El
otro día, navegando por internet, me encontré con una expresión que me llamó la
atención: ”Gilipollas de Schrödinger”. Y era definida así: “Según el Urban Dictionary, un «gilipollas de Schrödinger»
(Schrödinger douchebag) es alguien que hace comentarios sexistas, racistas o
intolerantes en general y solo decide si habla en serio o «está de broma»
cuando ve la reacción de los demás.”
Rápidamente busqué quién era ese Schrödinger:
un físico austriaco-irlandés que imaginó una paradoja cuántica en la que un
gato metido en una caja cerrada puede estar vivo y muerto a la vez al no saber
si le ha afectado o no el veneno que contiene dicha caja. Lo primero que vino a mi cabeza es cómo la
humanidad siente el deseo de pensar y cómo, entorpecidos sus deseos por el
trabajo explotador, fabrica un sinfín de proposiciones inadmisibles para un
sistema que tenga como ejes principales la cordura y la honradez. Ideamos con
sueño en nuestros párpados, agotados por las falsas noticias y la imposibilidad
de profundidad de un mundo que se resuelve con eslóganes. No tenemos tiempo
para más. Así se ha instaurado entre nosotros la sofisticación culinaria y el
postureo, la frivolidad y la venta de nuestra intimidad.
Después me vino la imagen de Helen Joanne,
la política británica del partido laborista que fue asesinada por un gilipollas
porque ella estaba en contra del Brexit. Aclaración: Todos los asesinos son
gilipollas.
La joven murió por algo tan concreto
como la necesidad de que el Reino Unido siguiera perteneciendo a la Unión Europea,
su asesino no fue sólo quien empuñó el arma, que hay que sumarle, además, todos
aquellos que contribuyeron a la iniciación de una enajenación colectiva: el
nacionalismo depredador, la soberbia de quien no quiere fusiones ni nadie que
le haga sombra, aquellos que recurren a la melancolía, al enardecimiento de un
pasado romántico y que se aprovechan del analfabetismo político que han
propagado los malos políticos porque creen que así es más fácil gobernar.
Necesitamos una pedagogía democrática
en la que se dé cabida a la necesidad de pensar, y ponga límites entre lo que
es pensar de verdad y sucumbir al desvarío de voy a decir esto por si cuela. Así
dejaría de valer lo cierto y lo incierto. La primera asignatura de esa escuela
democrática sería la bondad, porque sin bondad, sin apuesta por el vivir
completo no hay pensamiento respetuoso que sobreviva.
¡Ah! Y una cosa: No hay que olvidar
que a un gilipollas se le reconoce porque todos sus amigos son gilipollas. Y
ofenden, con su psicopatía, la belleza plácida de la paz.