La
fantasía es lo que diferencia una novela de un documento jurídico, es muy
importante que los escritores sepan utilizar bien la fantasía porque si no se
dictan fácilmente sentencias tomándose la justicia por su mano, confundiendo el
estrado con la perspectiva o la venganza con la equidistancia. La ficción no
juzga, simplemente expone, da a ver, permite mirar, y miramos los escenarios
creados como si fueran viejas tablas holandesas donde todo el mundo está
representado, si el cuento es bueno nada se escapa.
Yo aprendí a ser fantástica de mi prima
Pepi, una mujer que ama por igual las aceitunas y el champagne, que siempre ha
buscado la belleza y, genialmente, siempre ha sido original. Tenía una
cajita de música de donde salía una bailarina incansable que se ejercitaba con
la melodía de Para Elisa de Beethoven,
a mí me encantaba deleitarme en la contemplación de ese artilugio y siempre
deseé tener uno para mí sola. Tenía la capacidad de hacerme sentir segura y respetada,
sabía escucharme y le interesaba todo cuanto le contaba, yo le hablaba de
proyectos, es decir, de fantasía, y ella
prestaba atención a esa cabecita llena de pajaritos que era la mía. Con ella me sentía más
persona y me entraban ganas de comer, ganas de subsistir para llevar a cabo las
utopías, el gran ideal de ser escritora, el mejor trabajo del mundo.
También
tenía mi prima Pepi Díaz un perro blanco que se llamaba Robin y la capacidad de
abrir el mundo a la gente nueva: su marido, Bartolomé Cano, habla
con la ese y procede de Cardeña, donde la tierra es casi roja y en los inviernos
puede nevar; en fin, que era otro ser singular y alejado de nuestras
costumbres. Tenía una foto de él sobre la mesita de noche en la que parecía un
actor de cine, con chaqueta cruzada, exquisitamente peinado y con pose de buen
novio.
Ambos
admiran las palabras, han sido cuidadosos poniendo nombre a sus hijos o
eligiendo un coche simplemente porque les parecía deslumbrante cómo se llamaba.
La fantasía siempre les ha acompañado, la fantasía desbordante y sin parar, que
cuida a la vida en sus momentos tristes.
Mira
si es original mi prima Pepi que tiene un hermano que la primera palabra que
dijo no fue ni papá ni mamá sino “arroz”. Ese es mi primo Fernandín, un eterno
caballero, enamoradísimo de su mujer Mari Carmen, aunque todos la conocíamos
como Nena.
Siempre
recordaré cuando vino a visitarme mi prima Raquel, la hija de mi prima Pepi, a
Granada y yo, invadida por el entusiasmo, la llevé a ver una película que me había
encantado: Thelma y Louise. Recuerdo
lo bien que lo pasamos y lo convencida que estaba de eso que el feminismo hay
que heredarlo, que hay que transmitirlo. Hay que tener en cuenta que las de mi
generación nacimos sin la historia reconocida de mujeres importantes y cuando
fuimos a la universidad nos llenaron la cabeza de datos extraños y ajenos, por
eso sería interesante que fantasiosamente reconozcamos nuestras raíces y estudiemos
las historias de las pioneras, y que nos pasemos el testigo las unas a las otras
para que no demos ningún salto al vacío.
Recuerdo
un día nublado y ventoso que vino mi prima a mi casa con su marido y con sus
hijos: Raquel y Abel. Abel se peinaba desde chico también cuidadosamente, como
su padre. Bueno, pues ese día mi madre y ella, conocedoras ambas del lenguaje
de la confección, decidieron hacerme una capa con forro escarlata para cuando
recogiera algún premio en alguna región nórdica y fría. Éramos unas ingenuas
que desconocíamos las leyes secretas que llevan a las cúspides. De aquel
domingo me queda la dulce imagen de verlas coser juntas para mí. Coser con
hilos de fantasía.
Mi prima Pepi y yo |