sábado, 23 de mayo de 2020

La gracieta del incivilizado




Siempre me ha dado miedo la hora en que la celebración se desborda y llega el humor del déspota, más que humor podríamos decir “burla”, porque el gracioso despótico no ama la risa, que lo que a él de verdad le gusta es la mueca. Vivimos en tiempos en que la frase simple y monológica quiere tomar las calles como el chistoso anticuado quiere tomar el protagonismo de la fiesta. Siempre he detestado ese entusiasmo porque, sobre todas las cosas, es cerril y mediocre, cínico y abanderado. Se trata de un maltrato a la inteligencia y, por ende, al cuerpo entero.

         Sobre todo porque, como decía Cesare Pavese en El oficio de vivir, “el profesionalismo del entusiasmo es la más nauseabunda de las insinceridades”. Pues bien, ya se sabe que para narrar bien hay que practicar la bondad, porque la bondad, al contrario que el artificio del gracioso anticuado, es una de las máximas de cualquier curso de escritura.

         De ahí lo de escribir con apego, con querencia a cada uno de los personajes que aparecen en el texto. Escribir con la misma magnanimidad con que Homero describía a griegos y troyanos, a Héctor y a Aquiles. Ese es el análisis que nos aporta Hannah Arendt en ¿Qué es la política? Pero no nos engañemos: hoy, estos que quieren llamarse héroes, no tienen la capacidad de concentración para leer de un tirón La Iliada, de ahí el postureo constante, cercano al narcisismo, y la falta de irrigación mental para comprender que el Estado, como la Salud, lo tenemos que salvar entre todos.

         Es de niños pequeños quitarse las mascarillas irresponsablemente, no respetar la distancia de seguridad y no amar lo suficiente como para dejar espacio en nuestro ser a la sonrisa de la inteligencia. En fin, que seguimos buscando la luz en la tarde, la luz en el día y la luz en la noche, siempre la luz generosa que nos alivie de las zonas oscuras donde encerramos a los marginados, de los que no se habla, los que no son protagonistas: los niños y niñas varados en Ucrania, las prostitutas en los fluorescentes clubs de carretera, los emigrados sirios y sus padecimientos, la infancia que pasa hambre. En fin: esclavos y esclavas de esta sociedad saciada.

         Y sé que la voz de los hombres será escuchada primordialmente. Y tengo la certeza de que una mujer no tuvo la culpa de la guerra de Troya.



Anonymus, anonyma, anonymum
                        Para Esther García Navarro, mi amiga, con reconocimiento y cariño.

Por supuesto que quiero estar representada
en el Consejo,
visitar el Centro Cívico,
la Casa Ciudadana,
acariciar el blanco mármol del foro
y pasear con orgullo por Roma;
usar el mismo idioma que ellos,
llevar túnica de ónix.
¿Pero acaso escucharán la voz
de los libertos?
Tal vez, tal vez…
De lo que no estoy tan segura
es de que consideren los susurros
de las esclavas.