sábado, 28 de diciembre de 2019

Los Borrachuelos




Lo mejor, para gestionar las confusas emociones que se producen en Navidad, es ponerse a hacer roscos y empanadillas, en una palabra: Borrachuelos.

Fríase ajonjolí y matalauva con un trocito de cáscara de limón en medio litro de buen aceite, cuidadito con que no se te queme. Déjalo enfriar mientras el aroma se expande por toda la casa. Procura no meterle fuego a nada, esa es una ley de oro en la cocina.

Cójase el lebrillo familiar que yo creo que es del siglo XV, aunque mi sobrino Pablo asegura que, tras largos estudios, ha averiguado que se trata de una pieza del siglo XVI. Échese en él los ingredientes.

Añadir la raspadura de una naranja gigante y el zumo de dicha naranja y un vaso y medio de vino dulce mezcladito con un poquito de vino blanco, un chorreón de coñac y otro chorreón de anís, no vayas a dejarlo para el final.



Echar tres cucharaditas de canela molida y casi medio vaso de azúcar, no se puede echar mucha porque si no el rosco se  abre y la empanadilla no se cierra. Pon también un sobrecito de levadura.

Y ahora viene el momento más importante: Mezclar todo con harina. ¿Cuánta? Pues es muy fácil: La que admita. 


En nuestro caso aceptó medio kilo de harina de fuerza y un kilo y pico de harina de repostería.

Empezamos a amasar. Bueno, lo hizo mi sobrina Alba, que para la ocasión se puso un delantal de lunares. Hay que procurar no asustar la masa ni tirarla del cielo al suelo, es conveniente tratarla con amabilidad y no con violencia.

Dispóngase a hacer los dulces. Este es un trabajo comunitario: todas las manos son pocas. Después se fríen. ¡Ah! Las empanadilllas están rellenas de batatas, que se me olvidaba.

El aceite de freír no puede estar ni muy frío ni mú caliente y la alegría no debe decaer nunca.









sábado, 21 de diciembre de 2019

La Caracola


Todos deberíamos sentir la necesidad de escuchar sin tener la tentación de responder ávidamente como si estuviéramos con la escopeta cargada. Así, calmados, se escucha a los pájaros, el pisar de la zorra en la nieve o el rumor del aire entre las cañadulces, también las palabras que están dichas sin rencor ni soberbia.

         En este mundo, nada complaciente, estamos premiando el desorden y la mediocridad por miedo, tal vez, de ver un amanecer limpio al que no estamos acostumbradas. Tendríamos que estar contentas con lo que hemos conquistado y dejar que nuestra casa sea refugio hospitalario para quienes aman nuestra libertad.

         Vienen días de luminarias y estallidos emocionales, días en que la conversación debería estar aliñada con cuidados extremos, nuestras jóvenes nos están enseñando a hablar ecológicamente, nuestras mayores nos regalaron los utensilios de la escucha. Dejemos la puerta abierta y alejémonos de aquellos que no respetan el dialogo.

         En el Renacimiento surgió mucha literatura dialogada, desde Erasmus a Cristóbal de Villalón, bebían de costumbres clásicas como eran las formas de Platón o de Luciano de Samósata. Todos tenían en común el humor como Santa Teresa de Jesús tiene las verdades pequeñas para creer en las grandezas o Sor Juana Inés de la Cruz bebe rebeldía en su biblioteca llena de instrumentos científicos.

         Bajemos un poco a la tierra y descubramos que la luz la puede traer cualquiera en su zurrón, habilitemos espacios para la escucha, paseos para la charla, parques con abedules y que de ellos cuelguen libros de Clarice Lispector, que tan bien sabe escribir el silencio.

         No nos apresuremos ni alentemos las fierezas, por muy torpes que sean los líderes siempre tenemos la oportunidad de no faltarnos el respeto y dejar acorralados a los furibundos. Seamos como las caracolas que contienen el mar pero no los tsunamis. Feliz Navidad.






sábado, 14 de diciembre de 2019

Lady Betún


Durante todo este año de 2019 hemos venido,  la escritora Ana Ramos y yo, recitando en la cafetería LA VIAJERA. Allí nos hemos divertido mucho y reído muchísimo, también, de vez en cuando, nos hemos puesto trascendentes.
Aquí les muestro el poema-océano con el que abrí el último recital, espero que les guste y que se les ilumine la cara de gracia y alegría.




Lady Betún

¡Oh, gentes de los bajos fondos! Usureros de la fantasía, bebedores de cervezas, mujeres que se atreven a llevar navajas en el liguero, oidores que escucháis a Bill Evans o a Diana Krall. Gentes de mal vivir, estudiantes que sólo aman los poemas de Louise Labé y juráis que Sor Juana Inés de la Cruz es superior a Góngora, y que cantáis al mar que surca Greta Thunberg. Gentes a las que les encanta el bocadillo de salmón y la rebeldía de la Ballena Blanca. ¡Oh, vosotros y vosotras, hoy vais a conocer la historia de Lady Betún!

Lady Betún nació en un establecimiento que vendía bacalao de la Península del Labrador, arroz con aroma a jazmín y curry de Madrás, también estaban llenas sus estanterías de canela y nuez moscada, de anís estrellado y de jamones de Serón, de azafrán de la Vera y de latas de atún rojo, de queso azul y de castañas pilongas, también había en el ultramarino cajones llenos de palabrotas y rabos de conejo que atraían la buena suerte, y un tambor.

Lady Betún nació al amanecer mientras sonaba un disco de Billie Holiday lleno de miel y de sabiduría y sus padres quedaron asombrados al ver que era albina. Sí, señoras y señores, Lady Betún era blanquísima, casi traslucida, sus venas azules tenía el color de la mañana en Nueva Orleans. Su claridad era tanta como la de un botón de nácar o la de una pieza de blanco alabastro, así que, no confíen ustedes en las palabras; la llamaron Lady Betún y creció en un barrio de casas pareadas donde los tejados estaban llenos de antenas parabólicas porque la mitad de la población estaba suscrita al porno.

Mi amiga, porque es amiga mía, se recorrió la Quinta Avenida de Nueva York en compañía de su madre buscando unos zapatos bajos color coñac. Finalmente los encontraron en Elche donde decidieron establecer su residencia ya que en América les costaba mucho trabajo hablar irónicamente, así que se vinieron a España y en cuanto la vieron los españoles la llamaron La Negra, y le dijeron que se tenía que comprar un piano para cantar canciones de amor con la hondura del cante de las minas.

Lady Betún fue a un colegio concertado y una maestra animista que daba clases de religión le dijo que la Diosa Naturaleza era como el tono de voz de Jolie Holland, y que había que dejar que los narcisistas se devoren entre ellos. Y eso sí: había que romper con vibraciones sonoras las antenas que transmitían porno porque era una barbaridad que todo el mundo se convirtiera en cómodos coitocéntricos. Entonces fue cuando creció de verdad Lady Betún y se volvió exigente y se graduó en marketing y gestión de empresas y se compró un satisfayer y se acabaron las súplicas a los amantes por eso de tócame aquí, tócame allá. Pero viendo que podía llegar a convertirse en una narcisista también se fue a pasear por el parque de los robles y los castaños dorados y encontró una novia que le regaló un bollo de leche. ¡Esto sí que es amor! Exclamó Lady Betún que le compró una bolsa de terrones de hielo a su novia para aliviarla del calor que sentía en las inconsolables noches de la Tierras Húmedas.

Lady Betún y su compañera que se llamaba Harina de Otro Costal volaron por los cielos de este globo que es nuestra casa y decidieron dar clases de educación sexual. Y entre otras cosas dijeron que el cuerpo, todo el cuerpo, es una resonancia del espíritu.

Se hicieron abolicionistas y consideraron que los misterios del empoderamiento femenino se debían aprender en las escuelas, puesto que todo empieza con la buena educación. ¡Oh Lady Betún y Harina de Otro Costal cabalgaron por las afueras de todas las ciudades visitando los Clubs Nocturnos e identificando a los puteros! Aquello sí que fue una Odisea y no la del maldito Ulises cuando volvía de la cercada Troya. Ni la del otro Ulises, el de James Joyce, comiendo riñones asados en su torre. Porque esto está bien saberlo: Lady Betún y Harina de Otro Costal se hicieron también veganas y tomaban lentejas y berenjenas con cebolla, y ensalada de tomate y aguacate, y tofu y algas, y se inclinaban ante las gatas y las vacas que empezaron a ser sagradas.

Entonces y solo entonces, mientras estaban almorzando habichuelas con garbanzos y puré de patatas, Harina de Otro Costal se quitó la máscara que le oprimía y le confesó a Lady Betún que la amaría eternamente porque le gustaba más que comer con los deos. Lady Betún se puso muy contenta y dijo que la correspondía y que ambas se fugarían al Paraíso.

Lady Betún se puso a describirle los ríos de leche y miel que había en el Edén y a Harina de Otro Costal le dieron arcadas porque era intolerante a la lactosa y alérgica a las abejas. Por su parte Lady Betún le dijo que no soportaba el gluten y que había tirado a escondidas aquel bollo de leche que le regaló. Pero ellas persistieron, así que cada vez que hacían el amor se llenaban de ronchas, salpullidos y mareos; pero eso no les importaba. “En el exceso está la curación”, se decían.

Y vaya si se curaron y la metamorfosis fue tan brutal que estudiaron para psiquiatras y pusieron una consulta donde atendían las alergias alimentarias y psicoanalizaron a la gente que bebe cerveza sin alcohol. Así ganaron dinerito y no tuvieron que contratar ningún plan de pensiones porque tenían hasta lista de espera.

Cuando llegó la vejez, que siempre llega cautelosa, se fueron a una ciudad de la costa de la que no me han querido dar el nombre y pusieron un salón de juegos. Sí, señoras y señores, Lady Betún y Harina de Otro costal se hicieron crupiers, y es que tenían mucha habilidad para transformarse. Y en los ratos libres escribieron un tratado sobre el capitalismo y el blues, y explicaron cómo las monedas de cobre hieren a las mujeres jóvenes, además, en una adenda de doscientas páginas, describían por qué no se debe imprimir rostros en los billetes.

Pasaron los años hasta que llegó la resurrección de ambas, porque desde que apareció Google no existe la muerte y, de nuevo, comenzaron la ruleta de la vida; esta vez ejercieron de taquígrafas para enterarse bien de lo que dicen los políticos mientras beben agua y se suben, soberbios, dos escalones más por encima de las personas corrientes, que no saben de falsa oratoria pero sí de fantasía de la buena como la de las trovadoras buenas.


 
Ana Ramos y Salvadora Drôme, escritoras viajeras. Ambas forman el Colectivo Poético Jamón y Gambas





sábado, 7 de diciembre de 2019

Beatriz Pantaleón Ortega, novelista


         Creo que fue en el libro Interpretación y análisis de la obra literaria de Wolfgang Kayser que leí, hace más de treinta años, aquello de que la estructura de El Lazarillo de Tormes venía dada por su personaje principal, y que es el propio Lazarillo, gracias a su recorrido, quien nos lleva a visitar distintos espacios sociales, desde el del hidalgo hasta el del ciego, convirtiendo la obra en un mosaico. Pues bien, gracias a las aventuras de Beatriz Pantaleón tenemos constancias de sus propias observaciones en cada uno de los escenarios en que se mueve. Su obra goza de cierta picardía y rezuma la naturalidad de quien describe lo que ve sin preguntarse otra cosa que la certeza de sus propios análisis, que es la forma más honesta de ser testiga de la realidad. De ahí manan sus travesuras.

         Su libro La Exposición está dividido en tres partes: “Retratos, Autorretratos y Bodegones o Naturaleza Muerta” y, aunque le debe al mundo de la pintura esta división, el texto no se muestra como una serie de escenas inconexas sino que la autora nos lleva del hilo de su yo para pasearnos por las estancias de las vivencias aceptadas.

         Beatriz Pantaleón Ortega es una joven escritora que elige la valentía y se desenvuelve por el camino del conocimiento de sí misma buscándose constantemente el respeto. Esa es su verdadera aventura, su verdadero viaje iniciático: el encuentro con ella misma. Y no le importa lo que encontrará, se siente preparada para cualquier cita con su ser, lo que importa es esa voluntad con la que vive, ese momento en medio del campo de batalla que es el hoy de una chica insumisa con la rutina.

         La historia se despliega por tanto entre las inseguridades del mundo moderno y la sensibilidad para hacer bella esa “exposición” que visitamos a  través de sus ojos. Esa “exposición” cuidada de sí misma, de ahí que haya dicho anteriormente que se guarda respeto, y añado que su propuesta literaria lleva añadida la lucha por la dignidad. Eso lo hace con un lenguaje claro, límpido, que llena de una sonrisa la historia: sus vivencias en el Madrid de hoy, su carrera de actriz, sus análisis optimistas y conjugados con lo natural, su empecinamiento en sembrar bonanza.


         Considero que este libro es un buen regalo para aquellas que quieren descubrir los chispeantes razonamientos de una joven que, como la comiquera Gabrielle Bell, nos hace sentir que no estamos castigados a leer esforzadamente sino que el lenguaje ha nacido para saborearlo como una limonada. Feliz lectura y buena manera de permanecer despierta ante la felicidad que, desenvuelta, proclama.








sábado, 30 de noviembre de 2019

La Villanía




Para que un hombre sano no mire a los ojos a una mujer tiene que haberse producido, durante mucho tiempo, un proceso de cosificación. Ese hombre no ha percibido a esa mujer como un ser humano sino como unos brazos, unas piernas de gruesos muslos o no y un acento que, tal vez, le es molesto porque tiene otro tono distinto al suyo propio. Incluso puede que haya pensado que no es bello su rostro y que es un estorbo para la sociedad. Es decir, se ha tenido que producir un conjunto de percepciones ruines.

         Para que una mujer se atreva a levantar la voz al ruin se ha tenido que producir una cadena de valentías que se resume en una meta incontestable: no querer ser víctima.

         Las feministas se han alzado sobre la descripción mansa que los crueles aman, se han rebelado sobre las palabras que no levantan la mirada y han puesto en cuestión esas palabras a la vez que han demostrado que el papel de la resignación no va con ellas. Eso lo llevan muy mal los villanos: ellos están acostumbrados a vencer y al sobrecogedor silencio del daño, no están acostumbrados al enfado de quien ha sido herida.

         Para que se produzca esa cosificación de las mujeres que nos disecciona y nos reduce a cuello largo, ojos bizcos, vientre abultado, nariz de loro o altura de tapón de alberca, por ejemplo, se ha invertido en una fuerza sobre el ser físico y espiritual de ellas, y esa cosificación la produce con desparpajo el discurso machista que se ríe, en nuestra cara, de los teléfonos de emergencia o de la necesidad de las casas de acogida, del lenguaje inclusivo o de nuestra inteligencia.

         Por eso ha sido tan importante la voz que estalla, porque se levanta ante su propia desgracia y no se rinde ni encoge el cuerpo sino que reclama dignidad frente a los que se quieren hacer pasar, en el colmo de la ruindad, por víctimas; ellos que han probado todos los privilegios de ser hombres como los blancos probaron los privilegios de ser blancos sobre los negros.

         Y es que el feminismo es una corriente filosófica de reflexión sobre el estatus de las mujeres en este mundo y la necesidad que tienen los hombres bellos de luchar junto a ellas, acompañándolas. Y ese escenario que dibuja este pensar de todas no es rancio ni excluyente, tergiversador ni fascista sino honesto como el agua que corre a través de la noria. Por eso, desde aquí invito a los señoros a que se observen a sí mismos y sepan deshacerse de las irritantes convicciones que conllevan sus privilegios sustentado por siglo de desigualdad. Lean, señoros, lean. No teman, Simone de Beauvoir no se ha comido a nadie, Amelia Valcárcel tampoco ni Octavio Salazar. Lean y déjense de bajos argumentos para achicar a quienes, ya lo han visto, no piensan achicarse más.








sábado, 23 de noviembre de 2019

Derecho de Ambición

Con motivo de la exposición de la escultora Concha Barrionuevo en la República de la Letras, se organizó, para acompañar a esta linda artista, una serie de actos, entre ellos un recital de poesía en el que yo participaba.

Desde aquí quiero darle las gracias al Grupo Local Córdoba de Amnistía internacional que ha sido el organizador de la iniciativa y, muy concretamente, a María Jesús Monedero a quien tanto aprecio y quien tuvo la generosidad de dar su voz a algunos de mis textos.

Por mi parte empecé la función con una reivindicación del derecho que tenemos las mujeres a ser ambiciosas.



Derecho de Ambición

Yo, lo digo bien alto,
He padecido todas las enfermedades:
Las de los viejos marineros,
La de la gente canalla.

Me he rozado con todos los animales
Y conozco sus deferencias.
Yo quiero ser más que yo misma,
Quiero ser también la otra:
La lúcida y bien hablada,
La solvente y cuerda.

Pero no tengo remedio:
Siempre me inclino ante la esquina
Oscura
Y miro en el pozo de las suculencias,
Y hallo, refulgiendo, una amatista.

Tengo derecho a mi ambición,
A un chalet adosado en el cielo de Marte,
A un cariñoso gesto en esa región luminosa…

Yo quiero ser dos
Para dialogar conmigo misma
Y llevarme la contraria.
Yo quiero que mi diosa
Me unja con aceite de Grecia.

Quiero daros todo mi dolor
Y mi forma de andar
Y mi amor por la danza
Sin hacer de ello historia,
Sin hallar recompensa.

Y demostraros que tengo las manos vacías
Y que necesito algo más que dinero,
Que ambiciono
Caminar por la montaña secana
Y levitar sobre los embalses.

Yo quiero tener una página en la historia
Cuando la historia ya no existe,
Y sabemos todas que se ha convertido en un listín
De mediocres.
Yo voy a echar a patadas a esos mediocres,
A los que dicen ley y gramática,
Dieta y espectáculo.

Me he hecho amiga de mí misma
Y, ahora, unida en la lejanía
Vengo a regalar la inquietud que me han regalado.
Ahí tenéis el miedo: saboreadlo
Y, después, reíros de él.

Ya lo confesamos:
Somos todas vulnerables,
Hemos dejado encerrada
La superstición y la conveniencia.

No os preocupéis:
Sed ambiciosas como yo
Y buscad  la mejor noche
Para lucir el jade
Con vuestro nombre familiar.

Estad atentas como las gatas
Al juego benevolente.
Hermanas mías: sed todas ambiciosas,
Que nadie te haga pequeña,
Que nadie te pode la vara de medir nuestros sueños.

De hoy en adelante,
Decídmelo a la cara:
Ambiciosa
Como la dulce Atenea,
Como el calor de mi madre.










sábado, 16 de noviembre de 2019

Método para salir del morbo




Considerando que durante los años ochenta y noventa del siglo pasado entraron con fuerza a los departamentos de las universidades los textos de Foucault y Derrida, de Barthes y Bastin.

         Considerando que descubrimos, además de la nata para cocinar, el valor de la Semiótica y el nombre de Umberto Eco se convirtió en un lugar común. Que fue la época en que nacieron los gurús del signo y sus interpretaciones, la puesta en valor, por así decirlo, de la Otredad y el prestigio de las Ciencias de la Comunicación. Que también fue el inicio de cierto relativismo que aún arrastramos en forma de opiniones para todo y de todos; opiniones que quieren tener el mismo valor, el mismo alcance.

         Considerando que esos textos que nos llegaban como novedosos hacía años que eran conocidos en Francia, y que dicho país se despertaba de la resaca de las incertidumbres cuando nosotros entrabamos en ella. (No hay que olvidar que La Lección que dio Barthes por su entrada en el Collège de France data del 7 de enero de 1977.  Y en ese texto hay una apuesta sin fisuras por el saber literario. También hay que decir que el poder y la sutileza de la crítica literaria en el país vecino erigieron un novedoso género que no ha tenido rival en ningún otro sitio; aquí, en España, tal vez, porque no tenemos paciencia para ello, nos cuesta eso de desconstruirnos.)

         Considerando que por aquel entonces de gomina y yuppies yo vivía en Granada y hacía frío, y no estaba dispuesta a analizar en demasía mis amistades porque si te pones tiquismiquis no te hablas ni con Dios y, además, en ninguna clase te encontrabas a la Julia Kristeva ni a la Luce Irigaray ni tan siquiera a la Simone de Beauvoir.

         Considerando que, por fin, en los cursos de doctorado hallé la luz gracias a que apareció en mi vida la profesora Carmela Romero que nos puso a leer la Teoría literaria Feminista de Toril Moi y que comprendí lo que es el comienzo del silencio, cómo hay que adueñarse de él.

         Considerando todo lo anterior y más que me dejo en el tintero: Tengo que declarar que no me gustan los gestos vacíos, las actitudes teatrales, el vestirse psicológicamente para engañar al personal. (Y es que, oiga, yo diferencio la elegancia de la vestimenta de los colorines elegidos por asesores para convertir a cualquier ser vivo en bandera.)

         Tengo que declarar y declaro: Que nosotras tenemos derecho a la ambición y a salir del morbo, otra palabra muy del siglo pasado. Digo, que tenemos derecho a ser tratadas con el respeto de quien, de verdad, escucha, nos mira a los ojos y no pretende mentirnos. Porque, chicos, ya estamos muy trabajadas y muy leídas como para que nos tomen el pelo. Así, que nada de Otredad ni de vuelva usted mañana. Hay que poner a las mujeres en el centro de la política porque, y que lo sepan: fuimos nosotras las que les enseñamos a abrazar. Y a percibir el olor de la autenticidad.






sábado, 9 de noviembre de 2019

Al rincón de pensar




Tuvimos todos juntos una gran ilusión: queríamos vivir en un país democrático. Hicimos carteles imaginativos, celebramos mítines acompañados por música y mostramos nuestra gran ingenuidad a los poderes económicos. Pero un día vino la desgana: cometimos grandes errores y no supimos pedir perdón. A ese estado de ánimo le podemos llamar jactancia.

         Mientras la científica Margarita Salas seguía con sus investigaciones. ¡Cuánto debemos aprender de ella! Decía que quería ser recordada por su honestidad. Eso sí que es un buen ejemplo, una conducta honrada. Palabras que hoy se vacían porque no queremos hacer el esfuerzo de pensar. Preferimos hacernos el tonto, creer lo no contrastado, vivir con la ansiosa rabia del resentido y prestar oídos a quienes siembran la desasosegante inquietud del espectáculo bajuno.

         Tenemos que frenar a esas gentes que han manchado la noble raíz de la política, quienes proponen soluciones arbitrarias salidas de una chistera de un mal mago. Y la única manera de frenar a quienes no reflexionan sobre la gratitud que merecen nuestros ingenuos antecesores es votando.

         Debemos alejarnos de lo tragicómico, esa es la tarea que tenemos este domingo. Alejarnos de la mirada cuajada de cinismo y furia. Arrinconar la ultraderecha y no permitir que sus manos confusas toquen poder. Decirles, con la serenidad de los votos, que no nos gustan sus formas.

         Hemos de votar con la madurez de haber comprobado que perdimos la inocencia, y esa ilusión perdida debe ser el punto de apoyo que nos sustente en la cordura, en ser mucho más responsables que nuestros dirigentes, que no se han querido poner de acuerdo y nos han lanzado la pelota a nosotras. Nosotras que responderemos sin ansiedad, con la necesidad de que nuestra voz sea escuchada y, lo que es más importante, respetada.

         Sin jactancia, sin hacerles el juego a quienes nos quieren llevar a una sociedad delirante y pretenden tratarnos como un rebaño sin inteligencia. Sí, seremos un rebaño pero dulce y tierno. Un rebaño que late y respira, que por las tardes busca los últimos rayos de un sol benevolente. Un rebaño que ama la integridad de las personas, la mansedumbre de los hombres buenos, la inquietud investigadora de quienes se dedican a la ciencia. El rebaño de las buenas intenciones y de la escucha atenta. Estamos conviviendo día a día. Nosotros, los de abajo: hablamos, hacemos negocios, nos saludamos entre la gente de bien. No hay que desesperarse, ¿por qué no van aprender los políticos de la conducta de su pueblo? Hemos demostrado entereza e inteligencia a través de nuestra pequeña historia del quehacer democrático. Sólo tenemos que dejar fuera a los que siembran cizaña, a los que se hacen los tontos y nos embadurnan de falsedades, a los que quieren empequeñecernos y hacernos dudar y convencernos de que sus no-ideas son ideas. Perdonen, señores de la ultraderecha, pero alguien tenía que decírselo: Ustedes no saben pensar. Para pensar se requiere un grado de afecto por el bien común que ustedes desconocen, y lo que es más grave: desprecian tanto la inteligencia que sólo hallan en la crueldad refugio.





viernes, 1 de noviembre de 2019

Bailar




         ¡Qué hermoso es bailar cuando se es joven y se enreda en tu pelo el azul intenso de la noche! Cuando todas las estrellas parecen para ti y llega el frescor del amanecer bajo tu ventana y esparce su olor a macetas recién regadas. Cuando las ramas de los árboles se mecen oscurísimas y las luciérnagas derrochan sus simpatías. Cuando todo son mapas, ensoñaciones y futuro.

         ¡Qué hermoso es bailar con el halo de la madurez, luciendo los vestidos estampados, llenos de júbilo y algunas certezas! ¡Qué bonito es bailar! Los viejos y las viejas lo saben bien y se deleitan en sus excursiones con los ritmos que aman.

         Pero llegará un día en que no tengamos fuerza para la danza: el arte más sutil. Llegará un día que seamos seres dependientes, seres que están ahí echados en la cama esperando que alguien quiera asearlos. Seres que un día bailaron e, incluso, fueron valientes para el amor. Seres que conocieron la vida plena. Eso nos dice la pintora Virginia Bersabé en su exposición Morada al sur que tiene lugar en la Fundación Gala hasta el día 2 de noviembre.

         Cuadros de una clarividente realidad, de concretos colores que anuncian la llaga y manifiesta el dolor, y el dolor, y la repetición de la nada. Imágenes que me retrotraen al cuerpo menudo de mi bisabuela, al sentido de la decrepitud y a preguntarme para qué sirve existir así.

         En nuestras ciudades duras, de asfalto y luces titubeantes, de hormigón y automóviles, de no pararnos ante quienes piden, ¿qué lugar les hemos dejado a los cuidadores y las cuidadoras? Eso también me lo preguntaba mientras mi mirada repasaba los lienzos y me decía: ¿cómo una mujer tan joven ha podido utilizar el pincel tan certeramente? Y salí de allí, al aire de la calle esperando encontrar la vida sabiendo que lo que había dejado era también la existencia y sus derroteros.

         ¡Qué hermoso es bailar, mover las manos y los pies, correr y montar en bicicleta, admirar la danza ya que no has podido pertenecer a ella, respirar el aire húmedo, ver jugar a los niños y las niñas, escuchar música, saber acompañar al doliente! Eso me trajo la obra de Virginia Bersabé: las ganas de bailar y de aprovechar el momento, de oler rosas rojas y blancas y, sobre todo, siemprevivas.






        

sábado, 26 de octubre de 2019

Requeteenterrao




Existe algo en nuestros modales que huele a pasado, algo que necesariamente nos debíamos haber quitado de encima hace tiempo. Esa herencia, esa forma de contar y de no meterse en líos, ese abstenerse preventivamente es lo que nos convierte en falsamente equidistantes, exasperados individualistas e ignorantes políticos, es decir, como se decía en la antigua Grecia: Idiotas.

         Franco supuso para España un proceso educacional que se reía de la espontaneidad de la Residencia de Estudiantes y del deleite de aprender, olvidó y nos hizo olvidar el Lyceum Club Femenino y se impuso la forma narrativa estructural y vociferante de la dictadura, el estilo Queipo de Llano. (Hay que nombrar a Jacques Prévert y su poema La Crossse en l´Air y su voz para los que no tenían voz en el 36). ¿Por qué somos un país que grita tanto como si quisiéramos aligerar el trabajo a los espías? ¿Por qué tenemos esa torpeza en el hablar que nos hace desabridos y cortantes? ¡Qué diferencia con el español de América!

         Somos como esa cantante que se perdiera en los pasillos del teatro porque estamos enamorados del fracaso, esa cantante disfrazada de Brunilda que aparece en la obra de Tomeo Los misterios de la Ópera. Somos una sociedad que no quiere llegar hasta las últimas consecuencias o ¿habremos roto, esta tarde de otoño, el maleficio? Espero que sí.

         La dulce lágrima de las radionovelas se coló en nuestro relato, los gestos histriónicos abundaban en el pseudointelectual, la mágica coincidencia era el lugar del suspiro y la copla, el servilismo la gimnasia.

         Y esta tarde de otoño hemos crecido alejando del honor al dictador, pero no estamos contentos. ¿Por qué no saltamos de alegría? Ha tardado mucho el beso de la justicia, ya nos ha pillado casi dormidos, ya han hecho efecto las pastillas del no recordarán. Pero no, tenemos que despertar: Ahora solo queda eliminar el tejido que nos ata con el aliento de la mentira, hay que coger el bisturí, dar la bienvenida a la salud y adoptar costumbres calmadas, entre ellas no gritar y hablar como la fuente que fluye en la naturaleza.

         Cuando pienso en la humildad veo a una vieja vestida de negro, con su delantal encima y cortando pan con una navajilla; esa es la imagen de lo digno, de la sencillez y el agua clara. Habla Daniele  Giglioli en Crítica de la víctima: “…la víctima es tal porque ante todo está obligada a callar, a no ser escuchada, a verse privada del poder del lenguaje. Hablar es la primera forma de agency. La víctima es un ´in-fante´. Los nazis lo sabían bien: si lo contáis, nadie os creerá.”





        

sábado, 19 de octubre de 2019

De cómo apostamos por las oraciones simples




Hubo un día en que apostamos por la frivolidad, no nos lo pensamos mucho, creíamos merecerlo todo, para eso habíamos sufrido, salíamos de una dictadura y ofrecíamos a nuestros mayores, en vez de la dignidad de la memoria, la posibilidad de volver a la infancia. No está mal que se recreen y disfruten en sus viajes y excursiones, lo que no es de recibo es que los convirtiéramos en olvidadizos antes de tiempo y, después, aprovechándonos de ellos, los convirtiéramos en padres de nuestro hijos. En fin, que nos saltamos el respeto a la vejez e impusimos una versión acallada y deportiva de lo que significa ser abuelas-cuidadoras, extranjeras en su propia tierra, desterradas del tiempo real que nos tocaba vivir. Afortunadamente y, a pesar de tantos tentadores obstáculos, la vejez comprometida ha llegado a Madrid a defender lo suyo y, generosamente, lo nuestro.

         Cuando hablo de extranjera siempre me viene a la cabeza el poema de Gabriela Mistral en el que se valora lo que no dice y el acento de lo que dice. Yo soy una coleccionista de poemas que hablan de extranjería: la poeta Rosario Castellanos también subraya esta cualidad silente en su poema Monólogo de la extranjera: “…He callado más de lo que he dicho.” Cristina Peri Rossi en su poema La extranjera habla de “la obstinación de su silencio”. Y Dulce María Loynaz habla en su poema titulado también La extranjera de cómo “sus palabras quietas / se caían sin ruido”.

         Ruido es lo que nos sobra hoy día, ruido que nos impide ver el cauce de ese río de lo profundo y su borboteo de paz. Ese río es, en estos momentos, una voz nerviosa que se sabe, con seguridad, pisada por el hermano, el marido o el padre; aquellos verdaderos y locuaces protagonistas de la Transición, los que tenían todas las palabras y en las verbenas cantaban desgañitados: “Ramona, te quiero”. Esa canción sobre la educación sentimental que heredamos del inigualable Fernando Esteso.

         Después vino el periodismo burdo y nocturno que tenía a los españoles despiertos con el gran griterío de la sinrazón, del tú más, y ahora tenemos todos unos expertos en semiótica que tiran de estímulos comunicacionales y que desprecian las oraciones subordinadas. Así que las grandes estrellas televisivas del contar no saben acunar a una niña, recitar pausadamente un verso.

         ¿Por qué no les preguntan a las abuelas que charlan con sus nietos camino del colegio? ¿Por qué no se leen Retahilas de Carmen Martín Gaite? ¿Por qué no les ponen sus micrófonos a esas extranjeras que vienen en pateras asustadas y hablándoles a sus niños para que ellos no se asusten? ¿Por qué les dan voz a la ultraderecha y nos la blanquean como si fuese normal el histerismo político y hacerse las víctima?

         Yo creo que todo viene de esa manía de utilizar oraciones simples que no edifican el cerebro para la empatía sino que convierten nuestras neuronas en meros interruptores competitivos. Eso y que nos hemos olvidado de escuchar las maravillosas canciones de Raimon. Después las raras somos nosotras.






sábado, 12 de octubre de 2019

Como de la familia




Por la tarde, en mi casa, siempre tomamos thé. Adornamos el agua con canela y yerbabuena, también le ponemos matalahúva. Y disertamos sobre lo divino y lo humano, lo salvaje y lo civilizado, el querer y no poder o la excepcionalidad del arte.

         Esto lo heredé de mi bisabuela, de mi abuela, de mi madre, de mi padre, de mi abuelo, de mi tío Día y, por supuesto, de Marcel Proust; ese ser que pasó a formar parte de la familia el día en que descubrí que su obra estaba escrita para mí aunque él no me conociera.

         Mi patria son los libros y de ellos soy ciudadana. Mi bandera es la hermosa caligrafía, mi himno los decires que me enamoran, no importa en qué lengua con tal de que me acaricie con su fonética. Puede parecer simple, pero es la verdad, la verdad con minúsculas, sin voces.

         A mí Marcel me salvó la vida y le dio belleza a mis amoríos lésbicos donde, los que no eran de papel, veían fealdad. Hacía mucho tiempo que no decía que soy lesbiana y no quiero que se les olvide. Y es que en esta España estamos de memoria medio regular.

         Pero por si algo es grande En busca del tiempo perdido no es por el atrevimiento de haberse inventado una hostia consagrada a la libertad llamada magdalena, tampoco es por las hermosas descripciones de los vestidos de las damas, ni por el olor de las catleyas ni por la radiografía sutilísima de las emociones, ni por la existencia, para todo, de al menos, dos caminos. Se trata de algo más. Es decir, se trata de eso y de algo más. La novela nos sirve una raíz concretísima, una tangible idea de justicia: la descripción del caso Dreyfus, el caso del militar judío que fue acusado de espionaje en la Francia de finales del XIX y principio del XX. El caso que dividió a los franceses en favor y en contra, en el que se descubrió la gran grieta del antisemitismo en el seno de la sociedad.

         Toda obra que se precie propone a los lectores el cuestionamiento de un paradigma, el desmenuzamiento de la realidad para hacerla más real que la vida misma, que con su velocidad no deja tiempo para reflexionar en torno a los prejuicios políticos. Proust nos enseña que las liaison con la historia no hace de la novela algo con fecha de caducidad sino, al revés, la ancla en la Tierra. Y el análisis de las opiniones dadas con tranquilidad, sin sentirse observados por el narrador, que sin embargo observa, es una de las riquezas más desbordantes de la obra como la descripción de una personalidad celosa o la admiración por los recitados, la pose y la voz de la Bernhardt.








sábado, 5 de octubre de 2019

La Cortesía




Andamos en tiempos en que se imita lo que sale por la televisión: se cree que conversar es tertuliar a voces y que los hombres deben llevar los pantalones ajustados, también se cree que no deben ponerse calcetines y que lleva la razón quien más grita. Opinamos sobre lo no opinable y ponemos en duda los métodos científicos, se piensa que comunicar es seducir así que vivimos en un siglo supersexualizado y narcisista.

         A pesar de todo estamos bien, sobre todo nosotras, las gentes del desarrollado Occidente. Así que sólo bastaría un poco de autocrítica para dar un salto que nos llevara a conciliarnos con nuestro espíritu y con una cortesía teñida de verdadera honestidad. Pero, ¡ay!, el cinismo es el refugio de esos tertulianos que imitamos.

         Que nos libren los Dioses y los manuales de gramática de caer en las trampas de los discursos publicitarios. Y ya se ha convertido en publicidad todo, así que producimos sin cesar gestos para la galería y una grave falta del reconocimiento de los errores cometidos.

         Yo siempre me he guiado por Proust cuando quiero saber lo que es la delicadeza, la complejidad del ser humano, la soledad que destila en todas sus apreciaciones. Y creo que si consideráramos nuestras acciones bajo un prisma de autoevaluación novelesca seríamos más felices. Sabemos que lo político es un condimento grueso, ya se ha demostrado. ¿Qué tal si probáramos la sal de la literatura?

         Pienso que si aceptáramos la intimidad de los personajes novelescos como reflejo de nuestro ser complicado tal vez seríamos más tolerantes. Así que declaro la utilidad de la creación y la lectura repensada como arroyo que nos lleva a la catarata de lo sensible sin sensiblería. Aconsejo leer para quitarnos la mancha hortera y desbocada con la que nos ha señalado la telerrealidad, la era del Gran Hermano y sus comentarios sobre lo que antes era privado.

         “Aprender a ser”, que decía el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI presidida por Jacques Delors, aprender a ser porque se teme la deshumanización que va unida a los avances tecnológicos.

         Les propongo que empecemos por un pequeño acto humanitario: enviemos una postal a un amigo o amiga, enviemos una postal escrita morosamente como cuando solíamos concentrarnos y escribir a mano. Recuperemos la humilde caligrafía que entrelaza una letra a otra para formar palabras hiladas, oraciones encadenadas, largos párrafos llenos de cortesía y tiempo.






sábado, 28 de septiembre de 2019

Flora y fauna




Ha venido la juventud a decirnos que respetemos a la Madre Naturaleza, que no violentemos más su corazón verde, su savia y el curso de los ríos, ya sean grandes o pequeños. Y ha sido la voz burbujeante de la primera vida la que nos recuerda, en estos tiempos irresponsables, lo que es la responsabilidad. Nos han dicho que cuidemos el aire, la selva y las llanuras, que no nos riamos de la nobleza de los animales. Nos han regañado con el entusiasmo de quienes miran por una valiosa herencia.

         Yo añadiría otra petición: la necesidad de silencio. Del silencio que se da en los actos contemplativos, en las visiones inesperadas, en el paseo por el campo húmedo, el silencio que se cuaja en el cielo, que se puede respirar y tocar como si fuese el más bello instrumento.

         Un silencio que no se conoce en la ciudad llena de cláxones y motores, el silencio casi místico que acaricia las hojas de los árboles sin moverlas, la inesperada lucidez del silencio interior que nos reclama descanso: descansar de la turba, de las emocionales e iracundas respuestas, de las vertiginosas ironías que nos alejan de nuestro interlocutor. “Ironía: no se deje dominar por ella, especialmente en los momentos no creativos.” Eso decía Rainer Maria Rilke en Cartas a un joven poeta.

         Y pienso que no se debe perder nunca la cortesía porque si no nos embarullamos y desorientamos, fracasamos antes de empezar a jugar. Y veo a los animales con sus hermosos pelajes, con sus rituales, con su educación. Y miro nuestras formas de dar las noticias y siento vergüenza del tono apocalíptico y del afán de público y aplausos, de negocios. Y me digo, ¿quiénes serán más correctos: los gatos o nosotros? Y sé que esta pregunta es simple, pero quiero reflexionar sobre un mundo donde la sencillez sea posible.

         Y recuerdo los balcones que dan al bosque, los senderos que he recorrido en mi vida, la lluvia sobre mi cara, la delicadeza de la Tierra, el sobrecogimiento que produce sentirse arropada por bóvedas arbóreas, la vecindad del desierto y la temperatura que va subiendo como las aguas. Y me digo: hemos olvidado lo que significa la palabra “sagrado”. Vamos a tener que leer todos a Simone Weil.

         Y veo la luz del medio día caer en el valle y encuentro, de pronto, la sorpresa del color de las hortensias como cuando, de pequeña, iba con mi padre con el camión y atravesábamos la Ruta del Toro y él me sorprendía señalando las yeguas y sus hijas mientras me decía, viendo que yo no salía de mi silencio: “Zarbi dime algo aunque sea pa ofenderme”.

         Y ahora, ya de grande, adulta, les digo a ustedes: Hablen entre ustedes respetándose los silencios, o como si hubieran leído La persona y lo sagrado de Simone Weil. A ver si van a procurar tirar el globo terráqueo a la basura sin darse cuenta, sin ser conscientes de lo que tienen entre manos.