Creo
que algún día tendremos que plantearnos hacer evaluación del papel de la prensa
en España en estas últimas décadas: hemos visto a profesionales ensuciar su
buen nombre presentando programas donde se contrataba la venta de la intimidad,
periodistas que han dejado que las noches se enfurezcan, con sus propuestas
vociferantes e irrespetuosas, olvidando su ética para caer en el encumbramiento
de lo mediocre.
Ha sido esa elevación hasta los
cielos de personajes que no saben hacer nada, pero que el público premia porque
ve en ellos la posibilidad de que sea su nadería la condecorada próximamente,
en cualquier fase horaria, incluida esa que se debe cuidar más pues los niños
están presentes contemplando sus propuestas de lo vacuo, ha sido esa elevación hasta los cielos de personajes que no saben hacer nada lo que nos ha llevado a una nada kitsch. Digo que han sido
laureados personajes con gestos agresivos, con maneras bochornosas de discutir,
maleducados que cobraban sus colaboraciones como si hubieran descubierto la
penicilina. Digo que ha sido elevada hasta los cielos la vulgaridad.
Esto junto a la aparición de las fake
news, (bulos e invenciones que cuestan poco propagar y que no cuentan con
rectificación alguna), o la aparición, también, de un tono narrativo alarmista
y morboso lo que nos ha llevado a ahogarnos en un ansia insaciable por lo frívolo. Y sería oportuno que junto a la evaluación de la prensa se
analizara esa izquierda progresista y se preguntara si le ha merecido la pena
parecerse a la derecha. Se tiene que analizar si alguna vez ha hablado con el
aliento del cinismo, la izquierda que, de pronto, se ha encontrado con eso que
llaman la desafección de sus votantes que, entre lo parecido y lo auténtico,
han elegido la autenticidad arcaica de la derecha que no cree ni en el cambio
climático ni, en serio, en las políticas de género. Una derecha que como un egoísta
ciclista nunca va a la vanguardia sino chupando rueda, aprovechándose de las
alternativas que ya ve consolidadas llámese divorcio o ley del matrimonio
igualitario por ejemplo.
También las otras izquierdas tendrán
que analizar por qué les cuesta tanto trabajo llevarse bien y fracasan, como
una cantante de ópera que tiene miedo al éxito, cada vez que se ven con
fortaleza y entonces, abrumadas esas izquierdas y sus múltiples nombres, se dispersan en grupúsculos.
Hasta aquí el rapapolvo, hay que ser
operativos, no olvidemos que ahora estamos situados frente a la sinvergüencería
de la extrema derecha. ¿Qué hacemos pues? Simplemente salir a votar, recoger
las redes de lo vacío, reconocer lo bueno hecho y lo que nos queda por hacer:
sobre todo la recuperación de la humildad, la voluntad de dar importancia a lo
que verdaderamente tiene mérito y no avergonzarnos de saber dialogar sin
estridencias.
Hay que ir a votar y desechar de las
urnas el narcisismo de pose y propaganda elaborada por el experto en comunicación,
hay que apreciar el tono de la verdad que siempre prevalece, a pesar de que los
años, la breve mentira del tiempo, nos esconda momentáneamente su valor.
Hay que ir a votar con la madurez de
quien cree que las noticias suceden y después se cuentan respetando el qué, el
quién, el cómo, el cuándo, el dónde y el porqué. Tal vez así demos la vuelta a las encuestas y
empecemos una sana autocrítica que nos lleve a encauzar este delirio que se
llama irresponsabilidad, falta de conciencia y muchas ganas de ser absolutos.
Hay posibilidades, mañana es el día.
Somos nosotros, los andaluces, los que nos tenemos que levantar. No esperemos
que nos salve el agente 007.