sábado, 25 de enero de 2020

Brazada




      Dice Doña Ana en Los recuerdos del porvenir: “-¡Es difícil tener hijos! Son otras personas…” Este libro fue compuesto por la gran Elena Garro, escritora mexicana que también escribió Memorias de España, 1937.

      Cualquiera sabe que es difícil tener hijos y criarlos, cualquiera con dos dedos de frente. Como también se debería saber que tener padres antidemocráticos es, cuanto menos, desafortunado.

      Así que han echado a andar la maquinaria del revuelo para llevarse el agua a su molino y entorpecer la agenda de la gente de la calle, que ve como florece en su grupo de wasap algún anticonstitucional con sus ideas peregrinas.

      El caso es no dejarnos en paz, el caso es llevar las riendas de las locas fantasías, dirigirnos el día y sus entrañas, no dejar que descansemos alegremente ahora que ya tenemos gobierno. Son los provocadores de las bajas emociones, los trols de la política que quieren ser protagonistas siempre y en todo lugar.

      Y ellos quieren que los contradigamos, que entremos en su entramado ilógico y que hablemos de lo que ellos quieren hablar: de lo zafio, del retorcido ideario que quieren elevar a raciocinio forzado.

      Dejadlos hablar solos, no le dediquemos más tiempo del que sea necesario, que la ley demuestre su existir cumpliéndose al milímetro y que no nos amarguen la existencia. Su castillo de naipes se caerá sin contemplaciones. No le demos ni un segundo de nuestro ocio. Leamos a Elena Garro, conversemos con nuestras amigas, escribamos, manifestémonos, hagamos todo lo que sea necesario para señalar sus terribles ocurrencias, pero no caigamos en cederle ni un segundo de nuestro ocio, que no nos invadan la cabeza ni el corazón. Sigamos, con placer, dando brazadas hacia la libertad. A palabras necias, oídos sordos.









sábado, 18 de enero de 2020

Triángulo




Dice la Ley de Godwin que cuanto más se alarga una conversación por internet más probabilidades hay de que se termine hablando de Hitler y del nazismo. Esta semana no ha hecho falta que la charla se diera en la  etérea nube ni que fuera un diálogo amplio; de cabeza ha habido gentes que critican el pin del triángulo rojo confundiendo y relativizando los símbolos sin diferenciar lo bueno de lo malo; que en esta ocasión es claro y contundente.

         El triángulo rojo se utilizó para señalar a los presos políticos en los campos de concentración, en él hay una verdad tangible alejadísima de la maldad y del fascismo. No estaría de más que nuestros opinantes leyeran el Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo de Rosa Sala Rose para distinguir el bien y sus consecuencias del mal y sus imposiciones.

         A todas luces Pablo Iglesias y Alberto Garzón lo utilizaron como acompañamiento y homenaje, sencillo reconocimiento de los que son perseguidos por sus ideas. Y hay que señalar que la escasa cultura, ya no política sino general, hace que inconscientemente se ponga en la misma balanza la noche y el día.

         Es de una ligereza preocupante que se haya introducido en España la ignorancia como término de la ecuación que analiza los actos políticos, y que hayamos dado cobijo a las noticias falsas y a la frivolidad, y que se presenten como respetables opiniones arbitristas ante hechos constatables científicamente.

         Pero, en fin, sólo nos queda la mesura en la voz, el silencio educado y la unión entre los pacíficos para que no avance este relativismo del todo vale y me da igual la historia y sus surcos.

         Porque se trata de un error histórico no conocer la historia y olvidar, por ejemplo, que Los protocolos de los sabios de Sion fueron una ficción elaborada para alimentar el odio.  Así que desde aquí aconsejo leer a Hannah Arendt, concretamente, Los orígenes del totalitarismo, para no caer en errores de cultura general y darle el mismo valor a un triángulo que a una esvástica. Y que al final, así sin darnos cuenta, quieran meternos a todos en el mismo saco y no se aprecie el color variado de la libertad respetuosa.








sábado, 11 de enero de 2020

La nada


                   Le hemos dado una oportunidad a la palabra y ahora sería necesario que la acariciáramos como si entre nuestras manos tuviésemos un pañuelo de Cachemira, como si supiéramos que la amabilidad es sagrada y el mundo no estuviera lleno de contrarios, y nuestra acción más curiosa sería desearnos buen día.

         Porque somos seres curiosos, tenemos siempre ganas de saber más del otro y disimulamos mal nuestras almas de cotillas. Utilicemos ese deseo para beneficio de todos. A la escuela vamos a hacer amigos, a la universidad vamos a hacer amigos, al trabajo vamos a hacer amigos. Lo que aprendamos o consigamos es secundario, nuestro máximo interés debe ser la amistad, en el hemiciclo también.

         Dejemos guardados nuestros pinchos y agujas, nuestros estiletes dorados y seamos ceremoniosos en el decir para que se nos entienda bien, para que se nos distinga de los que hablan pa dentro como somormujos. Volvámonos delicados en la pronunciación, cuidadosos en la gramática, admiradores de los distintos acentos, sólo así nos distinguiremos de los maleducados que acarician el tono marcial.

         Observo a mis gatos y pienso que su silencio es un don, que no necesitan los nombres y los verbos, que somos nosotros los que estamos necesitados de hablar y que aún no dominamos el regalo del lenguaje, es un misterio del que siempre deberíamos estar maravillados y, por eso, sería grato que fuésemos cuidadosos con la elección de las palabras.

         Y que sería bueno ser sencillos como los versos del poeta Bilhana, que escribió en sánscrito. Y que sería bueno que seamos claros como las fuentes que manan en la ciudad de Córdoba, donde paseo diariamente y busco la nada entre sus callejuelas. No una nada existencial y excesivamente razonada sino una nada pacífica y respiratoria, un aroma a cítricos y a humedad, un sueño que no desvela, una nada que no es mía ni de nadie sino que, entre todos, hemos sabido construirla y darle invisibilidad para que la vida tenga su sal y su pimienta. Una nada a la que llamamos paz y los matemáticos “conjunto vacío”.

         Exportemos esa nada por todo el mundo, acojamos la nada de otras civilizaciones, porque el silencio no es igual en todos sitios, y dejémonos de misiles y amenazas, de herir los monumentos que no nos pertenecen y preocupémonos de tener buenas intenciones, curiosidad constante y madurez suficiente como para aceptar nuestras propias espinas, y que todos los dioses y las diosas nos regalen voluntad para corregirnos.


         Por favor, señoras y señores diputados háganse amigos entre ustedes e indaguen con curiosidad de dónde vienen, cómo se llaman sus hijos o cuál es su color preferido. Hablen entre ustedes, que todos saldremos ganando. Y, de vez en cuando, reflexionen sobre qué es la honestidad y si hay una palabra más hermosa que esa. Escúchense y díganse gracias y de nada.






sábado, 4 de enero de 2020

Sin fin




Y si hay algún cuento que nos duerme es el de la insatisfacción: más, queremos más: más fiesta, más alcohol, más juguetes, más mentiras. Nunca estamos contentos, siempre nos falta algo o alguien. No tenemos suficiente con nuestra agua corriente, con nuestra competición de luces, con dormir bajo techado. Y ese cuento se convierte en pesadilla porque nosotros, pobres occidentales, nunca estamos saciados.

         Esa es la clave, el lugar donde no aprendemos a ser humildes, ese es el pozo de los deseos encadenados, que no tiene límites ni los busca, que se desesperanza ante el envoltorio que se abre con la avidez del que desea poseerlo todo, y todo le resulta ser poquísimo.

         Queremos el éxtasis encadenado, la bobería eterna, el placer que no tiene límite como si fuera una cuenta bancaria indefinida. Queremos que todos los días sean premiados, que en cada minuto cantemos un gol. No, no dejamos crecer el barbecho ni descansar nuestro espíritu que, a veces, se llena de ira al comprobar que no se cumplen todos los caprichos.

         Yo he visto levantarse una bandada de gaviotas en el puerto, sin chocar entre sí, al unísono. He visto el reflejo del sol sobre una tapia blanca, he oído el silencio benefactor de las mañanas, he sentido el respeto de quien no invade. Y eso deberíamos regalar a los jóvenes: el derecho a contemplar. Porque si no contemplamos se irán al traste los milagros de la naturaleza, las observaciones científicas y el calor de los árboles.

         Me gusta contemplar las flores, la geometría de la regadera, la satisfacción por el trabajo cumplido, las manos que se lavan en la honradez, el sentido de una buena conversación alejada de los tópicos y del dramatismo, porque a los absolutos les gustan mucho los altibajos del relato lacrimógeno, se acogen a él con la desesperación de los ahogados.

         Hay que pasar página, dar la bienvenida a la mesura. Hacernos cargo de que podemos vivir con poco. Hacernos cargo de nuestras mentiras y hoy, hoy mismo, poner en marcha la maquinaria de la gratitud. Y ser conscientes del frío que pasan aquellos misteriosos seres que no queremos acoger en nuestras ciudades, gentes que no tienen el corazón de madera, que son personas contemplativas como tú y yo.