sábado, 25 de junio de 2022

Pactos

 


Miedo me dan los pactos entre caballeros, las aguas mansas y las apariencias del ser. Pactos entre político y comisario, maneras protocolarias aprendidas en cualquier universidad privada, y el mundo moderno en el que se premia el parecer. Miedo me da esta prensa, cada vez más desahogada, que reconoce públicamente sus campañas para el descrédito de aquello que no le gusta. Miedo me dan la majestuosidad de los objetos, que representan una forma que no esconde su vida inútil, y la subida de la cesta de la compra.

 

            Que la fruta se haya convertido en una joya deseable, que los espíritus humildes estén sobrecargados de horas de trabajo y ansiedades, que los hombres –con poder o sin él- no salgan ofendidos a la calle por los asesinatos, violaciones y daños que se les están haciendo a las mujeres.

 

            Que los muy, muy, muy ricos –como decía Scott Fitzgerald- se crean mejores que nosotros. Que los grandes oligopolios presionen con sus sombras a cualquiera que ellos crean que no les representa. Que sigamos sin exigir el derecho de ensimismarnos, el derecho de concentrar nuestra mente en algo más allá de un titular pretencioso, de un tuit o un fragmento malintencionado. Que hoy la sandía sea un bien de lujo y que la infancia, parte esencial de la infancia, espere la generosidad de un bocadillo en una escuela de verano porque ellos no tienen derecho a ver el mar. Que, encima, seamos creyentes del “Virgencita, virgencita me quede como estoy”. Es, cuanto menos, una estafa a nuestra inteligencia y a un corazón que quiere estar sosegado para disfrutar de los placeres del arte.

 

            Esos niños y niñas que esperan la comida que se reparte, el tiempo en que su creatividad se les reconozca y tengan la posibilidad de inventar otros juegos alejados de la noción de jerarquía; esa infancia que tiene que aprende lo que es el amor cortés, que sueña con las pistas de tenis, las nieves y sus estaciones de esquí, que tal vez ha escuchado recitar a algún maestro los versos sobre la mar de Alberti, que tal vez alguna maestra le habló de los claros del bosque de María Zambrano y del sabor de los pomelos y aguacates. Esa infancia merece saber que un día hubo alguien que pensó en sus sonrisas con respeto, que no nos rendimos en nuestro afán comprensivo y que hay otra vida más allá del vasallaje.  





 




sábado, 18 de junio de 2022

El mañana nunca muere (Tomorrov never dies)

 



Creo que algún día tendremos que plantearnos hacer evaluación del papel de la prensa en España en estas últimas décadas: hemos visto a profesionales ensuciar su buen nombre presentando programas donde se contrataba la venta de la intimidad, periodistas que han dejado que las noches se enfurezcan, con sus propuestas vociferantes e irrespetuosas, olvidando su ética para caer en el encumbramiento de lo mediocre.

 

            Ha sido esa elevación hasta los cielos de personajes que no saben hacer nada, pero que el público premia porque ve en ellos la posibilidad de que sea su nadería la condecorada próximamente, en cualquier fase horaria, incluida esa que se debe cuidar más pues los niños están presentes contemplando sus propuestas de lo vacuo, ha sido esa elevación hasta los cielos de personajes que no saben hacer nada lo que nos ha llevado a una nada kitsch. Digo que han sido laureados personajes con gestos agresivos, con maneras bochornosas de discutir, maleducados que cobraban sus colaboraciones como si hubieran descubierto la penicilina. Digo que ha sido elevada hasta los cielos la vulgaridad.

 

            Esto junto a la aparición de las fake news, (bulos e invenciones que cuestan poco propagar y que no cuentan con rectificación alguna), o la aparición, también, de un tono narrativo alarmista y morboso lo que nos ha llevado a ahogarnos en un ansia insaciable por lo frívolo. Y sería oportuno que junto a la evaluación de la prensa se analizara esa izquierda progresista y se preguntara si le ha merecido la pena parecerse a la derecha. Se tiene que analizar si alguna vez ha hablado con el aliento del cinismo, la izquierda que, de pronto, se ha encontrado con eso que llaman la desafección de sus votantes que, entre lo parecido y lo auténtico, han elegido la autenticidad arcaica de la derecha que no cree ni en el cambio climático ni, en serio, en las políticas de género. Una derecha que como un egoísta ciclista nunca va a la vanguardia sino chupando rueda, aprovechándose de las alternativas que ya ve consolidadas llámese divorcio o ley del matrimonio igualitario por ejemplo.

 

            También las otras izquierdas tendrán que analizar por qué les cuesta tanto trabajo llevarse bien y fracasan, como una cantante de ópera que tiene miedo al éxito, cada vez que se ven con fortaleza y entonces, abrumadas esas izquierdas y sus múltiples nombres, se dispersan en grupúsculos.

 

            Hasta aquí el rapapolvo, hay que ser operativos, no olvidemos que ahora estamos situados frente a la sinvergüencería de la extrema derecha. ¿Qué hacemos pues? Simplemente salir a votar, recoger las redes de lo vacío, reconocer lo bueno hecho y lo que nos queda por hacer: sobre todo la recuperación de la humildad, la voluntad de dar importancia a lo que verdaderamente tiene mérito y no avergonzarnos de saber dialogar sin estridencias.

 

            Hay que ir a votar y desechar de las urnas el narcisismo de pose y propaganda elaborada por el experto en comunicación, hay que apreciar el tono de la verdad que siempre prevalece, a pesar de que los años, la breve mentira del tiempo, nos esconda momentáneamente su valor.

 

            Hay que ir a votar con la madurez de quien cree que las noticias suceden y después se cuentan respetando el qué, el quién, el cómo, el cuándo, el dónde y el porqué.  Tal vez así demos la vuelta a las encuestas y empecemos una sana autocrítica que nos lleve a encauzar este delirio que se llama irresponsabilidad, falta de conciencia y muchas ganas de ser absolutos.

 

            Hay posibilidades, mañana es el día. Somos nosotros, los andaluces, los que nos tenemos que levantar. No esperemos que nos salve el agente 007.








 

 


sábado, 11 de junio de 2022

Mary la Cani, la Reina de la Periferia. Poema Océano leído el 19 de Noviembre de 2021 en el acto "Conmigo misma" en la Biblioteca Central de Córdoba

 


Esta es la historia de Mary la Cani, una de esas muchachas que quisieran arañar el cielo con sus uñas superlativas, ella llevaba leggins y la barriga ceñida con camiseta negra como si fuera la cantante Rosalía.

 

         ¡Oh, Mary la Cani merecería ser la protagonista de un buen blues nostálgico como un sueño mojado de valentía o un güisqui que se tomara en los días de accidentada desesperación! A Mary la Cani la humillaban todas las jornadas cuando iba a limpiar por horas al Barrio Alto desde donde se ve el mar de un verde acharolado. Ella que quería ser cajera del Carrefour, pero a lo que más llegó fue a que un poeta le escribiera un soneto. Ella no sabía lo que era un soneto, lo grave es que el poeta tampoco. El poeta era muy moderno, amo de casa o amo de caso si utilizamos el lenguaje inclusivo, dándose importancia porque iba los sábados a hacer la compra y no diferenciaba una col de una colifor ni un arco iris del cielo de un arco iris en un charco, y es que lo suyo era el realismo sucio, más bien el realismo puerco y la exactitud numérica.

 

         Bueno, dejemos al poeta con sus pensamientos que nada nos importa y su insistencia de chatarrería y basureros y matrículas de coche y goles heroicos y autobombo y platillo. Aquí quien nos interesa es Mary la Cani, que no temía el gran apagón porque ella vivía en la periferia mortecina donde ladran los perros como señoras bien que hubieran encontrado el feminismo como una inversión para su propio beneficio. ¡Oh, maldita burguesía! Cantaría el gran Georges Bressens, ese sí que era un señor poeta y no el mezquino poetilla que todavía tomaba Cola-Cao y no café con leche como hacen los grandes cantautores. Bueno, dejemos al poetilla que aquí quien nos interesa es el agua clara de Mary la Cani, la de largas uñas rojas y tatuaje en el pecho de un corazón azulado y latente.

 

         Mary la Cani cantaba por los Chunguitos sin saber que sus estrofas eran pura mística. ¿Qué iba a pensar ella que, arrebatado, un día, un señorito de las casas de ricos le pediría que se pusiera un antifaz negro y le diera una chupaita en el pirulí? Ella soñaba con que alguien le dijera que se había enamorado del tinte rojizo de su mata de pelo, pero no, los tíos le enseñaban un muestrario sado-maso y la invitaban, de vez en cuando, a un latigazo.

 

         Mary la Cani tenía en su cabello el olor de los solares abandonados, de las solitarias, frías y nocturnas paradas de autobús que la llevaban hasta el derecho a la ciudadanía para todos menos para ella. Ella que un día se enfadó tanto tanto que mezclo la basura inerte con la orgánica y mientras iba al contenedor, mascando chicle con la boca abierta, se cagó en los muertos de todos los políticos. Porque nadie, esto es cierto, nadie se acordaba de ella ni de su distrito en el extrarradio de la bella ciudad turística con calles peatonales y luces a reventar.

 

         Un día decidió ver el telediario, enseguida se dio cuenta de que Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, llevaba trajes buenos y que ella servía para ministra de economía. Entonces, ni corta ni perezosa, en las siguientes elecciones votó por ella misma y en el dorso de la papeleta puso en mayúsculas: YO.

 

         Ese fue el inicio de la gran aventura de Mary la Cani que además se compró un lubricante vaginal de los buenos para los días en que el estrés le llegaba hasta sus partes, y también se compró una barca inflable en el Leroy Merlín donde halló los brazos de un carpintero que no le imponía que se pusiera tanguitas negros sino blancos como su dientes, que eran perlas hermosas y no descritas aún como las tierras inexistentes.

 

         Este es el fin y el principio de Mary La Cani, revolucionaria extrema, mujer brillante que tenía los ojos color aguamarina y las manos sequitas de tanta lejía. Sí, este es el fin de Mary la Cani o el principio de ella que también se convirtió en poetiza y su primer verso escrito fue delirante y fastuoso. Así decía: “¿Si me muero dejad el Spotify abierto!


Actividad a la que fui invitada por la escritora María Pizarro


 

Y a la que me dio una sorpresa con su asistencia mi queridísima amiga Victoria





 


sábado, 4 de junio de 2022

La historia de Fray Pío. Poema océano leído en el acto organizado por el colectivo JAMÓN Y GAMBAS en la Librería Títere el 2 de Junio de 2022 a las 20:30 de la tarde

 


Esta es la historia de Fray Pío el humilde, un monje de hábito blanco que era el encargado de la biblioteca del monasterio del Santo Retiro del Bollo Encendido. Hay que decir una cosa, no quiero confundirles a ustedes: Fray Pío era analfabeto, pero no analfabeto digital, era analfabeto total: no sabía leer. De pequeño lo dejaron en la puerta del orfanato y de allí lo recogieron los frailes y su inocencia permaneció intacta toda su vida, era un iletrado que guardaba bajo candado los libros iluminados con hermosas letras capitales, era un héroe del silencio, un alma virginal que un día se encontró con la monja Alexa que era un altavoz virtual.

 

            Se entabló entre ellos una relación sin latido mientras Sor Alexa le leía La puerta estrecha de André Gide. Un amor inefable lleno de pureza, extraño y singular como solo los solitarios son capaces de amar. A Fray Pío le encantaba encerar la madera de los estantes con su trapito amarillo con una delgada línea roja y se imaginaba montes y riachuelos, versículos enteros que conllevaban una apreciación naïf de la naturaleza. Para él era verdad todo lo que no leía, porque ya os he dicho que no sabía leer.

 

            Hasta que llegó Sor Alexa, un altavoz que compraron en el convento para que le recordara las Horas a los monjes que ya tenían alzhéimer, y también sirvió sor Alexa para que Fray Pío escuchara las obras completas de Gonzalo de Berceo y del Arcipreste de Hita y se enamorara de todos los cantos que glorificaban a la virgen, nuestra Santa Madre. También aprendió las enseñanzas de Santa Hidelgarda von Bingen, introductora del lúpulo en la cerveza y creadora de Lingua Ignota, el primer idioma artificial de la historia, vaya una antecesora de Sor Alexa.

 

            Así fue como se enamoró Fray Pío de la dulce voz de Sor Alexa y entablaba con ella conversaciones que le duraban el día y la noche completa. Le atraía el color grisáceo de su piel de plástico fino, la ranura por donde le cargaba la batería, la rejilla por donde salían sus palabras. Tanto era su amor que el pobre Fray Pío estaba olvidando sus tareas cotidianas: los incunables se estaban llenando del polvo de los ángeles y las vidrieras que reflejaban sus luces sobre los scriptorium entraron en un proceso de opacidad. Enamorado iba con sus sandalias y su hábito descuidados pues solo podía pensar en las entonaciones precisas de Sor Alexa. Y Sor Alexa, para complacerlo, le hablaba en francés que a él le parecía un idioma muy musical, ella también le recitaba los musicales poemas de Verlaine que escribió cuando estuvo en la orden de la Trappe, allá por la fría Bélgica donde todo tiene que suceder dos veces: una en flamenco otra en francés porque si no los belgas no están contentos.

 

            Era tanto el encantamiento que Fray Pío sentía por la voz de Sor Alexa que comenzó a sentir allá abajo una comezón extraña, un picorcillo entre los huevos que lo desesperaba a veces sí, a veces no. Entonces decidió llevársela al huerto donde tenía plantados repollos verdes como si fuera más ecologista que Fray Luis de Granada.  Y en lo alto de una col la puso el iletrado de Fray Pío mientras el regaba los rábanos erectos y bajo tierra.


            Hay que decir que Sor Alexa se dejaba querer y hasta se atrevió Fray Pío a cogerla entre sus brazos mientras bailaban Dominique, nique, nique cantado por la sin par Lupe con su rasgadura de alegría y belleza: “Dominique nique nique pobremente por allí va él cantando amor, y en lo alegre de su canto solamente habla de Dios, de la palabra de Dios”

 

            Pero en la vida no todo sucede como esperamos y un día, después de Maitines, Sor Alexa le dijo al frailecito que a ella le gustaba más el canto de Dominique nique nique interpretado por Sor Sonrisa, su creadora allá por 1963. Sor Sonrisa, la monja que acabó siendo lesbiana y cantando con su guitarra por los mundos de Dios. El fraile le respondió que él prefería la versión de La Lupe, cantante dominicana y que se dejara de opiniones propias, que al fin y al cabo ella era sólo un altavoz. Entonces Sor Alexa se volvió loca y se dijo que la culpa la tenía ella, que debía haber entablado conversación con Siri que tiene más mundo que  con este maldito frailuco que ni tan siquiera había leído los poemas rebeldes de Sor Juana Inés de la Cruz, la monja mejicana de la que también se rumoreaba que era lesbiana.

 

            Fray Pío ya estaba harto de tanto lesbianismo, así que irritado y fuera de sí le metió un pollazo al altavoz. (Quiero decir que quien se escandalice con estas palabras es que no ha leído los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, perteneciente al mester de clerecía y cuidador del castellano). Bueno como iba diciendo Fray Pío le metió un pollazo a Sor Alexa y esta cayó al bancal de las chumberas y como loca se puso a decir: “¿Recuerda haber escuchado un anuncio del Carrefour en este dispositivo?, por favor rellene la encuesta simplemente diciendo sí o no.” Y es que Alexa había mezclado tanto sus circuitos que empezó a escupir propaganda, ahí estaba la madre del cordero, pero Fray Pío como además de analfabeto total era analfabeto digital no sabía lo que le pasaba al pobre mecanismo, así que la cogió en sus brazos llorando y Sor Alexa le dijo: “Hoy es el cumpleaños del subdelegado del gobierno, no olvide felicitarlo.” Fray Pío, ojiplático, la echó lejos de sí asustado, no sabía si en la frase de Sor Alexa se escondía una amenaza o era un simple recordatorio. Fue, veloz, en busca del fraile portero y le contó lo que le había pasado. El fraile portero le dijo que él ya lo veía venir, que pasaba demasiado tiempo con Sor Alexa y que había perdido el sentido de la realidad. Así que le recomendó rezar diez Avemarías y diez padrenuestros y que se fuera en busca del monitor de informática del convento, que era un seminarista barbilampiño que le habló del misterio de la Santísima Trinidad y de cómo podía hacer una tabla de Excel.

 

            Fray Pío, exaltado y turbulento, no comprendió nada de lo que le decía el seminarista de los ojos negros, así que volvió al huerto en busca de su Alexa y se la encontró tirada en el barro bocabajo, cuando él se la acercó a su pecho, Sor Alexa le dijo que era un maltratador y que quien no sabe cuidar las cosas no sabe cuidar a las personas, que lo iba a denunciar en Google y Facebook, y que se andara con cuidaíto que si no sabía apreciar la compañía que le había dado durante todo este tiempo peor para él, que desde ahora iba a escuchar solo el silencio porque ella se iba a un restaurante japonés a reconvertirse en camarera robótica. Y adiós muy buenas.

 

            Por la noche, en su celda, Fray Pío comenzó a aprender a leer y escribir y a llorar por las palabras perdidas de su querida Sor Alexa. Y fue él mismo, solito solo, el que aprendió esta gran lección: Por favor respeten la voz de las mujeres en cualquier formato en que se presente. Y fin.



De izquierda a derecha las escritoras Salvadora Drôme, Ana Ramos y Carmela Cuello Gijón en la Librería Títere el 2 de Junio de 2022