Este
verano, en una tarde que parecía un horno abierto al cielo, me fui hasta la Librería
Metáfora de Roquetas de Mar y me
compré un librito de Michel Montaigne titulado De La Amistad, está
publicado en Taurus y tiene una portada y una textura deliciosas. Camino de
vuelta de mi aventura, de mi paseo hasta el lugar que me sosiega y me orienta,
iba pensando en la suerte que tengo por tener tantas amigas. Ya me lo dijo una
vez Olga Iglesias y fue entonces cuando empecé a contarlas. Son muchas y
buenas, mujeres que me ayudan a situarme, a no perder pie, son también como
cometas que vuelan sin perder su liaison con la Tierra.
En ese libro del que os hablo de Montaigne
hay una cita de Cicerón: “La amistad no puede ser sólida sino en la madurez de
la edad y en la del espíritu.” Y la tengo por cierta como por cierta tengo las
palabras de Cristina de Pizán que evalúa en su Ciudad de las Damas el peso que
tienen las mujeres a lo largo de la historia y cómo éstas construyen ese conjunto
de sororidad a través de los siglos para vencer la injusticia.
Pues bien, Dulce es para mí un
ejemplo de “Derechura” por parte de madre, es decir Cristina de Pizán y una
muestra de madurez por parte de Cicerón, Montaigne y todos los que se han
dignado a escribir sobre este tema. Ella, mi amiga Dulce, envuelve su
compromiso y su lucha en unas hermosas hojas verdes de ternura y alegría, es
como un río que llevara agua a raudales, que parece desbordarse de un momento a
otro, que bulle como los latidos sorpresivos de un corazón que se acelera.
Pero hay más: Dulce rompe la barrera
del espacio y del sonido; se come cualquier apreciación intelectual y la
convierte en acción pura, es activista de las buenas causas. Cuídate Dulce,
pues cuidándote tú nos cuidas a todas nosotras.
Y va por la calle con su despampanante
frescura y alegría, con su ser coordinado con una serie de casi espontáneos
gestos que marcan un baile constante, una coreografía a la que te invita
resuelta y, a veces, incomprendida. “Si bailases desde la medianoche/ hasta las
seis de la mañana, ¿quién lo entendería?”, dice Anne Sexton en el poema Las
doce princesas bailarinas. Dulce es así: conscientemente divertida,
seriamente abierta, acogedora y por eso ofrece sus raíces a cualquiera que las
necesite. Cuando te ve y te abraza y te achucha y te besa… no se ha ido aún y
ya te está emplazando para un nuevo encuentro. Cuando la ves por esta ciudad de tantas casualidades ciertas te desbarata el tiempo y el espacio, te habla de corazón;
es un remolino, debería ser el nombre de un viento como lo es el mistral o el
terral, pues bien ella debería ser el viento Dulce que te coge por las terrazas,
de improviso, y te atrae hacia su aura para convertirte en la fiel y eterna y
madura amistad que acabas de conocer y que conoces desde toda la vida.