El
deseo requiere de la escucha para realizarse. Cualquier detalle nos parece
importante y, con curiosidad, queremos saber de la otra persona y beber hasta
saciarnos, y ver que no nos saciamos nunca nos proporciona la ligereza de un
salto o la sensación de una brazada en el agua dulce del verano y el cuerpo.
Yo, ya saben ustedes, soy lesbiana. Y
me gusta repetirlo en estos días de orgullo, para sembrarlo en el viento como
si fuera la etimología consagrada de una enciclopedia, o el nombre con más elegancia
que he recibido sobre mi ser. Soy lesbiana, y me gusta decirlo, con delicadeza,
como la niña que acepta el juego que ha elegido. Porque yo creo que las
lesbianas somos tan fundamentales que elegimos nuestros deseos como se eligen
las palabras para un diccionario de los afectos. Y esa libertad de elegir me
lleva a los museos, a contemplar físicamente el estilo y la dignidad de
encontrarse a gusto con lo que una quiere hacer con su sexo.
Y respiro hondo sabiendo que yo elegí
el deseo, que ese deseo no es algo vago que viniera a mí con sorpresa y
prevención sino que nació como la mayor rebeldía que estaba dispuesta a
realizar y conjugar: ser lesbiana.
Porque los deseos que perduran se riegan
con libertad y cosmopolitismo, con ejercicio y buenos días y buenas tardes y
muchas gracias. Así se crece y crece el deseo de decir en las plazas por lo que
estoy dispuesta a luchar: por no perder nunca esa noción de ser deseante que
considera la vida como una grata labranza.
Me placen las noches al fresco, el olor
de las biznagas, el alboroto que propician las cartas y esta transparencia
actual, que deja al deseo ser un río verdiazul, que recoge mansamente las buenas
noticias y la posibilidad de disfrutar como antes nunca se había hecho. Así de espontáneo me parece el goce y me agrada.
Soy lesbiana y permítanme que hoy
brinde con agua clara por todas las lesbianas que han sido, son y serán. Así de
sencillo son mis días desde que conocí el deseo de ser lesbiana y conocer se
convirtió en una forma profunda de escuchar lo que deseaba, de leer físicamente
sus itinerarios, los de mi amante.