sábado, 25 de mayo de 2019

Jacaranda o jacarandá




Y cuando creíamos que no podíamos con más belleza van y florecen las jacarandas. Todos los años llegan a su cita y asistimos al suave espectáculo, silencioso y azulado, de ver brotar en las plazas, en los parques, en la puerta de mi casa, en frente de mi ventana el acento de la vegetación que posee Córdoba; la jacaranda, esa tilde que marca el ritmo de la poética arbórea. Vemos renacer cada mayo la explosión de lo violeta que se esparce por el paisaje como si fuera una señal de la alegría, la bienvenida de la feria que ya está aquí.

         Hay quienes en vez de jacaranda la llaman jacarandá y luchan los dos nombres amistosamente porque los dos son bonitos. Yo jugaba con una amiga a ver qué denominación nos gustaba más y acabábamos rendidas pronunciando sus sílabas como si fuéramos niñas chicas.

         Se dice que se escribe poco cuando una es feliz, creo que deberíamos de tomar la costumbre de decir más las riquezas del presente, sobre todo las riquezas gratuitas que vienen a aliñarnos la vida y nos abren las puertas de la percepción, y nos colman y nos apaciguan y nos restituyen a la naturaleza más linda. Ese es un regalo inmejorable que podemos dejar a nuestras personas amadas y una herencia a la vez humilde y deslumbrante para las generaciones futuras. Quienes se olvidan de contemplar el presente y sacar todo el jugo de él se pierden la mitad de la vida, se hacen perdidizos y en su despiste se llevan la salud, que debemos salvaguardar, de los campos y los mares sin plásticos.

         Hay un romance que me gusta mucho desde siempre y que me sé de memoria, el romance del cautivo, de autor anónimo y de una sutileza inmejorable que me unía y me une fuertemente a la esencia de lo natural y que me hace reflexionar sobre las penas del cautiverio. El romance dice así:

      Que por mayo era por mayo,
        cuando hace la calor,
        cuando los trigos encañan
        y están los campos en flor;
        cuando canta la calandria
        y responde el ruiseñor;
        cuando los enamorados
        van a servir al amor;
        sino yo, triste, cuitado,
        que vivo en esta prisión,
        que ni sé cuándo es de día,
        ni cuándo las noches son,
        sino por una avecilla
        que me cantaba al albor.
        Matómela un ballestero;
        déle Dios mal galardón.

         Habla de la compañía que le da una avecilla, de su canto y de cómo éste lo sitúa en el mundo, lo orienta, lo incluye en el mapa social de una manera delicada. Cuando matan a la avecilla se siente perdido y solo, así nos sentiremos las personas si permitimos que gobiernen los ballesteros, los que no creen en la ecología, los que no respetan los ciclos de la naturaleza ni los hilos de la amistad, los que hostigan las semillas y los frutos, los que no tienen en consideración la compañía de los animales y la luz abrazadora de los descansos, los que vociferan y tienen ademanes militares, para meterle bulla a la respiración, para herir con sus flechas antiguas, para llevarnos, de nuevo, a los modales tajantes y a las estrategias combativas en vez de colaborativas.

         Pensemos en la naturaleza y sus rizomas, en las mujeres y su necesidad de expresar artísticamente sus placeres, en los hombre que acompañan sabiamente y se alejan de la masculinidad soldadesca y pueril, pensemos en la floración generosa de las jacarandas y no nos encerremos en las prisiones de la desconfianza y el retroceso, hagamos que Europa sea humanamente Europa y que en nuestros pueblos no gobierne la hostilidad. Es tiempo de conjunción y baile, no matemos las señales que nos orientan hacia la felicidad.











sábado, 18 de mayo de 2019

Pregón: Elogio de la Impureza: Día 16 de Mayo de 2019 en el acto de los Patios del Foro de Política Feminista




            Hoy vengo a hablarles por Alegrías, no se asusten no voy a cantarles, voy a hablarles por Alegrías, alegrías de la Impureza, simplemente quiero reflexionar un poquito sobre lo que el Flamenco ha significado para mí.
            Ya saben todas que me llamo Salvadora Drôme y que el nombre de Salvadora tiene una canción condenatoria que la he escuchado en boca de muchos voluntarios en señalar la maldad inherente en el género femenino.
            La cantaba Caracol y decía así: “Que razón tenía la pena traidora/que el niño sufriera por la Salvaora/ diécisiete años tiene mi criatura/ y yo no me extraño de tanta locura./ Eres tan hermosa como el firmamento,/ lástima que tengas malos pensamientos./ Quién te puso Salvaora/ que poco te conocía,/el que de ti se enamora,/se pierde pa toa la vía./ Tengo a mi niño embrujao/ por culpa de tu querer/ si yo no fuera casao/ contigo me iba a perder./ Dios mío que pena más grande/el alma... me llora.../a ver cuándo suena la hora/que las intenciones/ se le vuelvan buenas/a la Salvaora.

            Como ustedes habrán podido captar lo que se subraya es el carácter malo malísimo de la protagonista y la absoluta desfachatez del que dice, es decir, su suegro, que le canta a la nuera para dejarle claro quién manda en el estado del relato. La mujer que tiene malas intenciones, que no tiene redención, que es pérfida, pero a  la que no le escuchamos la voz porque el dueño de la fábula aleccionadora es masculino y él es quien tiene derecho a denigrar a la joven novia del hijo. Vaya, perversión pura.  Quintero, León y Quiroga fueron los artífices de esa letra y de muchas más en que la fatalidad, el miedo, el desprecio y el dolor ocuparían las cabezas de jovenzuelas que no tenían otro contacto con el arte que aquel que transmitía la radio, la radio del régimen, la misma que utilizaba las novelas para embaucar y apaciguar cualquier indicio de rebeldía. También anestesiaban a través del consultorio de la Señorita Francis que les pedía a sus seguidoras que aguantaran en sus matrimonios desdichados, que agacharan la cerviz y obedecieran.

            Pero el flamenco era mucho más que eso, El Flamenco se hunde en la noche de los tiempos y del dolor. El Flamenco hablaba de pureza, esa gran palabra, que es fría, sin raíces, sin apego a la vida, que me retrotrae a las salas quirúrgicas donde todo está desinfectado. La pureza no deja elección, existe lo correcto y nada más, y nada más.

            Pero el Flamenco es mucho más que eso, es el dolor de parir y no parir, trata de la ingenuidad de las de abajo, aquellas que abrazan la lírica porque la novela es una creación que requiere mucho tiempo, que se necesita por lo menos mucho papel y tinta. La lírica es otra cosa, la puedes escribir en la mente y cantarla al instante como los fandangos. La puede inventar una mujer mientras lava en el río, el río al que teme cuando crece por las tormentas.

            Y la pureza estaba en la garganta de los hombres, ellas cantaban por lo bajini y los ensalzados, los aplaudidos, los serios eran ellos, los respetados. La impureza era nuestra, por lo menos no nos quiten ese calificativo, nos persigue desde que Eva mordió la manzana: “Maculadas sin remedio”, solidaridad desde aquí con la artista Charo Corrales y su obra violentada: Con flores a María. Exposición que está teniendo lugar en la Diputación.

            Recuerdo que cuando niña conocí una cantaora que se enamoró de un hombre que tenía un ojo de cada color, y se hicieron amantes y se acostaron, catapúm chimpún. Pues bien en la peña sólo se hablaba mal de ella, que había llevado al hombre por malos derroteros, le había buscado la perdición. A mí me sofocaba ese trato y pensaba con coraje que siempre habíamos jugado a perder, apostado por el fracaso y que si queríamos ganar teníamos que cantar y querer nuestro cante más que nada en el mundo, apreciar el arte sobre todas las cosas, ¡Oh, Hermanas!¡Oh, Sisters! A aquella mujer le empañaron la carrera, le dijeron que era una pilingui y juzgaron su voz por sus deseos. Siempre me ha molestado que se juzgue a las mujeres por las ganas o no que tengan de practicar sexo, eso ha sido una forma de talarnos y pienso que muchas de las letras del flamenco entronizan esas maneras inquisitoriales hacia nuestros cuerpos. Queridas mi cuerpo es mío solo mío y yo soy dueña de mi deseo y mi disfrute.

            Es fácil obtener el aplauso del público, sólo hay que nombrar sentimentalmente  la patria, recordar a la madre o acogerse a las leyes de la sangre, criticar con vehemencia a los enemigos, remover en la emocionalidad más baja, vestirse para engañar a los turistas o no respetar la cadencia de los silencios. No olvidemos que el sonido de un abanico sobre el pecho de una mujer sustenta el mundo y que las cantaoras buenas llaman respetable a quienes las escuchan. Ese es el contrato, yo te doy lo mejor de mí, te doy la excelencia y tú cuelgas los estandartes con mi nombre en tu corazón. La buena comida se hace lentamente, las buenas amistades se fraguan despacio, los polvos recordables no se han dado a la ligera bajo la voz antigua de: “Ponte”, la orden que escuchaban nuestras abuelas sin más adornos que las exigencias.

            Y dándole al respetable lo mejor el público crece y madura, se hace y comprende que el cante nace del pueblo y que la cantaora es un reflejo de esa selecta democracia. Entonces nacen nombres como Carmen Linares que tiene andares de maestra y a la que todo le resulta fácil. Y canta eso de: “Triana, Triana que bonita está Triana/ Que bonita está Triana/ qué bonita está Triana/ cuando le ponen al puente banderas republicanas/ que cuando le ponen al puente la banderita republicana”. Esa filosofía, la de hacer para la mejoría de todas, es muy distinta del Libro del Tao  de Lao Tse cuando dice: “El santo (el gobernante) actúa de manera que el pueblo no tenga saber ni deseo y que la casta de la inteligencia no se atreva a actuar.” Desde aquí lo digo: No me gusta el Tao.

            Esa es una de las cualidades de la que sabe: mostrar con ligereza, sin peso como si fuera un ave, más ligera que un ave, la pluma de un ave, o la coreografía del vuelo de una mariposa que cantara Lole Montoya, la de Lole y Manuel, ella, la voz del dúo que atravesó la pureza para fusionar, y fusionar no quiere decir otra cosa que unir completamente, no cortar ni pegar sino hacer un uno de la variedad. Una digestión de arte.

            Y me viene al corazón el ritmo de la Martirio meciéndose en una butaca como si fuera en barca, en el vaporcito del Puerto de Santa María a Cádiz, con su voz fusionada también, impura, porque la pureza sólo les sirve a los bobos, a los que no se salen de sí mismos, a los que no quieren la comprensión. Y mientras canta Martirio abraza el jazz como la Niña Pastori amanece en Caí por la madrugá. Y no pasa nada, Señoras. Contaminémonos con todas las voces y reconozcamos a las que las precedieron: La Niñas los Peines, Dolores la Agujetas, la Repompa de Málaga, Rita la Cantaora,  Bernarda de Utrera, La Perla de Cádiz, Pastora Imperio…

            Y sigue el embrujo de la confusión, del remolino, del aquí cabe tó Dios y entonces veo los ojos dorados de nuestra amiga Carmela, la Carmelilla, que me la encuentro una noche en la puerta del Gran Teatro y me dice que acaba de ver a Mayte Martín que con dos ovarios se pone a interpretar los bellos poemas del salinero Manuel Alcántara que nos ha dejado este año discretamente: Y el poema de Manuel Alcántara dice así: “No pensar nunca en la muerte/ Y dejar irse las tardes/ Mirando como atardece./ Ver toda la mar enfrente/ Y no estar tristes por nada/ Mientras el sol se arrepiente./Y morirme de repente/ El día menos pensado./ Ese en el que pienso siempre.”
            Esto fue lo que cantó Maite Martín y tenía a nuestra Carmelilla entusiasmá.

            Y entonces deseo que todas seamos impuras, que esa sangre de la menstruación, que la otra del parir valga más que las sangres de las guerras, que nuestro potencial de paz, de cante por la paz, valga más que cualquier disposición guerrera que sólo sabe generar infelices. Y que lo que se prende de nuestra alma sean las intenciones de hacer versos, cantiñas, como cuando le hablábamos a la amiga y le contábamos nuestras aventuras de amor. Porque Señoras, hay que gozar, disfrutar sin cortapisas. Disfrutar mientras te tomas un helado y paseas por la calle Foro Romano o disfrutar de la brisa sobre la espalda, o del cariño de nuestro compañero o compañera. Y después contarlo, porque tenemos que dejar huellas para que nuestras niñas no se pierdan. Contarlo y cantarlo por Alegrías. Para crear una tradición del bienestar, una tradición donde se acoja nuestro ser mixturado, mezclado, impuro.

            En otra ocasión fuimos al Gran Teatro la Carmelilla y yo a ver al Brujo, representaba una obra de Fernando Quiñones titulada El Testigo, se contaba en dicha obra la vida del cantao Miguel Pantalón. La obra era un estudio con buen humor sobre la genialidad en el Flamenco, sobre su moral y sus leyes. Disfrutamos. Pero vaya si tuvimos que disfrutar. A ella le gustó mucho la parte en que se describe la personalidad del cantao, cuando se ríe el amigo de cómo lo ven sus seguidores y cómo era en realidad, cuando dicen eso de que era un encanto. Un encanto, un encanto…

            Un encanto, un encanto. Digo yo que la Carmela lo que se dice un encanto no era, pa que nos vamos a engañar, cuando te quería dar así en el lomo, te daba. Una tarde estaba yo con un amigo en la Sociedad de Plateros echando un medio, y cojo y le presento a mi amigo: Carmela, aquí Fulanito. Y me dice con desparpajo en un aparte: “¿Este que es el maltratador que nos interesa?”. 

            Bueno, a lo que iba, después del teatro nos fuimos a tomar una cerveza y hablamos del  Consejo Municipal de las Mujeres, ¡no!, del feminismo de la diferencia, ¡no!, de la reunificación de  la izquierda a través de los ovarios, ¡!no. Hablamos, señoras mías del fucking fucking. Ella me contó que fue novia de…… Se me ha olvidao el nombre.  Y  yo le dije que había estao con… No me acuerdo. Mejor lo digo por Alegrías: Existen las Alegrías de Cádiz y las Alegrías de Cádiz, estas son una mezcla larga, por eso la llamo Alegrías en cascadas y dice así. Estas Alegrías las he escrito especialmente para esta ocasión.

Yo conocí a Carmela
Ay, mare en la rebujina
Y no hubo entre nosotras
Ninguna espina
Aquí tienes agüita clara
Yo la traigo con sal
Entre Málaga y Córdoba
Primita está la verdad
Que hablamos de amores
De la humedad del río
Y de lo que es quererse
Y no pasar frío
Que yo no estoy pa penas
Que quiero a la gente buena.

            Lo cierto es que nuestra Carmelilla era mú entrañable, un día vino llorando porque había perdido un amor y le dio por decir que ya no viajaba más, que no volvía a Chueca, que nada, que no viajaba, que no volvía a subirse ni en tren ni en ningún vehículo motorizado. ¿Ustedes saben lo que hizo la Esther? Nuestra Ester García Navarro: Le regaló una maleta.

            Éramos pocas, pero con una malaleche, además entonces no se había inventado todavía la sororidad, por lo menos tal como la entendemos ahora, con delicadeza Esther, con delicadeza. Y la Carmen García Palomo que es la más cateta de tó nosotras decía medio cuchicheando, como si fuera una monja: “Esther a ver si pudiera encontrar la Carmelilla un amor pa toa la vida. ¿Pa tóa la vida Mari? –le respondía la Esther.” Mientras Yolanda Bettioui, pa quitarle hierro al asunto, se emborrachaba con la Carmelilla, y se ponían las dos bonicas y repetías: “Que ya no viajo más, que no voy más a Chueca.”

            Pero el flamenco no es solo el cante, cante como el de Estrella Morente interpretando a  San Juan de la Cruz, ese heterodoxo, esa mezcla de amor a lo divino y a lo terreno.“Tras de un amoroso lance,/ y no de esperanza falto,/ volé tan alto, tan alto,/ que le di a la caza alcance”

            Y esa búsqueda de lo impuro  y lo bello es lo que ha llevado a Rosalía a cantar por los Chunguitos y elevar su cante hasta regiones luminosas.

            Pero el Flamenco no es sólo cante, que también está el toque y el baile. El baile de la excelente María Pagés que en su espectáculo Utopía, inspirado en la obra del arquitecto Niemeyer, construye una coreografía del grupo, de la justicia sin escalafones, del apego absoluto a la generosidad de la realidad, del presente, de lo hibrido.

            Recuerdo que la vi en el teatro Español con mi mujer y las dos nos quedamos anonadadas, admiradas, arrobadas, con ganas de más y más. Por eso la volvimos a ver aquí en Córdoba en otro montaje: Óyeme con los ojos inspirado el título en el poema Sentimientos de ausente de la gran Sor Juana Inés de la Cruz, la feminista del Barroco.
“Óyeme con los ojos, /Ya que están tan distantes los oídos, /Y de ausentes enojos/ En ecos de mi pluma mis gemidos; /Y ya que a ti no llega mi voz ruda, /Óyeme sordo, pues me quejo muda.”

             Espectáculo de una gran complejidad espiritual y carnal, lleno de sabiduría y alegría popular. Los brazos de María Pagés nos hace alcanzar la luna y sentirla cómo algo más que un satélite, como la regidora de las mareas y de nuestras reglas.

            Y qué me dicen de las tocaoras: hembras que ponen sobre sus pechos el cálido olor de la madera: Antonia Jiménez, Laura González, Kati Golenko.

           
            Y llego al final yéndome al principio. A los Campanilleros, porque yo soy de un barrio de Málaga que se llama Campanillas y nos sentíamos orgullosas cada vez que escuchábamos por Navidad a la Niña de la Puebla, nos sentíamos como aludidas, como importantes, como llenas de dignidad. Una dignidad recobrada después de tanto trasiego por el rechazo. Y entonces me gustaba mi nombre, que antes perteneció a mi abuela paterna, una mujer buena, alejada de lo que cantaba Manolo Caracol. Un nombre que con su sola sonoridad me abría las puertas. Y si para el mundo de las letras soy Salvadora Drôme para ustedes, amigas mías, soy por lo llano la Salvadora, La Salvaora de Campanillas.








sábado, 11 de mayo de 2019

Fruir





         Sabíamos del placer a pesar de la grisura del paisaje social que pretendía que todas fuéramos asustadizas y reprimidas. Nada se hablaba de nuestro derecho al sexo y a la alegría, las escuelas eran lugares para la confusión y como mucho se explicaba la función reproductiva. Siempre me ha admirado el poder que tienen los Estados sobre nuestras mentes siendo posible que nos dejen en una isla desierta y no se produzca un cambio en nuestro comportamiento gracias a la fuerza invisible de estos. Cuando digo que me ha admirado, quiero decir que me sobrecogía esa fuerza, también subrayo que me atemorizaba. Así era Franco y su pequeña filosofía del valle de lágrimas.

         Menos mal que estaban la naturaleza, el placer de las plantas al florecer y la sugerente fluidez del agua, el paso misterioso de los animales que vivían rebeldes y obstinados enfrentándose a nuestra manera de empequeñecerlos, ellos también sufrían la dictadura, ahora son mucho más felices, los respetamos más, antes se teñía de heroicidad el maltrato y hasta se les reían las gracias a quienes hacían sufrir a los gatos y los perros, o robaban nidos de pájaros.

         Esa es la brecha en la que nos movemos: el momento en que salvamos la zanja de lo totalitario a lo diverso. Fue un salto inmenso y se empezó llenando los parques de enamorados que se besaban sobre el césped: la gran eclosión del amor. Pronto llegaron las revistas con mujeres desnudas, la risa boba y la confusión constante de que el placer le pertenecía a ellos. Olvidaban que los brazos y las piernas, el vientre y la espalda también causaban agrado, y se supeditaba todo al cetro tirano.

         Afortunadamente estaban los libros para recordarnos los innumerables trayectos de las caricias, pero los libros también están sesgados, así que mayoritariamente hablaban de ellos, así que llegamos a la adolescencia sin un verdadero manual de la ternura. ¿Y las fantasías? Esas también nos han sido impuestas, por eso es tan importante que tomemos al asalto el mundo de la imaginación y lo llenemos de placeres enteramente nuestros y verdaderos, y nos enfurezcamos cuando intentan modelar hasta nuestros deseos sin nuestro consentimiento.

         La historia del cine nos ha hecho mucho daño, han frivolizado sobre nuestras negaciones y nos han encasillado como fatales o ángeles. Creo que estamos, por tanto, en el momento en que nuestro hilo de voz empieza a escucharse, a hacerse relevante, vienen días en que podemos definir, mejor que nunca, lo que esencialmente necesitamos y elaborar el  relato de nuestras propias apetencias. Aprendamos a distinguir las voces de los ecos y rememoremos aquellos días en que la espontaneidad de lo propio, verdaderamente propio, nos guiaba; dejemos de estar rendidas por las apetencias ajenas y exijamos nuestro derecho irrevocable a la diversión. No importa nuestra edad, eso es lo de menos.

         Tenemos la grandiosa posibilidad de no transmitir la culpa, elegir no dejarla en herencia; y tenemos la bella tarea de escoger nuestro canto más nuestro para ofrecer, por fin, una lírica totalmente original que se base en el campo de la fruición y el respeto.







sábado, 4 de mayo de 2019

Sísifo




En una ocasión, que experimenté profundamente la soledad, vino a mis manos El mito de Sísifo; desde entonces cuando quiero orientar mi espíritu me dirijo a esas páginas que escribió Albert Camus.

         El libro comienza con una cita de Píndaro: “Oh, alma mía, no aspires a la vida  inmortal, pero agota el campo de lo posible.” Fue leer esos versos y comenzar a mirar a mi alrededor y ver las riquezas que me regalaban todas las mañanas e iban creciendo a lo largo del día: la luz del amanecer, el agua corriente, el verdor de las laderas, la diversidad de los árboles, las esculturas espontáneas de las nubes y el fondo nocturno perfumado por la dama de noche. Conté, como si fueran estrellas, las amistades posibles que me alegrarían mis sentidos y el amor que estaba dispuesta a cultivar, que no sería un amor cerrado, ya saben lo de “en la calle codo a codo somos mucho más que dos”. También di las gracias por esa manía tan española de llenar los kioscos de coleccionables que me otorgaba la posibilidad de crear una pequeña biblioteca, mía, mía propia.

         Albert Camus leído en la salada Málaga, bajo la luna inmensa, se convirtió en el más querido compañero de la hora juvenil y un tanto confusa que experimentaba. Me entraron unas profundas ganas de vivir y de mirar el mundo y prestar mucha atención. Sin saberlo seguía la técnica de Simone Weil: observar. Y observar se convirtió en el mayor juego, el más fructífero.

         En todos estos años de minuciosa observación si he aprendido algo es que está muy feo quejarse, se tiene lo que se tiene y se pelea lo que se quiere, y he visto quejarse, precisamente, a los que disfrutan de más posesiones. Hay barrios, en todas las ciudades, deslumbrados por las hogueras nocturnas y la marginalidad, donde la belleza de la infancia se estanca prontamente y no tienen posibilidad de crearse una pequeña biblioteca. Esos seres son las que debemos tener en cuenta: la sociedad vulnerable, las personas desplazadas de su propia humanidad, que entristecen en cada una de las elecciones porque no saben quiénes son los suyos y hasta su entorno no llegan los coleccionables: las obras completas de la filosofía o las biografías de las mujeres importantes.

         Me parece de muy mala educación no tener en cuenta como prioridad suprema a ese sector de la población que es capaz de ejecutar versos de una belleza igualable a la flor del loto, gentes que aman la poesía con una emoción llena de sinceridad. Gentes que todos los días cargan con su piedra pesada y suben la montaña del desprecio y la exclusión para ver cómo se repite la tarea de la supervivencia, y tienen que arrastrar con ese fardo pesadísimo como si fueran Sísifo, el condenado constante a repetir un trabajo que a nada lleva ni nadie reconoce.

         Creo que asumir esa belleza que nos regalan, mirar a los ojos de los que piden y escuchar a los que no tienen es lo más necesario, lo más urgente, el principio vital de toda comprensión completa de la realidad, que nadie se quede fuera de juego debe ser el punto primordial de las agendas. Me da igual el nombre que quieran ponerles a esa tarea, si lo desean llámenla Segunda Transición, me da igual, el reto es que nadie sufra la desazón de la calle fría y despojada, sin posibilidad de acceder al cobijo de la cultura. Hay que dar un paso más: que la inteligencia no se pare en el sofoco de los datos y la numérica erudición, que descubramos el placer de pensar con el corazón y que no se admire al que muestra simplemente maneras enumerativas. Las cosas no son como empiezan sino como acaban, o mejor y más sutilmente expresado, como dice el lema del barco escuela italiano Américo Vespucio: “No el que empieza sino el que persevera.”