse a leer las obras completas de Jorge Luis Borges a ver si encontraba un cuento que ando buscando desde hace tiempo y del que guardo una leve idea: un hombre está en la llanura, encuentra una casa, el habitante de esa casa le confiesa que él ha leído tan sólo unos pocos libros.

 

            Pues bien, mi mujer, que me ve atareada y con los libros abiertos de par en par, me pregunta qué estoy haciendo. Se lo cuento y sonríe, y me dice: “¿Es qué no sabes que todo está en Google?” Se pone a teclear y en un segundo lo encuentra. Se trata de la “Utopía de un hombre que está cansado” del Libro de arena publicado en 1975. Me lee en voz alta el texto y encuentro el fragmento que me interesa: “Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer.”

 

            El cuento alberga el desasosegador regusto de parecer una copia que el mismo Borges hiciera de su estilo misterioso e intelectual. No sé cómo del relato fantástico llego a las canciones de Tita Merello, interprete argentina. Recuerdo que me recomendó que la escuchara Adrián Argentino, el novio de mi amiga Justa Roa, quien me explicó qué es el peronismo. Esa charla tuvo lugar en la terraza de una cafetería desde la que podíamos percibir el culo de la estatua que adorna el edificio de la aseguradora La Unión y el Fénix, en la plaza de las Tendillas, Córdoba. Ese culo nos hace reír a los tres y a mí me lleva a una nueva asociación:

 

            Estando en Granada fui a una conferencia que dio Samarago allá por los años ochenta, en el edificio de la Madraza, frente a la catedral. Y allí el autor portugués contó que él solía ir al teatro a la zona del gallinero, y que desde allí se veían las telarañas que cubría la gran corona real colgaba en la zona de los parcos. Gran corona como un sello que supuestamente dignificaba el teatro, pero que a él lo llenó de perplejidad y sentido del relativismo pues desde su posición de asiento humilde veía la suciedad, el polvo y, como ya he dicho, las telarañas.

 

            Respiro un poco y me dispongo a analizar qué hago con tantos estímulos que me han venido de repente, y caigo en la cuenta que en aquellos años de estudiante de Granada yo escuchaba mucho a Carlos Gardel, que me parecía un existencialista de la rama de Camus, no de Sartre, y que su canto me describía los males de amores que estaba padeciendo por aquella época. Males que ahora me parecen ridículos y es que no hay nada más peligroso que el primer amor. Vamos, ¡no me vengan con milongas!

 

            El segundo amor es mejor que el primero, y el tercero mejor que el segundo y así sucesivamente hasta llegar dónde usted quiera, hasta llegar a la desmitificación absoluta como la desmitificación de las coronas empolvadas y los culos de las estatuas.

 

            Bueno, escucho “Se dice de mí” de Tita Merello que merece tantas relecturas como Jorge Luis Borges y tantos aplausos como Gardel. Y me digo que los amores son como los libros: hay que dejarlos por la página que nos aburre, hay que releer solo aquellos que nos han extasiado.