Esta es la historia de un gato
llamado Falso que trabajaba en el servicio secreto e iba acompañado de su
colega García, una gata negra acostumbrada a beber vino Montilla-Moriles en
época de ferias. Ambos vivían en el Realejo, allí tenían su casa con un patio
de geranios y una fuente en medio.
Les encomendaron que hicieran un
informe sobre Proust y Frida. El gato Proust era de pelaje gris y anaranjado,
muy hermoso y con un gran estilo, se crio en la alta sociedad y sabía bailar
los valses de Strauss. A Frida la encontraron en un contenedor, de noche,
muerta de frío, era vital y parlanchina y también bailaba con elegancia, era de
tres colores: negro, blanco y carey.
Falso y García vigilaban a Proust y
Frida. Proust era de costumbres rutinarias: bebía agua fresquita, dormía en un
sillón verde y se pasaba el día pensando si no había perdido el tiempo
aprendiendo a decir “Miau” para que lo entendieran los humanos.
Frida, en cambio, vivía al día, leía
a Chris Kraus y participaba en manifestaciones feministas. Era una gata muy
comprometida.
Pero todo cambió cuando llegó
Peluso, un gato color zanahoria muy ansiado por los gateros. Y aún cambiaron
más las cosas cuando llegó Nala, la curiosa Nala, investigadora, científica y
atleta.
Se hicieron muy amigos los cuatro:
Proust y Frida, Peluso y Nala. Y esto llenó de envidia a Falso y García que
escribieron un informe demoledor sobre las costumbres de los felinos en
cuestión. Entonces sucedió algo extravagante: llegó al barrio un avestruz, que veía
las cosas desde lo alto y comprendió que el dossier que estaban elaborando era
una verdadera intromisión sobre sus intimidades y así se lo dijo a los
afectados.
Falso y García no sospechaban nada
porque admiraban las alas del pájaro que no vuela y quedaron muy sorprendidos
cuando Proust y Frida, Peluso y Nala mostraron sus caras más amables y los
invitaron a merendar tortitas con nata y caramelo. Fue así como descubrieron
que hasta los agentes secretos tienen secretos y deseos de amistad.
Y Falso, García, Proust y Frida,
Nala y Peluso fueron muy felices en el barrio del Realejo cuando llegó el
carnaval y cada uno dio lo mejor de sí: la alegría de abrazar y de ser
abrazados.