Los
amantes de las expectativas duermen soliviantados soñado borrosamente con los
objetivos a conquistar, es una forma de vivir en diferido, un no parar de coger
atajos, una gimnasia a favor y en contra del tiempo, un estar a ratos, un no
estar nunca.
En esta época, en que se niega a
enseñar a pensar porque se cree que los réditos serán cuantiosos, nos hemos
encontrado con que el hombre expectante y deseoso ocupa los anuncios de las
grandes marcas y es el centro de interés de los programas electorales: se
quiere un hombre que no se esté quieto, proactivo, y una mujer paralizada en
las imágenes inquietantes de la publicidad. Este mundo de modelos se imita sin
cesar en las redes de mensajería virtual de una forma temblorosa e impaciente,
sin profesionalidad.
Y consiguen meternos la prisa en vena y
sopesan si no es más beneficiosa una persona levemente adiestrada que
totalmente inculta. Sea como sea se desprecian las raíces y la utilidad del
arte. Se quiere el fogonazo, lo inmediato, lo que se mueve alrededor del “ya”.
Y se nos quiere imbuir de un gran desasosiego.
Más allá del sortilegio de la
pseudoconversación existe un remanso sincero, para eso sirve el arte, ese es el
sentido hoy de la palabra comprometida: la elaboración de un espacio donde la
profundidad del agua clara de un manantial y su ausencia de ira tienen razón de
ser. Allí crece también la risa, no la burla, sino la risa.
Son, por tanto, fatuas las necesidades
que nos crean mientras, por otro lado, no cesan de llamarnos inútiles. No nos
quieren razonables ni que admiremos lo honrado, así luchamos entre nosotros
como juguetillos eléctricos a los que dan cuerda de vez en cuando o a los que
mantienen parados según la conveniencia.
Muchas veces me pregunto qué sería de
la Tierra si hubiéramos puesto como meta principal conjugarnos con ella sin
dañarla. Si dejáramos de acosarnos, si nos hubiéramos propuesto cierta calma
espiritual andaríamos con mayor placer. Me digo que ante esos fines muchos
quedarían desarmados. Así que creo que llegará un día en que estaremos rendidos
de vivir en burbujas frívolas combinadas, el fin de semana, con sus dosis de
alcohol, para que el que no se construye se olvide de sí mismo, y no tenga ganas
de reconsiderar la posibilidad de ser alguien apaciguado. Alguien fuera del
botellódromo, de la masa tensa, del cuerpo a punto de actuar sin saber la
dirección de su acto.
No cabe más que esperar e ir recogiendo
la basura de los lugares por los que transitamos, ir dejando belleza y que el
arte no se proponga victorias de amiguismos ni estilo funcionarial. Que lo más
puro sea la suave canción que nos despierte sin sobresaltos. Eso, y que seamos de una vez adultos.