sábado, 26 de marzo de 2022

La nobleza

 





Le Grand Monard, Montboucher, Montélimar, Francia




En este castillo pasé mis primeros meses de vida. Es le Grand Monard en Montboucher, Montélimar, Francia. Allí escuché el silencio en el tiempo en que el silencio se inicia en la vida de una persona. Allí trabajaban mis padres: Francisco cuidando las vacas, Agustina cosiendo como solo ella sabía hacerlo. Allí vieron la nieve y se dieron cuenta de los impuestos sentimentales que hay que pagar por ser emigrantes.

 

            Cuando cumplí quince años fuimos a ver los “lugares salvadorianos”, como mi hermano dice no sin falta de humor. Aprendí que las raíces pueden ser incluso extrañas y que era un poquito extranjera en todas partes. Si eres lesbiana eres más extranjera, doblemente extranjera, hay países que no nos conviene. También descubrí que hay un lugar donde siempre cabes, se trata de la Literatura. Y que incluso en el país de la Literatura no es fácil adentrarse, que hay empresas que prefieren que seas lectora pasiva que escritora valiente. Pero que con vocación y perseverancia, con honradez y trabajo puedes albergarte en una frase de Emilio Prados o en una descripción de Virginia Woolf. Que con tiempo y una caña hasta las verdes caen, eso dicen.

 

            La honradez en el trabajo era fundamental, así me lo enseñaron ellos, los que me dieron la luz y el ánimo para creerme una de las creadoras artesanas que juega con la imaginación y la verdad. Mira si creían en la honestidad que no metían ni a la lotería, sabiendo que la riqueza o la pobreza es una cuestión de espíritu.

 

            Desde Francia mi madre le mandó un trajecito a mi primo Paquito Eduardo sin necesidad de tomarle las medidas, y es que siendo bebé lo tuvo en brazos y así pudo imaginar su constitución futura. Eran felices con esa clase de magia y con la certeza de que debían bautizarme en Campanillas, entre limones, allá en Málaga, la azul y blanca. También discurrieron que no debía estar sola, que necesitaba, además de los lápices, un hermano real como la vida misma.

 

            Desde las tierras de la Literatura he descubierto que me he rodeado de seres fantasiosos cuya mayor grandeza era que sabían componer matices. La guerra es el tiempo arañado con generalidades, dominado por los que confían en la humillación, alejémonos ya, de una vez, de ese destino con mayúsculas que a nadie beneficia. Entremos en los castillos de la espiritualidad generosa que adivina cómo será el cuerpo de los niños y las niñas cuando crezcan. Practiquemos esa clase de nobleza.






 


sábado, 19 de marzo de 2022

Ladran

 


Hasta que no se comprenda que el Feminismo ha sido y es, sobre todo, una corriente filosófica, una reflexión que dignifica a la mitad de la población, un desvelarse por los matices y una acogedora idea de igualdad, tendremos que aguantar los envites de los ignorantes que confunden “inocentemente” violencia de género y violencia intrafamiliar porque desprecian el mayor proceso intelectual protagonizado por las mujeres, y eso, para ellos, es insoportable.

 

            Así que en estos días de lluvia de barro vemos como se llenan de lodo las palabras frescas y sin corsés y nos preguntamos, como se preguntaría un personaje de Jane Bowles en su cuento Idilio en Guatemala: “¿Vais a dejar de reíros alguna vez para empezar a tratar conmigo?” Así que nos encontramos de continuo con la denigración absoluta de un trabajo cuidadoso, de un acto de reflexión que conlleva la liberación de media humanidad.

 

            Una amiga mía decía que prefería a tres Corleones de frente antes que a un bien intencionado que todo lo lía, sin querer;  ese que pone voz infantil y, perdonen ustedes, te la mete floja. Y es que el infantilismo está de moda, ya lo decía Aldous Huxley en su libro Más allá del Golfo de México, libro de viajes en que narra sus observaciones sobre el Caribe, Guatemala y el sur de México, libro en que señala la inmadurez de los viajeros de los cruceros, cruceros por los mares superficiales a los que estamos abocados los habitantes del mundo futuro, y para él, el futuro se llamaba 1980, conque imagínense ahora que estamos en el 2022, nos trataría de párvulos que no han leído, en este mismo libro, sus reflexiones sobre la guerra, cualquier guerra.

 

            En fin, que estamos presenciando la insultante estupidez y la magnífica estrategia de los que quieren hacer desaparecer la política de lo posible y apuestan por decir lo primero que se les viene por la cabeza. Ante eso no hay defensa posible, no al menos, como estábamos acostumbradas. Esta derecha de barullo y desorden no quiere respetar las reglas de cualquier conversación educada, simplemente acecha y despide por su boca la ocurrencia más fácil y más dañina. Habrá que  inventar nuevos conductos de apoyo y solidaridad, no caer en sus trampas y ser eficientes como si formáramos parte de una divertida sociedad secreta porque, está visto, que el diálogo de frente no los para y no conocen la humildad intelectual. Bueno, mejor decir, la humildad a secas.

 

            Eso, que andamos sin posibilidad de raciocinio, con abundancia de ego y escapismo constante, así podemos definir a nuestro oponente. Por tanto debemos acercarnos al dulce cobijo que cantaba Maxime Le Forestier: “Ici, quand tout nous abandonne/ on se fabrique une famille.” Debemos crear hilos invisibles de sororidad por encima de los ya conocidos, más fuertes y más elásticos, algo así como un idioma no perverso e inteligente, debemos ser nadadoras que no caen en las redes de los que quieren polémicas y autobombo, los que nos quieren embrollar con su lenguaje victimista. Debemos, más que nunca, alejarnos de los que quieren confundir la lluvia con el barro y tener confianza en nosotras mismas y gastar cuidadito con los cínicos. Debemos ser más que hermanas. Deberíamos ser, como dice Rosalía, unas Motomamis.




 



           


sábado, 12 de marzo de 2022

El thé

 


Como soy un poquito snob escribo thé con hache intercalada y tilde cada vez que se me antoja. Así se escribe en francés, mi casi segunda lengua racional, como su gramática estricta y su acentuación a rajatabla, y su literatura que habitúo para no perderme, porque la lengua francesa es como un reloj ajustadísimo y bien engrasado, y yo la hablo torpemente, y conozco que hay muchas cosas que desconozco de ella como si fuera una persona que amáramos en la distancia.

 

            Sufría mucho porque en España no podíamos tomar un thé como Dios manda y en los bares te servían un poquito de agua con una bolsita triste, afortunadamente ese tiempo ha pasado. En mi casa siempre hemos tomado esta infusión a media tarde, thé negro con matalahúva y canela y, tal vez, una tortillita a la francesa para merendar. Quien hacía buen thé era mi tía María Fernández, la mujer de mi tío Día. Cuando iba a visitarlos con mi bicicleta veloz siempre me lo ofrecía y lo tomábamos con la puerta de la casa abierta, como ellos acostumbraban, mientras charlábamos de lo misterioso de las pirámides o de las piscinas que tienen los ricos, por poner un caso.

 

            En Málaga, afortunadamente, se podía pedir en las cafeterías un thé americano hecho con leche, limón y canela, yo lo rebajaba con una poquita de agua, el thé era negro y delicioso. En Melilla, que es lo más cerca que he estado de Alejandría, se toma una maravilla de thé verde con yerbabuena; mi suegra que es veloz e inteligente como su hija, me ha llevado a las mejores teterías y hemos disfrutado esa infusión  incluso a la hora de desayuno.

 

            En mi casa tenemos un samovar que trajo mi cuñada, y mi mujer dice que nunca ha visto una familia que beba más agua caliente que nosotros, los Jiménez López. A mi mujer, para impresionarla, la llevaba a las teterías, las de la calle Elvira de Granada, hasta que me confesó que a ella le gustaba el café y entonces, para impresionarla, la llevé al hotel Alhambra Palace desde donde se ve la buena vida de la ciudad, desde su terraza, y se aprecia el frescor en la cara, el aire de la Sierra Nevada. Otro sitio que me gustaba de esta ciudad del frío era el Cannonball, bar regentado por un asiático y que me hizo un thé americano mientras pinchaba el Concierto de Aranjuez interpretado por Miles Davis; el jazz, ese delirio en que parece que los músicos no se van a poner de acuerdo hasta que, de pronto, coinciden.

 

            ¿No creen ustedes que es la hora de la coincidencia, la hora del thé? ¿no creen que es la hora de abrir, con el vapor que despide la bebida de nuestra taza, un poquito nuestros corazones y enriquecernos con la charla íntima que provoca saborear este líquido maravilloso?







sábado, 5 de marzo de 2022

Fenomenología

 


Ayer, igual que muchos ayeses,  me levanté temprano y miré por la ventana, desayuné y leí a Albert Camus, concretamente su obra  Calígula, descubrí nuevos matices literarios, este libro lo compré en Granada el 10 de Octubre de 1985, me costó 565 pesetas, yo tenía 22 años y estaba estudiando Filología Francesa. Sé todo esto porque llevo un diario esparcido por las primeras páginas de los libros que poseo. Hicimos un trabajo en equipo en que analizábamos el texto con una conciencia que buscaba la claridad y la ausencia de malentendidos. Me disfracé del emperador romano, imité sus gestos pintándose las uñas y hablé en Francaluz cuando expusimos nuestro trabajo en clase. Aprendí algo evidente: que los terroristas son gentes susceptibles, poco importa lo que hagamos o digamos si ellos consideran que deben molestarse, también descubrí que no tienen sentido del humor, que no se ríen de sí mismos. Albergué en mi corazón otras verdades subyacentes, entre ellas la importancia de tener un pie siempre en la realidad. Envuelta en estos recuerdos hice un puchero: le eché un hueso de canilla y dos muslos de pollo, un trozo de jamón y apio, nabos y patatas, zanahorias y costilla de cerdo, también un trozo de tocino. Garbanzos, col y puerros. Tendría sopa para toda la semana. Mientras esperaba a que se hiciera escribí algo.

 

            Salí a pasear y me asombró el olor a naranjas que despedían las calles, fui feliz y le di gracias a Dios por cada paso que daba. A veces creo en Dios. Caminar me parece un lujo que no está lo suficientemente valorado. Cruzó ante mis ojos un mirlo negro y varios hombres tertuliaban en las cafeterías de algo que, por lo visto, saben mejor que nosotras. Los jóvenes disfrutaban del recreo y las mujeres, en su mayoría, iban a la compra.

 

            Comí y di las gracias a Deméter por la comida, me dio por ahí. Descansé un poco, por la tarde tenía una cita y quería estar despejada. Me penalizaron en la biblioteca porque me pasé de plazo al entregar los libros que había sacado hace unas semanas. Fui a un acto, en la misma biblioteca, que organizaba la poeta María Pizarro. Leí un poema titulado La Viajera. El acto se titulaba XII Festival Grito de Mujer. Volví a casa pronto, no suelo trasnochar, cené y vi un poco la tele. Antes de las 11 estaba en la cama. Duermo muy bien, no tengo malos sueños. Antes de cerrar los ojos me vino una frase que, por pereza, no apunté. Era algo así como que, más que nunca, la paz se ha convertido en una opción individual. De pronto me vino el olor de las naranjas y di las gracias a los dioses y las diosas por poder descansar en una cama con sábanas limpias. También me vino la imagen de una amiga mía, muy diferente a mí, que me dijo, en una ocasión, que me iba a llevar a ver el mosaico de la Virgen de los Buenos Libros, en Sevilla. Todos los días hago casi lo mismo, y me gusta.