Este poema está dedicado a María Alonso Díaz
Trae
entre sus manos
jabón
de Alepo,
pañuelos
del Mármora,
pendientes
plateados,
foulards
de la India,
manteles
blancos y turquesas,
lluvias
de Oriente,
misteriosas
imágenes
que
sólo revelan la paz.
Nos
dijo un día
el
nombre de todas las calles
de
Córdoba,
la
forma de preparar
un
café.
Nos
enseñó el anhelo
de
caminar en silencio,
nos
mostró la luz
a
través de los arcos
y
la fuente de mercurio.
Vivimos
porque aprovechamos
el
destino de otro.
Y
allí estaba ella: señalando
la
dirección del río,
las
veredas de Trasierra
y
la cartelería de los afectos.
Nació
para procurar los ritos,
para
ser nuestra anfitriona.