Hoy quisiera recoger las palabras más
hermosas, las que dan compañía, esas son las mejores, porque no hay trabajo más
bello sobre la Tierra que dar presencia de una u otra forma, que apegarse en
libertad a aquello que admiramos y queremos.
A mí me enseñó a escribir con apego el
conjunto de personajes-narradores que conforma mi familia. Sin saberlo, los
años que pasé en Campanillas (Málaga) serían la suculenta raíz que hacía crecer
todos mis relatos, que me daba la posibilidad de ponerme en el pellejo de cada
cual; eso y hablar sola, cosa a la que estoy muy acostumbrada.
En los primeros días de mi vida me
hallé rodeada de enfermeras y médicos que hablaban en francés y que me pusieron
de apodo Lola Flores. En cuanto mi madre me cogió entre sus brazos me llevó al
habla andaluza y de ahí bebí, de su ingenio y relajación, de sus riquezas.
No sé hablar de mí sin hablar de ella.
Las madres, esas personas que tanto influyen a las mujeres que escribimos
porque desde chicas estamos cogidas a sus enaguas de fantasías, a cómo nos
cuentan el mundo.
Mi madre tiene un gran sentido del
humor y siempre ha parecido más joven de lo que es, tiene la facultad de
hacerlo todo perfectamente: guisar, coser e ironizar. Nos ha criado a mi
hermano y a mí como si fuéramos los geniales herederos de una estirpe confusa y
feliz, tal vez por eso nos vestía con telas iguales, sin saber psicología
dejaba una huella en nuestra personalidad: la de pertenecer a un mismo
conjunto.
Yo empecé a escribir un día
lluvioso en que le dediqué un poema a mi madre que surgió, resplandeciente,
como una llave que abriera las puertas de la comunicación, un trasiego de
vivencias de calidad, algo sencillamente bueno, como la valentía. Mi padre y mi
madre creyeron estar ante un milagro: Tenían una hija escritora. Ambos se pusieron
locos de contentos. Alguien de su misma sangre, carne de sus carnes, sabía
materializar pensamientos por escrito. Me abrumó aquella importancia, yo misma
no sabía lo que había hecho: el acto literario estaba en marcha, todo gracias a
ti, mamá. Te quiero, guapa.
Agustina López Díaz, ferretera, modista, cocinera excelente y mi profesora de andaluz. Pronto estaremos tomándonos unos espetos. |