sábado, 1 de junio de 2019

La expectación




Los amantes de las expectativas duermen soliviantados soñado borrosamente con los objetivos a conquistar, es una forma de vivir en diferido, un no parar de coger atajos, una gimnasia a favor y en contra del tiempo, un estar a ratos, un no estar nunca.

         En esta época, en que se niega a enseñar a pensar porque se cree que los réditos serán cuantiosos, nos hemos encontrado con que el hombre expectante y deseoso ocupa los anuncios de las grandes marcas y es el centro de interés de los programas electorales: se quiere un hombre que no se esté quieto, proactivo, y una mujer paralizada en las imágenes inquietantes de la publicidad. Este mundo de modelos se imita sin cesar en las redes de mensajería virtual de una forma temblorosa e impaciente, sin profesionalidad.

         Y consiguen meternos la prisa en vena y sopesan si no es más beneficiosa una persona levemente adiestrada que totalmente inculta. Sea como sea se desprecian las raíces y la utilidad del arte. Se quiere el fogonazo, lo inmediato, lo que se mueve alrededor del “ya”. Y se nos quiere imbuir de un gran desasosiego.

         Más allá del sortilegio de la pseudoconversación existe un remanso sincero, para eso sirve el arte, ese es el sentido hoy de la palabra comprometida: la elaboración de un espacio donde la profundidad del agua clara de un manantial y su ausencia de ira tienen razón de ser. Allí crece también la risa, no la burla, sino la risa.

         Son, por tanto, fatuas las necesidades que nos crean mientras, por otro lado, no cesan de llamarnos inútiles. No nos quieren razonables ni que admiremos lo honrado, así luchamos entre nosotros como juguetillos eléctricos a los que dan cuerda de vez en cuando o a los que mantienen parados según la conveniencia.

         Muchas veces me pregunto qué sería de la Tierra si hubiéramos puesto como meta principal conjugarnos con ella sin dañarla. Si dejáramos de acosarnos, si nos hubiéramos propuesto cierta calma espiritual andaríamos con mayor placer. Me digo que ante esos fines muchos quedarían desarmados. Así que creo que llegará un día en que estaremos rendidos de vivir en burbujas frívolas combinadas, el fin de semana, con sus dosis de alcohol, para que el que no se construye se olvide de sí mismo, y no tenga ganas de reconsiderar la posibilidad de ser alguien apaciguado. Alguien fuera del botellódromo, de la masa tensa, del cuerpo a punto de actuar sin saber la dirección de su acto.

         No cabe más que esperar e ir recogiendo la basura de los lugares por los que transitamos, ir dejando belleza y que el arte no se proponga victorias de amiguismos ni estilo funcionarial. Que lo más puro sea la suave canción que nos despierte sin sobresaltos. Eso, y que seamos de una vez adultos.