sábado, 29 de diciembre de 2018

Interrumpir




         Existe una forma sutilísima de maltrato que consiste en no dejar hablar a los demás, en cortar su decir porque así se desea, y su deseo es menospreciar al dicente. A mí me molesta mucho que seres fornidos en ideas clarísimas y dogmática voz se dediquen a esta tarea de la no escucha, del no respeto.

         Casi siempre se trata de elementos que consideran su voz y su razón por encima del resto y no muestran ningún miramiento por la persona que está en el trance del habla. Son gentes que con sus gestos grandilocuentes y sus manotazos al aire espanta el decir de los otros.

         No tienen paciencia con otro ritmo que no sea el suyo propio ni esperan descubrir algo preciado en la narración que acallan con muy mala educación. Yo me alejo de esos tipos que exigen la escucha eterna para sus palabras y profesan la impaciencia sin límites ante las explicaciones de otro hablante que no sea él.

         Son bañistas solitarios que no conocen la sincronía ni la buscan, nadadores que quieren todas las aguas para ellos, dialogadores superfluos de teorías huecas y que no ejemplifican con su silencio ni con su hacer aquello que predican. Acaparadores de sílabas, charlatanes sin pausa que desdeñan cualquier cantar que no sea el suyo. Enemigos de la heterodoxia y del placer de la tertulia porque lo que siempre pretenden es escucharse sólo y exclusivamente a ellos mismos.

         Alejémonos de esos alborotadores de la nada, habladores sin límites que transportan la nada en su cháchara incoherente, enemigos del diálogo y de construir la sensatez porque ellos son los eternos y absolutos decidores de la última palabra, que suele ser vacua e intrascendente. Conferenciantes de lo superfluo que exigen para sí la veneración de un santo, sin intuir mínimamente que lo bonito es la escucha atenta y el crecimiento que se genera cuando vinculamos nuestras intervenciones como si fuera una danza. En fin: avaros de los nombres y verbos, egoístas de la lengua.






sábado, 22 de diciembre de 2018

Laura




Siempre he pensado que si admitiéramos en el conjunto de la filosofía los conocimientos de las teorías de género como un paso grandísimo en la historia del pensamiento los asesinatos de mujeres se verían reducidos notablemente. Claro, eso supondría reconocer la violencia estructural hacia el sexo femenino y reconocer también que somos dueñas de un sujeto que ha sido capaz de analizar la realidad bajo la perspectiva, clara y liberadora, de un movimiento que supone un salto meditativo en la línea teórica del mundo de las ideas. Ahí es nada. Eso, y que los padres no enseñen a sus hijos la afectada y falsa mansedumbre de la falta de respeto cotidiano. Sí, sería una buena fórmula para que se avanzara desde la raíz y no desde el efectismo televisivo o la ignorancia judicial o el descaro que molesta continuamente llamando, erróneamente, machismo de baja intensidad a lo que a todas luces es machismo a secas.

         Sería hermoso educar en el no aprovecharse de la otra, ya sea bajo la violencia, ya bajo la cortesía ñoña y alentada por un pseudosaber que heredamos de poetas que nos querían mudas y angelicales.

         Pienso en Laura, pienso en tantas mujeres que corren sin parar, sin hallar la alegría de ver resquebrajarse este muro infernal que les impiden llegar a la meta del merecido respeto. Pienso en tantas jóvenes que conozco que quieren oler el aire fresco de los pinos, visitar los arroyuelos, andar libres por el campo sin sentir el aliento de los salvajes en su nuca. Pienso en la falta cultural tan grande que es no conocer a Simone de Beauvoir o Rosalía de Castro, su hermosa Carta a Eduarda que es filigrana fina. Pienso en la torpeza egotista de los que tratan a las mujeres como víctimas, que las hacen víctimas, mientras aconsejan a los hombres que se ufanen de sus conquistas. Pienso en la torpeza arquitectónica y política que hace que en cada ciudad se descuide el nombre de las calles y no tengamos, en cada pueblo, una plaza Ana Orantes. Pienso y de tanto pensar me desagradan los chistes groseros de esos escritorcillos, superventas del relato plano y decimonónico, que se burlan de nuestro sexo, nuestro olor o nuestros andares. Siento ganas de llorar y de escribir sin parar, que es mi forma de luchar, cuando veo las pasarelas llenas de niñas delgadísimas alimentadas por una idea aniquiladora del cuerpo de las mujeres, que no es nada alejado ni otra cosa que nosotras mismas por mucho que se empeñen los grandes diseñadores.

         Hoy ha sido Laura, mañana puede ser cualquiera, esta es una frase repetida y repetida. Todas nos hemos sentido en alguna ocasión perseguidas, importunadas por algún piropo brutal o azucarado con supuesta caballerosidad. Hoy ha sido Laura y sólo tenemos un arma para defendernos: la sororidad. Que sepamos las unas de las otras y cuanto más sepamos mejor. Que seamos redes tupidas.

         Que descanse en paz la joven Laura, y que los medios de comunicación no hagan negocio de su asesinato, ni los partidos demagogia barata antes de reconocer que lo que necesitamos es que el feminismo entre en las escuelas como la mejor sabiduría que le podemos enseñar a nuestros hijos e hijas, para que ellos vivan una vida más humana, para que ellas tengan un seguro de vida.








sábado, 15 de diciembre de 2018

El cinismo





         Se empieza queriendo pertenecer a un grupo y para ello se hacen mojigangas, pequeños chistes, tirando del humor hasta ver dónde para la risa. Es el gracioso de turno, el ocurrente que va conquistando audiencia hasta que un buen número le ríe las gracias. Y entonces es el acabose, el dicharachero continuo, el que le saca punta a todo y, feliz. la risa sin fin le arropa, le acaricia hasta olvidar cuál fue su primer chascarrillo. Lo que todo el mundo sabe es que es sagaz, rápido, y de tanto reír hace llorar.

         A mí esta clase de tipo me recuerda a la obra teatral Lorenzaccio de Alfred de Musset, una obra que leí en los años de juventud y que analizaba a la sombra de la deconstrucción, que se llevaba mucho por aquellos días. Recuerdo cómo me impresionó la noción que tenía el protagonista de la “máscara”, la careta al puro servicio de la ambición personal, sin vergüenza alguna, con frialdad máxima. Ese era un tema querido por los filósofos postmodernos y charloteabammos imaginando teorías como si fuéramos el mismísimo Barthes o Foucault.

         Comprendí que la máscara es  la topografía del cinismo, el lugar por donde se mueve la comedia irrisoria, la jocosidad constante del que todo se lo toma a chufla, la causa del histrión que nunca es aparentemente única ni transparente.

         ¿Se imaginan que alguien se atreviera a entrevistar al sujeto de las bufonadas? Quedaría estupefacto si el Sonriso, en vez de lucir su flamante personalidad de donaire y burla, permaneciera helado, inusitadamente serio, andando con pies de barro, haciendo reflexiones aparentemente geniales y en bucle, sin fin, como todo en él. Confesando alguna pertenencia remota e increíble a cierta honestidad. Se nos cuajaría la sangre de miedo al escuchar la risa sardónica de sus simpatizantes, nos moriríamos de risa. Ese es el siguiente paso de la escala: helar, que los cuchillos puedan cortar el aire.

         Por eso, gota a gota hay que horadar la piedra del humor con el agua que propicia nuestro propio saber quiénes somos y a dónde queremos ir, con la sincera intención de no reírnos de los chistes del sátiro.

         Pues bien, estos son los campos del cinismo, la huerta de los corazones de piedra, la extravagancia del que no quiere perder pie en el zaherir por el zaherir. ¿Cómo le quitamos esa careta que se ha cuajado en su rostro siendo su rostro mismo? ¿Cómo hacemos que cambie esa risa afectada que ya, a estas alturas es mofa, burda mofa? ¿Cómo le hacemos comprender que es un ser anticuado?¿Cómo le decimos que la seriedad no es un gesto adusto y dejarse mecer por los brazos incoherentes del todo vale? Sencillamente: No actuando lo mismo que él, que la risa sea horizontal y participativa, que no humille; a ver si sirven de algo las neuronas espejo.








sábado, 8 de diciembre de 2018

El fácil camino de la ira




Hemos ido de la inmadurez a la dureza sin pasar por el parlamentarismo constructivo. Yo en estos días estoy leyendo a Ursula K. Le Guin y pensando en la desmesura. También me han entrado unas ganas inmensas de repetir mil veces y mil más: “Soy lesbiana, soy lesbiana, soy lesbiana”, como si fuera una jaculatoria.

         Ha llegado el tiempo de la amabilidad y la inteligencia, el momento de reconocer que lo que importa es la escucha. Durante demasiados años las televisiones han estado sembrando en los solares del vocerío, a los partidos políticos les han podido las ganas de ser únicos e irresponsables. Y aquí tenemos ahora la gran labor de la convivencia.

         El otro día iba en tren y se subieron unos clientes que se quejaron, con airada frustración, porque en sus asientos no tenían enchufes para cargar las baterías de sus móviles, me metí dulcemente donde no me llamaban y les dije que si les parecía tirábamos el tren. Hemos llegado a un grado de caprichismo que dudo de la entereza de quienes prefieren llamarse consumidores antes que otros nombres que impliquen cierta ligazón con el mundo de las ideas. Más que nunca hemos de cultivar los gestos para no perder la elegancia del buenos días y el buenas tardes que son, al fin y al cabo, el reconocimiento más cercano de los derechos de la humanidad. Más que nunca debemos estrechar los vínculos y desterrar la grosería, en última instancia sólo somos hombres y mujeres que pretenden la felicidad.

         Llegan fechas de luces y aturdimiento, hay gentes a las que les causa placer hacer infelices a sus congéneres, pequeños troles de las insatisfacciones perpetuas, esos que se divierten sacándote de tus casillas, pues bien, nada les molesta más que verse solos transitando por el fácil camino de la ira. Dejémosles que se retraten. Por otra parte esperamos la mayor de las delicadezas por parte de los líderes: el saber que da conocerse a sí mismos y que no echen mano de las mujeres cuando quieren que les saquen las castañas del fuego. Y por si queda alguna duda: “Soy lesbiana, soy lesbiana, soy lesbiana.”









sábado, 1 de diciembre de 2018

Las buenas maneras




El 25 de Noviembre fue el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres; en esta fecha, en 1960, fueron asesinadas, por los hombres del dictador Trujillo, las hermanas Mirabal en la República Dominicana.

         Lo malo de las dictaduras, sean del signo que sean, es que además de muertos y torturados dejan un reguero ponzoñoso en el lenguaje donde van a abrevar narcisistas y esnobs, nostálgicos del absolutismo y la miseria que quieren seguir, añorantes, cumpliendo sus escarmientos aunque solo sea de palabra.

         Así, los machistas actúan como seres bestializados que aman los tiempos de la esclavitud, por eso todas las mujeres debemos salir a la calle, para que se vea nuestra presencia en la modernidad de 2018, para que el presente y el lenguaje limpio gobierne nuestro vivir.

         Aquí, en Córdoba, el pasado 25N llovió a cántaros, pero esa no fue razón para que nos quedáramos en casa. Un mar de paraguas de colores chispeantes y de cánticos violetas llenaron los jardines y el asfalto: Estábamos reclamando el derecho a ser respetadas.

         Decíamos: “Vaya lo que está cayendo”, pero seguíamos adelante. Me encontré en el inicio de la manifestación a Paco Gea y Josefina Vida, pertenecientes a la Asociación Vecinal de Valdeolleros. Me alegra ver a los hombres que nos acompañan, los hombres que emprenden sin tapujo el camino del feminismo. Después saludé a Antonia Valenzuela, de Atalanta, asociación de Posadas, y a otras amigas que iba encontrando por el camino, amigas de la Plataforma Cordobesa contra la Violencia a las Mujeres. Dulcenombre Rodríguez iba de arriba abajo, atareada, como siempre. Y llovía, y llovía si tenía que llover.

         Hice un buen trayecto con Jessica Lara que es periodista y así, por andar las dos con las letras empezamos a hablar de la inspiración. Yo le dije que ya no la buscaba, que lo que me costaba era ponerme, pero que  una vez que estaba frente al cuaderno escribía fácilmente y, mientras le hablaba pensaba en la hermosa novela Las razones de Jo de Isabel Franc, y pensaba en la juventud de Jessica y en el disfrute que es hablar con una compañera.

         Le di un abrazo a Ana Granados y a Carmen García Palomo, a Nati Mañas y Carmen Flores, las chicas del Fórum de Política Feminista.  Y otro abrazo a Isabel Calvo, siempre me alegra verla, ella es la madrina de Jessica y una de las destinatarias de mis postales viajeras, siempre me dejo aconsejar por su criterio literario y por su cálido tono de voz.

         Y me encontré a Isabel María Gómez Amate, le pregunté por nuestra amiga Justa Roa que tanto queremos todas. Y por último me encontré con Antonia Ramos Gálvez, Antonella, con su vitalidad contagiosa. Se me olvidó decirle que tengo guardado en un estuche el poema de Rosario Castellanos: “Se habla de Gabriel”, que lo leeremos en una tarde sabrosa de anís donde compartiremos nombres de escritoras.

         Y digo esto para que conste, y quede registrada nuestra pequeña historia de activistas. Y digo todo lo que mi memoria alcanza porque se nos olvidó hacernos una foto dedicada a las buenas maneras, una foto de luchadoras que ningún esnob podrá romper.