domingo, 5 de junio de 2016

Lisboa



           Creo que todos los españoles deberíamos ir, por lo menos una vez, a Lisboa, para curarnos de nuestra entonación bronca y de nuestra soberbia. Y tendríamos que detenernos en la Plaza del Comercio y visitar el mirador de San Pedro Alcántara y pasear por su exquisita feria del libro, en el parque Eduardo VII,  desde donde se ve caer la tarde como si el horizonte tuviera la voz de Ana Moura.

         La luz de Lisboa nace en los poema de Sophia de Mello Breyner y no podemos estar más de acuerdo con ella cuando dice: “Conheço todo à força de nâo ser.” Esa es mi voluntad: no ser de nadie, no ser de un país, no ser estricta y tajante, ser vecina de Portugal, admirar el tono de sus palabras envueltas en Atlántico y humildad.

         Todos nuestros estudiantes deberían conocer lo que significa ser muchos en uno como lo demostró Pessoa con sus escritos. Todos deberíamos saber llorar en portugués porque allí las lágrimas son más razonables, y todos deberíamos comprender que lo que une a las gentes no son las líneas de alta velocidad sino la voluntad de hablarnos lentamente y gesticular lo necesario para asomarnos al balcón del otro. Y en los colegios, mientras tanto, me gustaría que se leyera la obra de Unamuno Por tierras de Portugal y de España.

         Estoy convencida de que tomar vinho verde mientras se leen los sonetos de Florbela Espanca cura el alma y la llena de suavidad. Creo que los médicos de aquí deberían intentar parecerse a Miguel Torga, o al recuerdo de Fernando Namora, o al recuerdo de la delicadeza de Filipa de Coímbra y su saber buscarse su lugar entre la libertad y la contemplación.

         Todos los españoles deberíamos tener un amigo o una amiga en Portugal y cartearnos como se hacía antes, con sello y papel, y gozar de la amistad como se goza del viento cuando te acaricia lleno de azul y de la voz del fadista António Zambujo.

         Vayamos a aprender humanidad a Lisboa, vayamos con respeto a visitar sus saberes, y dejemos que la musicalidad de su lengua nos bañe y nos llene de amor por el decir bajito, sin voces, ahora que tanto lo necesitamos.




Aprendiendo en Lisboa