Existen múltiples formas de tortura,
pero quizás la más sutil es robarle el tiempo a alguien. Las mujeres padecemos
ese mal continuamente y vemos que si queremos conseguir aparecer en el mundo
artístico tenemos que robarle tiempo al tiempo. Desde no se sabe cuándo hemos
estado atareadas para beneficiar a otros y nos hemos visto sometidas a la
forzosa aventura de tener que conquistar el tiempo. Un tiempo para nosotras,
para emplearlo en nuestro arte.
Esa Conquista del Tiempo es una odisea sin los brillos de la Odisea,
una necesidad imperiosa, y por eso nuestro arte se convierte en una tarea
doble: la de la ejecución de las acciones artísticas y la del espacio temporal
que edificamos para poder llevar a cabo ese arte del que no queremos
prescindir, del que estamos enamoradas.
Ana Belén Rodríguez ha sacado tiempo
de debajo de las piedras, de los domingos mañaneros, de la aliada noche para
pintar a Simone de Beauvoir o a Carmen López Román, a Chimamanda o a Marie
Curie, a Ángela Davis o a Frida Khalo, entre otras. Son veintiún cuadros los
que conforman esta exposición permanente. Y me gusta especialmente eso de
permanente porque cualquiera que llegue a esta casa se la encontrará llena de
la hospitalidad de estas feministas de toda la vida y tendrá la posibilidad de
mirar a los ojos a Virginia Woolf o a Nina Simone.
Y se ha empeñado la artista en
revelarnos a las rebeldes, en dejar testimonio de las sombras y en hacerlas
resurgir de ellas para que no olvidemos sus protagonismos y sus clarividencias,
para que aprendamos de ellas, para que las valoremos y nos sirvan de guía. Para
eso sirven nuestras antepasadas: son brújulas señalizadoras de los caminos que
debemos seguir y ahí están en justo homenaje: Coco Chanel y Clara Campoamor
junto a Anna Lee Fisher. Cada una a su estilo nos han aligerado y nos han hecho
posible la liberación. No decaigamos ahora y sigamos, arropadas por sus
destellos, nuestro propio afán, nuestro común afán: el absoluto respeto.
Ana Belén Rodríguez llegó a Córdoba
desde Cinco Casas, un pueblo de la
Mancha, ya saben ustedes cómo las mujeres nos buscamos metas agradables y aquí
en Córdoba ha desarrollado su
ingenio decorando las escaleras del patio de Virginia, el patio Vesubio, o las
persianas de la tienda La Llave, también ha hecho móviles o pintado artesanalmente
hermosas camisetas. Es una sobreviviente que no le achanta nada ni nadie, ni su
enfermedad, padece Esclerosis Múltiple y lo lleva con elegancia y sonrisa
eterna en su cara soleada por los trabajos de la huerta.
Desde pequeña ha experimentado el
arte y recuerda cómo en su infancia su
padre, que era alcalde de Cinco Casas,
invitó a artistas del momento a su municipio y ella quiso ser una más en el
mundo de la pintura. Desde su adolescencia se rodeó de pintores y escultores
como Amelia Moreno, Abdón Anguita, Alfredo Martínez y sobre todo con Paco Leal,
el autor de El pez furioso. También
admira a Ángel Pintado y a Antonio López Torres y Antonio López García. Estas
son sus influencias manchegas, su admiración por lo minucioso, por el detalle,
por la máxima luz que se da en los atardeceres de la explanada y que ella nos
ha traído hasta aquí, y que le sirve para iluminar a las eclipsadas.
Estudió Diseño Gráfico y se amplió
el número de artistas a contemplar entre ellos Rothko y Frida Kahlo, que es
para ella además un ejemplo vital a seguir. Nunca se para y vive plenamente
volcada también en el activismo constructivo, así participó en las
reivindicaciones para que el autobús C2 siguiera su trayecto por la ciudad o
fue una de las mujeres lideresas de la Marcha por la Paz que consiguieron que
todas nos vistiéramos de blanco.
Actualmente trabaja en una serie de
retratos de mujeres lesbianas y su mirada busca en el paisaje, entre las tablas
que encuentra aquí y allá, en los objetos en que las demás no vemos nada… Ella
ve la belleza. Gracias Ana Belén Rodríguez por haber recalado en Córdoba y
hacer que tu odisea sea también la nuestra: un viaje hasta la cosecha del
tiempo para disfrutar del arte.