sábado, 3 de septiembre de 2022

Pequeño homenaje a Emilio Prados

 


El mar era azul cobalto en la playa del Peñón del Cuervo, lugar querido por el poeta malagueño Emilio Prados. Lugar donde la espuma anuncia la amistad de las olas que nos confunden y nos abrazan con sus límites. Este mar azul que fue testigo de la Desbandá, de la huida, de la guerra, es hoy placentero cobijo para aquellos que disfrutan de sus aguas, de sus músicas y silencios. El mar siempre es testigo de las ambiciones, es quien las calma, quien hace de tu cuerpo un ser sin huida que se hunde en las aguas del sueño, el agua que da la vida.

 

            Existe un libro de Carlos Blanco Aguinaga titulado La voz continua que narra la vida del poeta como si fuera el poeta el que estuviese hablando. Conviene leerlo para saber de la profundidad de los azules y de las huidas de Emilio Prados. Málaga aún no había sido devorada por el turismo, era la Málaga naciente de la Generación del 27 cuando ellos ponen en marcha las tareas de impresión, la alegría de la elegancia de la página que respira.

 

            Era un poeta de familia acomodada que escribe el Calendario incompleto del pan y el pescado, ahí está la fuerza de algo muy moderno que hoy llamamos empatía y que antes se decía ponerse en el lugar del otro, calzar sus alpargatas. Antes del exilio, en México, era ya un escritor cosmopolita por la pureza de su escritura que parece envuelta en sal o en los frutos infantiles de los Montes, o en el andar sin fatiga y con constancia como un peregrino que persigue la pulida invitación del aire, versos que no son romance sino amanecer, fuerza de la luz primigenia.

 

            Es de esa clase de escritores tocados, como María Zambrano, por el salitre y el hinojo, por la idea del nacimiento sin fin, allá desde el horizonte. Es el poeta de la roca y sus cavernas, de las risas naturales como natural es el crepúsculo que con obediencia debemos aceptar.

 

            Él viajó en el Sinaia como tanto españoles, el buque del exilio, el buque que los lleva a ver desde lejos España y su piel de toro que bufa. Todo mar tiene su historia y esta playa del Peñón del Cuervo revive la canción de aquellos que saben lo que es la necesidad de partir, porque se está de más, porque lo dice el destino, porque lo anuncian las trompetas de las batallas. Y a su vez, este mar se comporta como una madre nutricia, y escuchamos tambores alegres que nos indican que debemos vivir el presente. Entonces metemos la cabeza bajo agua y, de nuevo, escapamos.



Foto tomada por Tatiana Petrova